HUMOR Y TERROR

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Sinesio López Jiménez

De Dios nadie se ríe, pero de los hombres y las mujeres podemos reírnos a mandíbula batiente. Eso explica que en las sociedades y en los estados teocráticos la risa y el humor son prácticamente inexistentes. En las sociedades aristocráticas predominaba (o era más conocida) la risa de los de arriba contra los de abajo. En las sociedades democráticas predomina la risa de los abajo tanto contra los de arriba como contra ellos mismos. En los albores del mundo moderno, la risa ayudó a la emergencia de la cultura popular, distinta de las culturas teocráticas y aristocráticas. El humor y la ironía jugaron un papel importante en la transformación de las monarquías absolutas en monarquías constitucionales. Voltaire apelaba al poder disolvente de la risa y se burlaba no sólo de monarcas y aristócratas sino también de Rousseau y de sí mismo.

Los que condenan el asesinato de los caricaturistas de Charlie Hebdo, pero afirman que estos se lo buscaron con su humor provocador, comparten (en el fondo) la misma lógica de los que dispararon. Al humor que los agravia le responden con un tiro. No le contestan con una crítica, con más humor o, en todo caso, con juicios en los tribunales sino que liquidan a los humoristas a balazos. Confunden la política con la guerra o, en todo caso, piensan la política como guerra y no desde la guerra. No hay política, sólo hay guerra. Carl Schmitt sostenía que es necesario pensar la política desde la guerra porque esta configura mejor la relación de amistad y enemistad que define a aquella. Para Carl Schmitt hay política y guerra.

Los terroristas no sólo diluyen la política en la guerra sino que transforman a esta en absoluta porque aquellos a los que combaten son enemigos absolutos que tienen que morir. No hay enemigos reales, sólo enemigos absolutos. Según Carl Schmitt, cuya trayectoria política condeno pero cuya enorme capacidad teórica reconozco, la enemistad absoluta surge cuando se fusiona la ética con la política. Esa fusión hace que todo enemigo sea malo al que, por consiguiente, hay que matar. No hay reglas de la guerra. Hay que rematar al enemigo, aunque se haya rendido. Esa fusión hace también que los fundamentalistas vean al mundo, no como un pluriverso en el que caben todas las culturas, sino como un universo en el que sólo cabe la suya. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Lo mismo puede decirse de la fusión de la política con la religión. Según los fundamentalistas religiosos los enemigos que critican o se ríen de los dioses verdaderos y difunden a sus falsos dioses  tienen que morir. No es un choque de civilizaciones como sostiene Hungtinton, sino un choque de fundamentalismos religiosos que atraviesan a diversas culturas. El catolicismo ha sido fundamentalista (cruzadas, guerras religiosas, santa inquisición) y hay sectores católicos que siguen siéndolo. De esto deriva la importancia de separar la política de la religión y de postular la necesidad de los estados laicos, como lo hicieron las monarquías absolutas en un primer momento y luego las revoluciones democráticas y republicanas, con la excepción de la revolución inglesa de 1648. Los estados nada tienen que ver con  la salvación de las almas que es asunto privado de las religiones.

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