Tan digna e indigna a la vez

Si hay un ser sublime que podría jactarse de amar con devoción infinita a los Beatles, ese ser se llamaría Michelle.

Sus padres se conocieron durante una protesta, allá por los años 70’s, mientras su mamá quemaba sus brasieres a modo de rebelión feminista y auténtica – muy a lo Simone de Beauvoir de Pueblo Libre -, y su papá paseaba desprevenido por las calles del centro de Lima, fumándose un cigarrito dulce con sabor a Madre Naturaleza – hierbecilla sabor a frambuesa – así le decía él. Bien estudiosito el papá de Michelle, todo un obrero de las matemáticas que además de leer con devoción los folletines de geometría euclidiana y Lobachevskiana de Editorial MIR, se deleitaba construyendo altares a Balzac – Antoine Doinel no era el único que hacía eso – . Salen personas muy curiosas de San Marcos.El amor no fue a primera vista, la lujuria sí. Tripartita también, con esta exploración tan sana y sagrada de contemplar y sublimarse al amor colectivo. Meses después, los papás de Michelle se dieron cuenta de que realmente querían un amor exclusivo entre los dos – y de que además la economía y las normas sociales los exhortaban a juntarse exclusivamente de a dos. «Si tú la amas y ella te ama, ¿qué estás esperando, hombre? Déjate de cojudeces.» le había preguntado sutilmente el Padre Segundo al papá de Michelle. Tan ateo el papá de Michelle, y a la vez tan amigo de ese sacerdote en especial. Era el amigo que se había ganado su respeto a punta de años y años y años y más años de enseñanza. La huella del colegio ignaciano lo había marcado de por vida y definitivamente nunca tendría descendencia masculina para que jamás – ¿me oiste mamá de Michelle? – jamás, estudien en esos colegios que te conflictuan la existencia. ¿Ser humano para los demás? ¿En todo amar y servir? Jhá. «Cojudecitas, Segundo…» Pobre el papá de Michelle, estaba jodidamente marcado de por vida, sin ser conciente de ello.

Michelle llegó años después a un hogar lleno de amor, libertad, colores, plastilina, y tiras de Mafalda al por mayor. La mamá de Michelle a parte de quemar sus brasieres – y no usar brasieres porque así se sentía más francesa, decía – adoraba hasta el extremo a Mafalda, a los Beatles y a Martina Portocarrero. ¡Martina es genial! Michelle creció entre los discos de vinilo del Conjunto de Música de San Marcos, canciones de cuna de Victor Jara, Atahualpa Yupanqui y una que otra canción de protesta – bien loca, la mamá de Michelle.

Cuando Michelle – ya crecida y señorita, aparentemente – se enteró que Paul McCartney – y que en cierta forma también Carlos Villagrán Kiko – «no sé que le hago a la vida si cuando comienzo a envejecer me parezco a un personaje del Chavo del Ocho… le saco la chochoca a la vida. ¿qué se ha creido, la muy atorrante?» reflexionaba Michelle – vendría a Perú en un Liverpooliano y Mágico Tour realmente impensable; los papás de Michelle – tan arrugadamente felices y tan locos también – decidieron confesarle que ella había sido concebida escuchando Lucy in the sky with diamonds, ¿o era You Know my name – look up the number? – definitivamente no pudo ser durante Helter Skelter. ¿Te imaginas? «¡Padres! ¡Basta! Están estimulando mi imaginación de una manera perturbadora. Me hacen repensar la historia personal de mi creación y mi primer brote en la vida y definitivamente no me los quiero imaginar desnudos haciendo sus cositas piuuuuj» «Bueno la idea es esa hijita, tú fuiste creada entre amores liverpoolianos y mucha libertad» Libertad, sobretodo. Libertad. «¿Amor, te acuerdas también que mandamos a hacer sábanas de Mafalda por esos tiempos? ¿qué serán de ellas no?» «¡Mamá, qué ascoooo, ¡por favor!»

Michelle no pudo ir al concierto mágico, intenso, liverpooliano porque a cierta facultad de Ingeniería de cierta universidad – que definitivamente no es San Marcos – se le ocurrió la devastadora idea de programar exámenes parciales en el preciso día de la venida gloriosa de Paul McCartney a Perú. Bien paganos son en algunos lugares. ¡Herejes!

Y Michelle se pregunta si ella es digna de haber sido concebida durante las canciones de los Beatles. Ha vuelto a dudar sobre la pertinencia de ir de peregrinación a Liverpool – se le achicharraron todos los planes de ir a Paris – Vienna (con doble n porque es doblemente intensa) – Liverpool – Laos – Chad – Jirón Quilca – Paris -. De pronto se pregunta si cuando conozca al amor de su vida, él debería definitivamente estar vestido del Sargento Pimienta – porque ella no sueña con un Príncipe Azul, sino con el Sargento Pimienta -. «El amor es libre hijita, no está determinado, no necesariamente es uno sólo. La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ¡ay qué vida!» «¡Mamaaaaaa!». Michelle ahora se pregunta si es digna si quiera de llamar a su hijita imaginaria Lucy Cielo de Diamantes. Y se deprimió y guardó el disfraz de Walrus que pensaba usar… ¿cuándo lo pensaba usar?

Mientras tanto los papás de Michelle – quienes sí fueron al concierto de Paul McCartney- le cantan por las noches Don’t let me down. Bonita canción de cuna… para una viejonaza como Michelle.

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