Archivo del Autor: Sinesio López Jiménez

Acerca de Sinesio López Jiménez

Sinesio López Jiménez es doctor en Sociología por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) de Lima, Perú. Hizo estudios de doctorado en la Ecole Pratique des Hautes Etudes de la Universidad de París bajo la dirección de Alan Touraine. En la actualidad es profesor principal de la Facultad de Ciencias Sociales de la PUCP y de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNMSM. Fue coordinador de la maestría en Sociología de la PUCP, coordinador de la maestría en Ciencia Política de la PUCP, Director de la Biblioteca Nacional del Perú (2001-2005), Director de El Diario de Marka (1982-1984) y columnista político del mismo. Los campos de interés académico son la Teoría Política, la Política Comparada, el Estado, la Democracia y la Ciudadanía. Ha sido profesor visitante de FLACSO, Quito, Ecuador y del CAEM. Es autor de los libros El Dios Mortal, Ciudadanos Reales e Imaginarios, Los tiempos de la política, coautor de varios libros de sociología y política y ha escrito muchos artículos y ensayos de su especialidad publicados en el Perú y en el extranjero. Actualmente es columnista del diario La República.

UNA LARGA CONTRACAMPAÑA

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Sinesio López Jiménez

Los petroaudios son una mina inagotable de sorpresas. Las hay para todos los gustos y colores. Corrupción a todo dar y a todo nivel. Espionaje industrial. Amores, despechos y desvelos corruptos. Chuponeos a los enemigos políticos. Redes mediáticas envueltas en cuestiones turbias. Es de esperar que todo lo que se refiere a la corrupción y al chuponeo a los políticos salga a la luz. Ningún asunto del Estado (salvo la seguridad nacional) puede ser ajeno a los ciudadanos. Que se sepa toda la verdad. El poder judicial no debe ocultarla bajo el pretexto del secreto de la competencia jurisdiccional. El parlamento tiene derecho a compartir toda la información del caso para someterla al debate público y a las correspondientes investigaciones y acusaciones políticas y penales, si el caso lo amerita. Los medios tienen el deber de informar con veracidad y los ciudadanos el derecho a ser informados.

El chuponeo a los adversarios políticos en los procesos electorales significa que éstos no fueron limpios, ni competitivos, ni, por ende, legítimos. Eso sucedió en 1995, en el 2000 y en el 2006. En esta última fecha, García habría pedido al capitán de navío (r) Ponce Feijóo: “Ud. ayúdeme con el comandante que yo me encargo de la gorda” (Gorriti, Petroaudios. Políticos, espías y periodistas detrás del escándalo, p.88). La colaboración de Ponce fue premiada con el ascenso a contralmirante. La ofensiva contra Humala, iniciada y orquestada por García y acompañada por los poderes fácticos y los partidos de derecha, es una larga contracampaña. Ella comprende tres etapas, con objetivos y estrategias precisas en cada una de ellas. La primera etapa comprende la campaña electoral (2005) y las dos vueltas de las elecciones (2006). El objetivo político de esta etapa es ambiguo: García funge de reformador del modelo neoliberal en la primera vuelta (buscando desbarrancar a Lourdes Flores como candidata de los ricos) y luego como defensor del mismo en la segunda vuelta (presentándose él mismo, frente a Humala, como el candidato del cambio responsable y como el mal menor). La estrategia consistió en presentar al líder nacionalista como un pelele de Chávez, financiado por él y como un político improvisado.

El objetivo de la segunda etapa fue cercarlo, aislarlo y liquidarlo políticamente presentándolo como un político antisistema (antineoliberal y antidemócrata). El Apra impulsó la fractura de la UPP y fomentó el transfuguismo ofreciendo a los upepistas diverso tipo de prebendas. La tarea fue fácil, dada la discutible calidad de la composición parlamentaria de la UPP. García acusó a Humala de desestabilizador y de estar asociado a la ultraizquierda y al comunismo. Detrás de cada movimiento de protesta veía obsesivamente a Humala. La derecha y los poderes fácticos, especialmente algunos medios, participaron activamente en la demolición de Ollanta y de su entorno. Se contrataron sicarios mediáticos que, luego de perpetrar sus asesinatos morales, tienen el cuajo de pretender impunidad. Las huestes humalistas y Humala mismo, con su conducta y sus relaciones nada recomendables, ofrecieron flancos débiles.

La tercera etapa, que comenzó temprano (2009), busca defender el modelo neoliberal en crisis y derrotar a Humala en las elecciones del 2010 y del 2011 a como dé lugar siguiendo la estrategia anterior de demolición y añadiendo algunos elementos nuevos: fomentar otras candidaturas para fragmentar el espacio electoral de centro-izquierda, inflar a Keiko Fujimori, impedir alianzas electorales que permitan al humalismo ser una alternativa de gobierno, hurgar en la vida privada y laboral de la familia de Humala y de su entorno. La eliminación del sufragio universal (voto facultativo) forma parte de esta estrategia. Se presenta como liberal lo que es exclusión. En nombre de la libertad se quiere impedir la participación de los pobres.
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CAUDILLOS Y PODERES FACTICOS

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Sinesio López Jiménez

La crisis de los partidos en 1990 desplazó el poder político a los caudillos y a los poderes fácticos. Más allá de algunos cambios circunstanciales, la lógica política actual sigue esa misma ruta. García, Fujimori y Toledo siguen gravitando en la escena política actual. Fujimori opera por interpósita persona. A ellos se sumó Humala en el 2006. Castañeda es un caso extraño. Me resulta difícil imaginarlo como caudillo. Los caudillos no sólo hacen cosas. También hablan. La acción y la palabra caracterizan a la política desde tiempos inmemoriales. La política basada sólo en los hechos tiene un tufillo dictatorial (el odriísmo por ejemplo), pero la afincada sólo en las palabras tiene el rancio sabor de la demagogia. A diferencia de los partidos cuyo poder se basa en la organización, el poder de los caudillos reposa, por un lado, en una combinación audaz, arriesgada, ambiciosa y creíble de hechos y palabras y, por otra, en el respaldo que reciben de los ciudadanos. Los caudillos actuales tienen, además, dosis variables de carisma. Unos son más carismáticos que otros, pero todos creen que pueden sacar al Perú del desierto y llevarlo a la tierra prometida.

Ollanta Humala es un caso especial. Surgió de un poder fáctico (las FF.AA) y se lanzó contra todos los poderes fácticos. Esta es quizás la razón por la cual éstos buscaron destruirlo desde que apareció en el escenario, pero no han logrado su objetivo hasta ahora. Su poder radica en la combinación audaz de un acto insurreccional con un nacionalismo radical. Esta combinación asusta obviamente a los poderes fácticos que se encargan de socializar el miedo. Pero esa combinación atrae también a vastos sectores sociales desposeídos o a sectores anti-neoliberales. Es probable, sin embargo, que algunos poderes fácticos, desplegando un juego audaz, busquen domesticarlo porque saben que el nacionalismo, como sostienen Quijano y Wallerstein en sendas entrevistas en la flamante revista del Colegio de Sociólogos, es radical mientras está en la oposición, pero se vuelve conservador cuando llega al gobierno.

El caso de García es también especial en las actuales circunstancias. El mismo se ha encargado de señalar, ante sus amigos banqueros, el papel que le toca desempeñar. El no puede competir ni ganar el poder en esta coyuntura, pero puede impedir que otros, particularmente los que él considera anti-sistemas, ganen. Mi hipótesis es que García comanda una coalición con los poderes fácticos y los partidos de derecha para destruir a Ollanta Humala como candidato y como político. En esa función ha diseñado una estrategia de cerco y aniquilamiento político del candidato nacionalista cuyas características analizaré en otro artículo. Esa misma coalición se encarga de escoger el candidato favorito de la derecha en un clima probable de tensiones y negociaciones. Al parecer, ese es un punto central de su actual agenda política.

El peso político de los poderes fácticos se basa en el control de ciertos recursos claves de la política: dinero, fuerza, comunicación, fe, etc. Ha cambiado parcialmente a lo largo de las dos últimas décadas, pero sigue siendo decisivo. La crisis económica internacional ha debilitado a los organismos financieros internacionales; la corrupción de la cúpula en los tiempos de Fujimori, obligó al repliegue de las FF.AA. En ese contexto el poder de los medios es casi avasallador, sobre todo en los tiempos neoliberales que favorecen su alianza estrecha con el mundo empresarial. Los caudillos disputan el apoyo de los poderes fácticos para ser candidatos y consolidar su poder. Y los poderes fácticos necesitan, a su vez, al caudillo para hacerse presentes en la política y, una vez que triunfa, para canalizar sus intereses y su dominio a través de las instituciones del Estado.
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LOS DOS PERU DE SIEMPRE

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Sinesio López Jiménez

Jaime de Althaus confunde su biografía con la historia del Perú. Cree que la historia del capitalismo en el país comienza con él (y con Fujimori). Piensa que el modelo neoliberal es la única revolución capitalista y que las anteriores formas de desarrollo capitalista (el modelo oligárquico-exportador y la industrialización sustitutiva de importaciones) no eran tales sino que eran economías rentistas. De Althaus ve sólo las rupturas, pero es ciego ante las continuidades del pasado. Ciertamente hubo un cambio en la estructura de la propiedad, en el establecimiento de una economía de mercado y en el descentramiento del estado, pero hubo también continuidades importantes : “El nuevo modelo se construyó sobre la estructura estatal anterior, es decir, las inversiones vinieron principalmente atraídas por las privatizaciones de las empresas estatales que estaban ubicadas en los sectores primarios (minas, agricultura) y de servicios (energía bancos, telecomunicaciones, hoteles, etc.), este fue un cambio en la propiedad y la gestión y continuidad en los sectores” (Gonzales de Olarte, 2008).

Como el modelo oligárquico-exportador, el neoliberalismo peruano es también un capitalismo inducido por la demanda externa de materias primas de China, de Europa y de Estados Unidos. Sus impulsos vienen de afuera y su dinámica y su crisis dependen de afuera. Por esa razón Efraín Gonzales de Olarte caracteriza al neoliberalismo peruano como un modelo primario exportador y de servicios (Peser). Junto a las minas y a los servicios se ha desarrollado, es cierto, un sector industrial articulado a la agro-exportación y a los servicios. Salvo este último sector, el neoliberalismo despliega una producción basada en una alta intensidad de capital y en poca absorción de mano de obra. Su eslabonamiento a otros sectores de la economía es muy débil, lo que reduce su efecto multiplicador en la producción y en el mercado. Además, el neoliberalismo ha fragmentado el mundo del trabajo y ha destruido su capacidad de acción colectiva diferenciando a los trabajadores en planilla de los contratados, los services, etc. En el sector minero, por ejemplo, sólo el 30% está en planillas y el 70% es mano de obra volátil y sin derechos: no tienen seguro, ni vacaciones, ni jubilación.

El neoliberalismo es un modelo de desarrollo centrado en la costa, en Lima y en muy pocos oasis de otras regiones: “En 1940 Lima tenía 645 mil habitantes y representaba el 10% de la población del Perú. Hoy en día concentra unas 8 millones de personas, es decir, 30% de la población y alrededor de la mitad del PBI. El ingreso familiar per capita equivale a 3.7 veces el de Ayacucho. El problema es doble. Por un lado, estas brechas de ingreso son muy grandes y, por el otro, el diferencial no tiende a cerrarse” (Economía y Sociedad, 72, septiembre 2009). La costa crece, se desarrolla, se diversifica, distribuye empleos e ingresos, reduce la pobreza, pero la sierra y la selva permanecen estancadas. La costa está articulada por el mercado mientras la sierra y la selva buscan integrarse a través de la demanda de nación y de más Estado. Mientras la pobreza se ha reducido de 36.1% en 2004 a 25.7% en 2007 en la costa, ella sólo se ha reducido de 64.7% al 60.1% en la sierra en el mismo período (Francke, 2009). La desigualdad, en cambio, sigue victoriosa. Pese a que el Perú ha tenido en estos últimos 7 años altas tasas de crecimiento, el alto nivel de desigualdad casi no se ha movido.

El neoliberalismo es asimismo poco distributivo. Pese a que el crecimiento del PBI y la rentabilidad promedio de las empresas han crecido significativamente los sueldos y salarios no han mejorado. La participación del trabajo en el PBI ha bajado de 25% en el 2002 a 21.9% en el 2007. La distribución del ingreso presenta cifras de escándalo: El sueldo promedio del sector A es 20 veces más que el salario promedio del sector E. (Campodónico. 2009).

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EL PARAISO DE JAIME

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Sinesio López Jiménez

Para que nuestra discusión no sea un diálogo de sordos, Jaime, pongámosle un cierto orden. De ese modo podemos entendernos nosotros mismos y nos pueden entender nuestros lectores (si los tenemos). Creo que es necesario, por un lado, diferenciar la política de la economía, reconociendo la lógica de cada una de ellas. La política se define y adquiere sustancia propia en la lucha por el poder del Estado (el monopolio de la ley y de la coerción) para crear un orden legítimo. La economía capitalista se caracteriza, en cambio, por la búsqueda de creación de la riqueza a través de la inversión, la producción, la acumulación y la distribución. Pero diferenciar no es separar sosteniendo que una nada tiene que ver con la otra. La diferenciación permite establecer una mejor relación entre ellas. No hay economía capitalista sin política ni política sin economía. No basta la racionalidad del mercado para que este se imponga. Necesita la racionalidad del poder. En palabras del joven Hegel (refiriéndose a la relación entre la libertad y el Estado), no basta el poder de la razón: se requiere también la razón del poder. Eso hace que la libertad se desarrolle dentro de la ley. Sugiero, por otro lado, establecer la relación de la economía con la política en tres momentos del modelo neoliberal: la instauración, la consolidación (o funcionamiento para quitarle todo sentido teleológico) y la crisis.

Jaime de Althaus sostiene que el modelo económico es tan racional que no necesita de la política (menos aún de la fuerza) para instalarse ni para funcionar. El neoliberalismo es un modelo descentralizado (las provincias crecen más que Lima), diversificado (crece en diversos sectores), reductor de las brechas regionales y sociales (disminuye la pobreza), eslabonado (con articulaciones entre diversos sectores de la economía, incluidas la minería y la agricultura), generador de mucho valor agregado y de trabajo, tecnológicamente innovador, estimulador del desarrollo de una nueva industria desprotegida y exportadora, democratizador del crédito y estable (sin inflación). Todo esto se ha logrado gracias a que se desmontó la anterior economía mercantilista del populismo y en su lugar se ha instaurado una economía autorregulada del mercado. Sostiene asimismo que estos cambios económicos han dado lugar a la emergencia de nuevos sectores empresariales, de clase medias emergentes, de una nueva clase trabajadora con derechos (en las antiguas cooperativas agrarias) y de menos pobres. A de Althaus le parece irracional oponerse a este modelo. Es increíble, exclama, que haya gente que se oponga. Supone que, por ser racional, el modelo debe ser consensual, olvidando que el supuesto consenso (inexistente por cierto) es también un tipo de política.

En un próximo artículo discutiré detenidamente lo que Guillermo Rochabrún ha llamado el núcleo racional de la argumentación de Jaime. Por ahora quiero decir al paso que me gustaría vivir en el paraíso que describe y concentrarme más bien en la relación economía y política sólo en el momento de la instauración del neoliberalismo. ¿Acaso el desmontaje de la economía rentista pre-1992 y la instauración de una economía de mercado hubiera sido posible sólo por la fuerza de la razón de ésta sin el requerimiento de ciertas condiciones políticas, entre ellas una aplastante correlación de fuerzas a su favor?. Para entendernos mejor, la pregunta clave que hay que formularse al respecto es: ¿Por qué Belaúnde y Ulloa, a diferencia de Fujimori y Boloña, no pudieron realizar (en el segundo gobierno) el proyecto neoliberal que compartían?. La respuesta es obvia. Los tigres (Belaúnde y Ulloa) no tuvieron las mismas condiciones políticas favorables con las que contaron los tigrillos (Fujimori y Boloña). Estos encontraron que el Perú era una pampa (sin opositores) en donde podían instalar incluso un capitalismo sin derechos (salvaje).

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LA DEVALUACION DEL CONGRESO

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Sinesio López Jiménez

Las vergonzosas denuncias contra los parlamentarios ponen en cuestión la calidad del Congreso y de los partidos políticos. Desde una perspectiva comparada es probable que el actual Congreso sea de menor calidad que los que ha tenido el Perú en el pasado. Eso tiene que ver, por un lado, con la poca calificación y profesionalización de las actuales élites políticas y, por otro, con la inexistencia de un sistema de partidos. Muchos de nuestros políticos viven de la política, pero no viven para ella. La política es para ellos, no una causa, sino un modo de vida (Weber). Este hecho implica que su reclutamiento procede, no de los estratos sociales altos, sino más bien de los más bajos. Este es un fenómeno estrechamente asociado a la extensión de la ciudadanía y del sufragio universal a las clases populares. Su procedencia social, a su vez, trae consigo la poca o nula formación universitaria de muchos de ellos o la poca solidez de los que la tienen, lo que, a su vez, dice mucho de la pobreza intelectual de nuestras universidades. A todo esto hay que añadir la actual configuración partidaria que combina partidos sin sistema y políticos sin partido y no llega a constituir un sistema de partidos (Cavarozzi). Esto explica, a su vez, la enorme volatilidad y la inestabilidad de la actual élite política.

La mejora de la calidad del parlamento y de los partidos pasa, no por la exclusión de sus integrantes menos calificados y de los sectores pobres y muy pobres que representan (como afirman los gritos que vienen de la caverna), sino más bien de un proceso general de igualación (hacia arriba) de los ciudadanos en los campos económico, social y político. Es irracional pretender una representación europea en un país (casi) africano. Pese a la poca calidad del parlamento y los partidos, estos son, sin embargo, más representativos que los del pasado. Expresan más el país que actualmente somos y tenemos. No es el parlamento plutocrático de la república aristocrática ni el mesocrático de las aperturas liberales (1930 y 1956) sino que es un parlamento popular que procede de las aperturas democráticas (1978-1980 y 2001). Esto explica la menor calidad y al mismo tiempo la mayor representatividad del Congreso actual. Este es más representativo que los del pasado, pero no es totalmente representativo. Hay sectores sociales (pobres y muy pobres de las áreas rurales) y regiones que no tienen una cabal representación. Esto obedece, sin embargo, más a un defecto del diseño electoral que a una falla de los partidos.

Pese a que es más representativo, el actual Congreso tiene menos poder y es menos importante que los anteriores. Más allá de la supuesta independencia de poderes, el parlamento no llega a ser un poder que sirva de contrapeso al Ejecutivo en un régimen exacerbadamente presidencialista. En los regímenes parlamentaristas y semi-presidencialistas, en cambio, el parlamento es importante porque a través de él se accede al gobierno. La creciente delegación de facultades legislativas al Ejecutivo presidencialista lo debilita aún más. Muchas de sus clásicas funciones (foro público, espacio de negociación, centro de la representación, mecanismo de competencia, lugar de formación de las élites políticas) se han perdido o se han debilitado seriamente. La creciente disminución de poder parlamentario tiene que ver con el debilitamiento general del Estado y con la pérdida de encanto de la política en una época neoliberal. En estos tiempos, la política ha sido oscurecida por la economía; el Estado, destronado por el mercado y los partidos políticos tienden a ser desplazados por los poderes fácticos (empresarios, militares, Iglesia, medios, organismo financieros internacionales). Todo ello acentúa la crisis del parlamento cuya suerte puede cambiar (junto con la de la política y la del Estado) con la crisis actual del capitalismo neoliberal.

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ECONOMIA Y POLITICA

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Sinesio López Jiménez

Estamos discutiendo sobre un moribundo y su destino: el capitalismo salvaje. Jaime Althaus cree que no está moribundo ni es salvaje. Lo piensa más bien como un dechado de virtudes: eficiente, distributivo (equitativo), inclusivo, democrático. Yo pienso todo lo contrario. Sostengo que la crisis actual lo ha herido de muerte y que hay que enterrarlo sin honores. Será sustituido, espero, por un socialismo democrático en el largo plazo y en el interim, al menos, por un capitalismo democrático.

Sostengo que el capitalismo salvaje ya no es viable, no sólo porque se ha hundido con la crisis internacional que hoy vivimos, sino también porque las condiciones políticas que permitieron su emergencia y su vigencia han cambiado drásticamente en el Perú y en América Latina. El modelo neoliberal, como todo modelo de desarrollo, no es sólo un asunto técnico-económico sino también político. Requiere ciertas condiciones políticas que le permitan instaurarse y funcionar. Una primera condición fue una crisis profunda del viejo modelo populista, sentida incluso en la piel y en los estómagos de la gente que exigió su cambio a gritos. De eso se encargó el desastroso primer gobierno de García. Una segunda condición fue la derrota de la antigua coalición social y política que sostenía ese viejo modelo que ya no tenía quien lo defienda. Ni organismos empresariales, ni sindicatos, ni partidos políticos salieron en su defensa. Todos estaban en la lona: derrotados. De eso también se encargaron García, A. Guzmán y el mismo Fujimori.

Una tercera condición fue una nueva coalición social y política que lo impulsó y lo impuso si fue necesario, tal como sucedió en la mayoría de países de AL. Esa coalición estuvo integrada, en el caso peruano, por los organismos financieros internacionales, los inversionistas extranjeros y la burguesía local. Se fortaleció, luego del golpe de Fujimori, con la cúpula militar y también con los sectores conservadores de la Iglesia. Una cuarta condición fue la existencia de un equipo tecno-político que desplegó ciertos modelos de decisión, de gerencia y de gestión que ayudaron a darle viabilidad: concentración del poder en la cúpula, gobierno por sorpresa (decretos de urgencia), hiperactivismo legislativo del poder Ejecutivo y aplicación autoritaria de las políticas públicas. Una quinta condición fue la existencia de una correlación internacional de fuerzas que le dieron al modelo económico largo aliento y amplios horizontes.

¿Qué ha pasado con el capitalismo salvaje?. ¿Se mantienen aún las condiciones que lo hicieron viable?. Mi hipótesis es que esa forma de capitalismo ya no es viable como modelo de desarrollo, no sólo por la profunda crisis actual que casi lo ha enterrado, sino también porque las condiciones que le dieron origen y que permitieron su pervivencia han cambiado. En primer lugar, las estadísticas de esa crisis son incuestionables. Sólo falta que ella llegue agresiva y masivamente a la conciencia y a los puños de la gente. Que sea intolerable y rechazado por todos. En segundo lugar, la coalición que sostenía el modelo se ha debilitado y resquebrajado y, a medida que la crisis se profundice y aparezcan otras opciones, sufrirá nuevas grietas. En tercer lugar, han emergido y van a seguir surgiendo nuevas propuestas para sustituir el modelo en AL y en el mundo. En cuarto lugar, la correlación internacional de fuerzas ya no apuesta al capitalismo salvaje luego de las recientes experiencias traumáticas de la crisis internacional del capitalismo. Pese a estos cambios en las condiciones de funcionamiento del capitalismo salvaje, García insiste en mantenerlo. ¿Cómo? Mi hipótesis es que un modelo económico agotado, cuestionado, políticamente inviable sólo puede ser mantenido apelando a la fuerza. Si la política falla en defensa de la economía, entonces es la hora de las armas. Esa es la tesis de García y sus aliados.

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LA REPRESENTABILIDAD

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Sinesio López Jiménez

En las sociedades complejas, geográficamente extensas y densamente pobladas la representación es una necesidad. En estas sociedades no son posibles ni el autogobierno ni el gobierno representativo de las repúblicas clásicas. La representación liberal que abre las puertas de la política a la presencia legítima de los diversos intereses e identidades es inevitable. Sin ella no hay política ni democracia. Ello no obstante, la representación en América Latina presenta una serie de dificultades que es necesario enfrentar y superar para resolver los problemas de representatividad y de representabilidad. ¿Cuáles son esas dificultades?. En primer lugar, las que provienen de los partidos que se muestran incapaces para recoger las demandas de los ciudadanos, canalizarlas y procesarlas en el sistema político (crisis de representatividad). En segundo lugar, las que proceden de los ciudadanos latinoamericanos cuyas características dificultan su representación en el campo de la política (crisis de representabilidad). En tercer lugar, los inadecuados diseños electorales que, lejos de resolver esas crisis, las profundizan.

Aquí me concentro en los problemas que presentan los ciudadanos de AL para ser representados en el espacio político. En primer lugar, la ciudadanía desigual que procede del diferente acceso efectivo a los derechos reconocidos por los Estados dando lugar a los ciudadanos de primera, de segunda y de tercera categoría. Estos últimos sólo ejercen sus derechos políticos, acceden a pocos derechos civiles, carecen de derechos sociales, habitan las zonas rurales de la sierra y de la selva (Perú) y no tienen representación política. En el caso peruano, llegan a un tercio de la población. En segundo lugar, la configuración desequilibrada de la ciudadanía, según la cual ésta es más política que civil y social en toda AL (O´Donnell). Los derechos civiles tienen que ver con la libertad y los sociales con las condiciones para ejercerla: ¿Puede haber representación de los ciudadanos mutilados en sus derechos?. En tercer lugar, la ciudadanía multicultural cuyo desconocimiento por parte de las élites y los gobiernos lleva a excluir de la representación a los que no son criollos ni occidentales. En el caso peruano, los quechuas y aymaras demandan una mejor forma de integración mientras las etnias de la selva exigen un reconocimiento de sus diferencias culturales en el campo de la política.

En cuarto lugar, la desigualdad ante la ley, no en su dimensión normativa que es igual para todos, sino en su ejercicio efectivo que excluye a la inmensa mayoría del acceso a la justicia. El Perú ocupa el primer lugar en AL en los niveles de desigualdad ante la ley (Latinobarómetro, 2008). En el polo opuesto están Uruguay y Costa Rica. ¿Se puede representar a los excluidos de la igualdad ante la ley?. Finalmente, la exclusión de la mayoría de los ciudadanos de un empleo adecuado, de ingresos aceptables y de un nivel de vida digno hace difícil, sino imposible, su representación política. El conjunto de estas dificultades ha generado lógicamente una enorme desconfianza ciudadana en la política y en las instituciones representativas. Entre los 18 países encuestados de AL el Perú ocupa los primeros lugares en el ranking de desconfianza en la política, en la democracia, en el Congreso, en los partidos, en el gobierno y en el presidente de la República.

Quizás la pregunta sobre la orientación social de las políticas de los gobiernos de América Latina condensa la explicación de la desconfianza ciudadana: ¿Diría Ud. que (el país) está gobernado por unos cuantos grupos poderosos en su propio beneficio o que se está gobernando para el bien de todo el pueblo? La respuesta es contundente: El 88% de los peruanos creen que García gobierna para los grupos poderosos. En el polo opuesto, sólo el 40% de los uruguayos creen lo mismo de su presidente.
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POLITICA Y CORRUPCION

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Sinesio López Jiménez

La encuesta es contundente y deprimente. Los peruanos, los políticos, los gobiernos, las instituciones, casi todo está podrido en nuestro país. Eso es lo que cree la aplastante mayoría de los limeños que es, por lo general, gente moderada y hasta conservadora (IOP-PUCP). Confirma de ese modo la frase lapidaria de González Prada, pronunciada en horas difíciles para el Perú: Donde se pone el dedo brota pus. El pesimismo tiende a ser mayor entre los pobres y más pobres y entre los más viejos. Estos sectores han perdido, al parecer, toda esperanza de mejora en el campo de la honestidad y la transparencia. Más aún: Ellos perciben e imaginan que la corrupción presente y futura será peor a medida que avanzan en edad y descienden en la escala social. ¿Es posible hacer algo para revivir la esperanza en estos grupos sociales o todo está perdido?. Es probable que sólo el despliegue de una agresiva política de shock anticorrupción, impulsada por un movimiento político-intelectual-social, honesto, confiable y creíble, pueda devolverles la confianza y la esperanza en la política como un espacio de solución de sus problemas y de realización humana.

¿Qué factores, causas y motivos explican estas opiniones pesimistas y hasta suicidas de la mayoría de los limeños?. Es difícil saberlo sin una encuesta y un análisis más finos de su cultura política. Propongo aquí, sin embargo, algunas hipótesis que se apoyan en los datos de la encuesta. En primer lugar, las actitudes y comportamientos de los políticos, especialmente de aquellos que han asumido responsabilidades de gobierno, han destruido todo optimismo en los limeños. Los gobiernos más corruptos que recuerdan son los de Fujimori y de García, especialemente su primer gobierno. Ello no obstante, la mayoría reeligió a García y quiere elegir a la hija de Fujimori. ¿Qué explica esta especie de suicidio político y moral?. ¿Es acaso que el miedo pesa más que la probidad?. Hobbes pensaba que el miedo a la muerte violenta es la forma más eficaz de controlar todo apetito desmedido y la fuente segura de la racionalidad, la moralidad y del mismo Estado. En nuestro caso, no parece ser el miedo a la muerte violenta, sino el miedo a perder determinados intereses (reales o expectaticios, grandes o pequeños) el que induce a un comportamiento contradictorio y perverso de los electores peruanos. En el fondo, ese comportamiento electoral expresa la frase más perversa de la cultura política latinoamericana: No importa que (el gobierno) robe con tal que haga obra.

En segunda lugar, las instituciones (todos los poderes del Estado, todos los niveles del gobierno, las fuerzas represivas, los partidos con sus reglas de juego y sus procedimientos) son corruptas para la mayoría de los limeños. Son, además, ineficaces y poco creíbles. En realidad, es el Estado el que es puesto en cuestión por la corrupción. Esta es una vieja historia. La distancia entre el estado y los ciudadanos ha sido siempre sideral. Así nació a la vida republicana: un estado de criollos (12%) divorciado radicalmente de la mayoritaria sociedad de andinos y mestizos. Con pocos y frágiles puentes que los relacionan, las brechas abiertas entre ellos aún se mantienen victoriosas. ¿Es posible revertir esta imagen negativa del Estado y de sus instituciones o tenemos que conformarnos con un Estado distante, ineficaz y corrupto?. Es probable que una reforma estatal radical, que no sólo sea burocrática y administrativa, sino también política y ética, funde un nuevo Estado en el que todos podamos confiar y creer. Eso supone, en la práctica, una refundación del Estado y de sus instituciones. En el interim, el control horizontal eficiente y el control de los ciudadanos, la sociedad civil y de los medios pueden contribuir, según la misma encuesta, a reducir la corrupción que desborda al Estado y alcanza a la mayoría de los peruanos.
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LAS PROTESTAS Y LAS ARMAS

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Sinesio López Jiménez

La autorización del gobierno a la policía para disparar contra las multitudes contestarias cierra el círculo de la enemistad pública y de la violencia institucionalizada en el seno mismo del Perú. Enemigo ya no sólo es el otro –el estado extranjero- con el que se libra una lucha intensa. Por disposición del gobierno, de hoy en adelante es también enemigo el pueblo que protesta. En virtud de esa declarada enemistad, la policía está autorizada a disparar. Las armas, desde las más simples hasta las más sofisticadas, son medios para eliminar al enemigo público. Sólo a éste se le puede aniquilar. A los enemigos privados se les puede perdonar e incluso amar. Cuando el evangelio aconseja perdonar a nuestros enemigos ( “diligite enemicos vostros”) se refiere, no a los enemigos públicos, sino a los enemigos privados. A los enemigos públicos no se les ama, se les liquida con el arma. A diferencia de los otros idiomas, sólo el latín diferencia los tipos de enemistad en el lenguaje mismo. Enemicus es el enemigo privado y hostes es el enemigo público.

García extiende la enemistad pública de la política internacional al ámbito nacional. ¿Quién es el enemigo para García?. Como el mismo ha declarado, los enemigos, con los que el Perú libra una guerra fría, son los países que se oponen al modelo económico (neoliberal) y que proponen el populismo y el estatismo. Esos países, según el mismo García, tienen sus agentes internos (las protestas sociales) a los que hay que tratar como a los enemigos externos: con las armas. Como se ve, García es un modelo de coherencia política hasta en el error: No diferencia donde debiera diferenciar. Hay que acabar con las protestas sociales porque ellas se oponen y obstaculizan el funcionamiento del modelo neoliberal y porque juegan en pared con el enemigo externo (Venezuela, Ecuador, Bolivia y otros). Preguntas para García y Joselo: ¿Es esa o no la coherencia de la política internacional con la política nacional?. ¿Es el modelo económico (los intereses del gran capital) el criterio central que define la política internacional del Perú?.

¿Porqué García tiene que apelar a las armas para defender el modelo neoliberal?. Por varias razones claramente articuladas. En primer lugar, el capitalismo salvaje es (Cipriani dixit) impresentable en su contenido: un capitalismo voraz sin derechos ni garantías para el trabajo, inversión y acumulación sin distribución, autorregulación del mercado sin autoprotección de la sociedad, políticas económicas para los ricos y políticas sociales para los pobres. En segundo lugar, estas características del capitalismo salvaje inducen a los gobiernos neoliberales a utilizar formas de decisión y de gestión autoritarias para hacerlo viable: concentración del poder en la cúspide, gobierno secreto con decretos de urgencia, hiperactivismo legislativo (sin debate público) del Ejecutivo por delegación de facultades del Congreso y aplicación vertical de las políticas públicas. Con estas formas de decisión y de gestión, los gobiernos neoliberales quieren, además, evitar la presión social, el escrutinio público y la rendición de cuentas.

En tercer lugar, la imposición y el funcionamiento del capitalismo salvaje requieren ciertas condiciones sociales y políticas: una sociedad derrotada, atemorizada y desmovilizada y una oposición política débil y sin alternativas (como en los tiempos de Fujimori). Estas condiciones se logran con la ilegalización de las protestas sociales, la persecución de las ONG y la represión indiscriminada. ¿Significa esta tesis que nunca hay que apelar a las armas en el plano interno?. No, en modo alguno. Además de la legítima defensa, hay dos situaciones que permiten usar las armas legítimamente en el plano interno: el crimen organizado y los grupos armados que cuestionan el legítimo monopolio estatal de la violencia.
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UN PAIS AISLADO

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Sinesio López Jiménez

La relación entre el Perú y Chile ha cambiado radicalmente en el contexto sudamericano de los últimos cuatro años. En el 2005 Chile era un país aislado. Hoy el Perú ocupa esa situación. ¿Qué ha sucedido? ¿Qué explica ese cambio radical de las relaciones diplomáticas? Mi hipótesis es que Bachelet ha movido con inteligencia algunas piezas políticas que le han permitido recomponer (a favor de Chile) las relaciones con los estados sudamericanos y que García, por el contrario, ha hecho todo lo posible (probablemente sin quererlo) por aislar al Perú. ¿ Cuáles son los movimientos más significativos que ha realizado Bachelet para acabar con el aislamiento chileno?. En primer lugar, Bachelet ha roto la tradición diplomática chilena en sus relaciones con Bolivia y ha planteado una vasta agenda de discusión (los conocidos 13 puntos que escandalizan a García) en la que la mediterraneidad boliviana ocupa, sin duda, un lugar importante. A partir de esa propuesta, como es obvio, Bolivia recompuso sus deterioradas relaciones diplomáticas con Chile y modificó drásticamente las que despliega con el Perú. ¿Qué hizo García para neutralizar la movida chilena y mantener la tradicional amistad con Bolivia?. Mi impresión es que poco o nada.

En segundo lugar, Bachelet no ha acompañado la política de polarización ideológica en el campo de las relaciones internacionales sudamericanas desplegada por García y ha mantenido más bien una buena relación con Venezuela de Chávez y, obviamente, con Ecuador. En tercer lugar, Bachelet ha tomado una prudente distancia en el conflicto entre Venezuela, Colombia y Ecuador, particularmente en lo que se refiere a la presencia norteamericana en bases militares colombianas. Chile no se ha opuesto a esa presencia y ha asumido más bien una posición relativamente neutral como Brasil. Ha mostrado su preocupación, pero ha reconocido la soberanía de Colombia para decidir su política internacional.

¿Qué ha hecho García para llevar al Perú al aislamiento en el concierto de la política internacional sudamericana?. Mi hipótesis es que la falla principal de García radica en la definición elemental de la enemistad en el campo de las relaciones internacionales, justamente en el espacio en el que es necesario definir con precisión la relación amigo-enemigo. ¿Quién es el enemigo para García?. Desde el comienzo mismo de su gobierno, García decidió que Chile no era el enemigo. Chile era y es, en el peor de los casos, un competidor al que hay vencer en el campo del desarrollo. Los países enemigos, en cambio, son aquellos que cuestionan el modelo neoliberal y apuestan al populismo y al estatismo (el llamado socialismo del siglo XXI). Para decirlo crudamente, García no definió al enemigo de acuerdo a los tradicionales intereses nacionales del Perú, sino a tono con los intereses del capital transnacional. Desde esa perspectiva inventó una supuesta guerra fría en AL. Acusó a sus supuestos enemigos (Venezuela y Bolivia) de alentar la subversión en el Perú y extendió la relación internacional amigo-enemigo al ámbito nacional del país.

En ese horizonte de política internacional, García apoyó a Colombia en su conflicto con Venezuela y Ecuador a propósito de las FARC. Lo mismo ha hecho en el tema referido a la instalación de bases militares norteamericanas a las que ha brindado un caluroso apoyo, acentuando el deterioro de las relaciones del Perú con Venezuela y Ecuador. En resumen, la ideologización neoliberal de las relaciones internacionales por parte de García ha conducido al Perú al aislamiento actual, error que no ha cometido, por supuesto, el gobierno de Bachelet. Por todas estas consideraciones, mi punto de vista es que los peruanos debemos apoyar decididamente la denuncia peruana contra Chile en la Haya, pero no podemos acompañar los errores de García que han llevado al Perú al aislamiento sudamericano.
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