Por hermosas razones (o coincidencias) en el mundo de la vida, se me presentó la oportunidad de salir a juerguear con mi abuelita en una fiesta de estrambóticas asistencias, no tan familiarmente cercanas para hablar de endogamia, ni tan radicalmente lejanas para entrar en terrenos poco confiables. De todas formas, se podría decir que no conocía a nadie, salvo a la madre de mi progenitora.En cierto inesperado momento mi abuelita comenzó a hablarme quedito de cierta amiguita suya muy querida, quien, para curiosa coincidencia, había ido con su “hijito, el ingeniero”… Porque es ingeniero ¿sabes? Y está soltero también… mira cómo baila tan cariñoso con su mami. Ahí está, ¿lo ves? Más tarde los saludamos…

Oh Mon Dieu… nunca pensé que viviría esta situación. Pero ¿qué pasó? ¿en qué momento de mi vida debo encontrarme para que mi mamita me empiece a hablar de estas cosas?

En un inicio, el comentario me tomó desprevenida. Me quedé absorta. Luego, sus palabras fueron encontrando referentes históricos en algunas comedias televisivas que había visto. Pero de ahí, a que yo lo viva… era de locos. Literalmente me maté de la risa en mi mundo interior… tanto que también comencé a llorar por lo ridículo de la situación – todo muy interiormente -. De pronto, el momento recientemente vivido me pareció demasiado surrealista y me sentí en Absurdilandia.

Medité bien mi respuesta. Mi mamita realmente había tocado demasiadas fibras sensibles de mi ser y eran tantos los flancos involucrados – desde mi independencia como superviviente en el mundo de la vida… hasta el hecho de mencionar al “ingeniero” (la verdad es que no era “ingeniero” sino “doctor”, pero para términos prácticos y simplistas, a mi me da reverendamente lo mismo); que realmente no sabía qué estrategia tomar para reducir su temible invitación.

Sacar a flote ciertos recursos, de intensos órdenes feministas que rozan la sincera admiración y proselitismo por Lisbeth Salander, definitivamente estaba descartado. Tampoco era una idea apropiada apelar a otros argumentos racionales sobre el rol de la mujer en la sociedad y su independencia en aspectos sociales, laborales, intelectuales y un largo “ales”…. mi mamita no le entra a esas ondas.

Raaaaaaayos. Finalmente medité las futuras palabras en mi mundo interior. ¿Realmente me consideraba “eso” ? Luego de repasar los últimos tiempos y los giros de mi historia, asentí sonriente. Sí, yo realmente era “eso”. Mamita, yo también soy una profesional y muy buena, para que lo sepas. Toda una ingeniera en el pleno y feliz sentido de la palabra. No es necesario que sea hombrecito – y tampoco necesito a ninguno -. Aquí estoy yo, bien mujercita y bien capaz.

Pensé agregar otras cosillas más radicalmente provocadoras, como que me interesa un reverendo rabanito la profesión de ese hombre; que le tengo un inri temible a los ingenieros – la gran paradoja de mi vida -, pero no a la ingeniería; que me parecería demasiado genial y digno de perpetuar en el cine si alguna vez se refiere a alguien con “es realmente bueno para todo – un virtuoso en el sentido griego -.” y un largo etcétera. Pero mejor dejé ahí las cosas. No quería encender aquel volcán interior nuevamente.

Mi mamita nunca supo del laberinto de emociones que su surrealista invitación eclosionó en mi. Ningún hombre podrá lograr lo que ella hizo. Fue algo histórico.