LA FRANQUICIA ELECTORAL

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Sinesio López Jiménez

No son un partido. No tienen un proyecto claro, ni una organización activa (con estado mayor, cuadros intermedios, bases militantes) ni relaciones más o menos permanentes con la periferie social que les dé vida, pero tienen una franquicia electoral (inscripción en el JNE) y eso  los convierte, como por arte de magia, en un partido nacional. Este no es otra cosa que un político con una franquicia electoral. Gracias a esa franquicia, los políticos que la poseen pueden competir en las elecciones generales, formar “coaliciones”, dividir a las que se podrían formar, alquilarla (vientres de alquiler) y chantajear a los que no la tienen pero anidan sus pequeñas ambiciones. Todo esto hace de los llamados partidos nacionales una excrecencia morbosa de la colectividad nacional.

¿Y como se obtienen las franquicias electorales? Cuando había partidos, los militantes reclutaban las firmas; cuando ellos se debilitaron, los planillones se llenaban con firmas falsas; y ahora se compran en el mercado. Las firmas ya no expresan la adhesión voluntaria de los ciudadanos a los partidos sino que se han convertido en mercancías. Se calcula que cada firma cuesta más o menos un dólar y que, para alcanzar las cuatrocientos mil y más que exige el JNE con depuraciones de la RENIEC incluidas, es necesario presentar más de  un millón de firmas. La política se ha mercantilizado: se ha introducido el criterio de mercado en la política.

Los bienes y servicios se compran en el mercado con dinero. El ingreso a las universidades se obtiene gracias al mérito. La inscripción de los partidos en el JNE se basa en la adhesión libre y voluntaria de los ciudadanos. Cada esfera de actividad tiene su propio criterio de justicia. El ingreso a la universidad y la inscripción en el JNE no se deben comprar con dinero. Cuando se hace eso, se produce lo que Michael Walzer ha llamado el intercambio bloqueado, esto es, la injusticia. La mercantilización de la inscripción electoral hace que sólo los que tienen dinero, bien o mal habido (habría que investigarlo), puedan inscribirse y competir en los procesos electorales.

La posesión de la franquicia tiene, además, otros efectos sobre el sistema electoral y el sistema de partidos. Sus efectos devastadores sobre los partidos son peores que los del voto preferencial. La franquicia es el peor enemigo de la existencia y fortaleza de los partidos. Para competir en las elecciones ya no se necesita un partido. La exigencia formal de los comités de partido no tiene el nivel de exigencia de la verificación de las firmas y su inexistencia no puede ser sancionada ni afecta en nada a la franquicia. Esta es más que autosuficiente. La transformación de la franquicia en vientre de alquilar también impide la formación de partidos.

La franquicia distorsiona la formación de las coaliciones. Estas ya no se forman por enemistades compartidas o por coincidencias programáticas sino para poder pasar la valla electoral (5%) o, lo que es peor, para impedir la formación de coaliciones de organizaciones cercanas. Esto último es lo que está pasando con la izquierda que ha perdido la brújula en la definición de los enemigos, criterio central para definir las coaliciones y los programas.

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