Sinesio López Jiménez
Las fotografías comunican, por lo general, más que muchas palabras. Ellas atrapan los momentos de una historia individual o colectiva y las congelan en imágines expresivas. Cuentan una historia congelada en imágines decidoras. Sospecho que esta idea es la que inspira la excelente exposición realizada por el Museo Metropolitano de Lima de las fotografías de lo que José Matos Mar ha llamado el desborde popular. En realidad, es la exposición de fotografías que José Matos ha ido acumulando para ilustrar sus estudios de las barriadas limeñas y del crecimiento de Lima gracias al protagonismo de los de debajo de la escala social.
Debajo de la historia congelada en fotografías hay una historia viva que Matos ha contado con claridad y pasión en sus libros, en particular en el Desborde Popular y la crisis del Estado. El libro rescata lo que Nathan Wachtell ha llamado la historia de los vencidos, la historia de los que nunca la tuvieron porque la que se ha impuesto es generalmente la historia de los vencedores. La lucha por la historia es, en el fondo, la pugna por la memoria de los protagonistas que la construyen. El libro fue y es un éxito de librería y forma parte de una galería de producciones intelectuales de la década del 80 que relataban historias parecidas: El otro Sendero de Hernando de Soto, Buscando un Inca de Alberto Flores Galindo, La otra modernidad de Carlos Franco, entre otros.
El protagonista del Desborde es el migrante y su historia comienza en 1940. El censo de ese año revela que solo 7 de cada cien peruanos estaban fuera del lugar en donde habían nacido, algo parecido a lo que pasaba en Europa a mediados del siglo XVIII en donde 5 de cada 100 europeos eran migrantes (Hobsbawm, 1962). El argumento del libro de Matos Mar es el siguiente: existe dos Perú que discurren paralelamente dándose de topetazos pero sin converger en un curso histórico común: el Perú oficial y el Perú marginado. El primero impone reglas de juego excluyentes para bloquear la incorporación de las clases populares a los diversos campos de la vida social oficial. El segundo pugna por incorporarse al mundo oficial cambiando las reglas de juego o ensanchándolas, objetivo que no consigue siempre. Cuando esto sucede y los movimientos populares son masivos, ellos desbordan a las instituciones oficiales y emerge la inestabilidad, la convulsión social o la anomia social.
En realidad, la historia del migrante, de las invasiones urbanas, de la consolidación del espacio ocupado y del reconocimiento de la propiedad es una parte del desborde popular. Hay otras historias de los de abajo que forman parte de ese desborde: el movimiento obrero, particularmente el clasismo de los 70, los masivos movimientos campesinos de los 50 y los 60 del siglo pasado, el boom educativo, etc. Expresan protagonismos sociales que han construido la historia del país desde los intereses y las aspiraciones de los de abajo en pugna con las historias que han sido impuestas desde arriba y desde afuera.
Es una historia inconclusa, abierta que no encuentra el camino para construir su propia representación política y para culminar en la conquista del gobierno. Su comportamiento social puede ser heroico, pero su conducta política es sorprendentemente pragmática y abre las puertas, sin quererlo quizás y en todo caso sin poderlo evitar, a historias impostadas como la del neoliberalismo actual.