Sinesio López Jiménez
Amó la vida, la belleza, la bondad, la libertad, la justicia y todos los valores que hacen grandes a los hombres y mujeres que los cultivan y defienden. Carlos Iván luchó contra la enfermedad y la muerte hasta que las fuerzas lo abandonaron. No tenía un sentimiento trágico de la vida, pero podía haber escrito con Unamuno: “No quiero morir ni quiero quererlo y si muero no me habré muerto yo, sino que me habrá matado el destino humano”. Amó y sufrió al Perú intensamente. Amó a su gente, sobre todo a la más humilde y sencilla. Amó su geografía agreste, variada y agresiva. Lo hacían sufrir la indiferencia, el abuso y la injusticia. Su exquisita sensibilidad a flor piel acrecentaba el sufrimiento.
“Una vida puede ser larga o breve. Si es breve,… un sentimiento de duelo invade la biografía, porque la vida no pudo continuar escribiéndola. Si es larga,…se tiene la sensación de que también el futuro histórico está plenamente contenido y articulado en su obra tardía” escribió el gran historiador alemán Reinhart Koselleck en homenaje al filósofo Hans-Georg Gadamer (su maestro). Tengo la impresión que la muerte de Carlos Iván ha cortado una vida madura, pero todavía en plena producción intelectual, llena de proyectos y de sueños que ahora quedan truncos. Espero que sus amigos y sus discípulos puedan continuarlos y hacernos sentir que, de ese modo, Carlos Iván sigue viviendo entre nosotros.
Fue antropólogo, poeta, investigador del IEP y profesor universitario. Escribió poesía que no siempre publicó. En cambio, su obra antropológica es vasta y de mucha calidad. Como antropólogo, hurgaba más allá de las apariencias hasta llegar al alma misma de los pueblos; quería comprender lo que Montesquieu llamó l´esprit d´une nation. Examinó diversos temas de investigación, pero se concentró en la diversidad cultural. Fue uno de los mejores especialistas, si no el mejor, sobre el fenómeno senderista. Los que conocimos y valoramos su calidad humana y su defensa de la vida, podemos afirmar que fue un autor que vivió intensamente en contradicción con su tema de investigación. Fue profesor de la Universidad San Cristóbal de Huamanga, de la UNMSM y profesor visitante de varias universidades de Europa y de Estados Unidos.
Fue un intelectual comprometido con las causas de la izquierda que vivió conscientemente las tensiones que eso implica: apostar a una causa justa sin renunciar a la búsqueda de la verdad, controlar la subjetividad para aproximarse a la objetividad de la vida, vivir con pasión la política sin abandonar la racionalidad de la ciencia para hacerla predecible. Fue un hombre profundamente ético, con una trayectoria limpia y transparente. Le disgustaban los enjuagues, las maniobras, la corrupción y las corruptelas de la política criolla. Animador cultural y publicista de las causas populares compartió con Santiago Pedraglio y conmigo la columna MARKO POLITICO en el Diario Marka, un matutino contestatario de los 80 al que le iba económicamente bien cuando al Perú le iba mal. Dirigió con Rolando Ames y conmigo la heterodoxa revista de izquierda El Zorro de Abajo que abrió las puertas a un pensamiento renovador de la política y que apostó al socialismo democrático.
Era, sin duda, una de las mejores plumas de la izquierda. Un estilo ágil, ameno, cristalino y lleno de imágines hacía inteligibles los conceptos más abstractos y abstrusos de las ciencias sociales. Escribía con fluidez y en limpio. La cuartilla salía directamente de la máquina a la imprenta. Fue miembro de la Comisión de la Verdad y de la Reconciliación (CVR) que dirigió Salomón Lerner Febres. En varios tomos de la CVR se percibe claramente su pensamiento y su estilo inconfundibles. Y ahora, querido Carlos Iván, ¿qué haremos tus amigos y amigas de la izquierda más cercanos (Carlos Tapia, Isabel Coral, Alberto Adrianzén, Roxana García Bedoya, Manuel Córdova, Nicolás Lynch, Jorge Nieto) sin ti, sin tu inteligencia, sin tu humor e ironía, sin tu sonrisa permanente?. ¡Que los Dioses te acompañen ahora que has dejado de morir porque has dejado de vivir!.
CARLOS IVAN DEGREGORI
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