Sinesio López Jiménez
En el último año de gobierno todos los presidentes, en particular los latinoamericanos, caminan como pato rengo. No siempre es así, sin embargo. Lagos y Bachelet de Chile se fueron con altos índices de aprobación. Lula de Brasil y Mujica de Uruguay casi salieron en andas. En el Perú, en cambio, la mayoría de los electores quiere sacarlos a empellones. Su salida es apurada y no les da tiempo ni oportunidad para organizar una alternativa de continuidad de su “partido”. Toledo no tuvo candidato presidencial ni lista congresal que lo defendiera ante García, quien lo tuvo durante cinco años como piñata.
García fracasó en organizar una candidatura presidencial y los electores redujeron sus 37 congresistas a 4. El control ciudadano es generalmente implacable. Es difícil predecir en qué terminarán los esfuerzos de Humala y Nadine por tener candidatos propios a la Presidencia de la República y al Congreso, sobre todo ahora que se les ha aparecido la Virgen (Urresti) que puede hacerles el milagro de la candidatura propia relativamente exitosa. Urresti puede tener éxito en frenar (e incluso destruir) a la dupla García-Fujimori, pero no les garantiza una victoria significativa. Tal vez solo un número de congresistas que haga de Gana Perú un partido que cuente (en términos de Sartori).
¿Por qué el último año de gobierno es difícil?. ¿Por qué los presidentes y sus seguidores no pueden organizar una línea de sucesión partidaria?. Hay varios factores que explican estas dificultades. El primero es la evaluación ciudadana del desempeño de los presidentes en el campo económico y social. Cuando son evaluados bien en ambos campos, se van saboreando la gloria y en olor de multitudes. Estos son los casos de Lula, Mujica, Lagos y Bachelet. Serían también los casos de Evo Morales (Bolivia) y de Correa (Ecuador) si se fueran ahora. Cuando les va bien en el campo económico, pero son desaprobados en el campo social, los presidentes se van como en el Perú: sin pena ni gloria.
Gracias al boom exportador, el Perú tuvo el supuesto “milagro económico”, pero todos los presidentes no lo aprovecharon para diversificar la economía y desplegar políticas sociales agresivas. Sólo al final de su gobierno, Toledo impulsó el Programa Juntos; García prefirió el cemento a las necesidades sociales de la gente; Humala transformó los derechos universales de la inclusión en asistencialismo. El segundo factor explicativo es el conjunto de promesas incumplidas. Todos, unos más que otros, despertaron grandes expectativas en la gente, pero los logros al final de los gobiernos son muy pocos. El desfase entre expectativas y logros no se ha producido por falta de recursos (que los tuvieron en abundancia) sino por una apuesta consciente de servir a los grandes intereses de los ricos y distribuir las migajas a los pobres. En ambos factores ha jugado un papel decisivo la captura del MEF y del BCR por la CONFIEP, los medios de derecha y los tecnócratas neoliberales.
Otros factores son el papel de los medios y la inexistencia de un sistema de partidos. Los medios de derecha se ensañaron con Toledo y Humala y mimaron a García, pero no lo salvaron de la debacle. En su peor gobierno, en cambio, la fuerza partidaria del Apra permitió que Alva Castro obtuviera el 20%. Todo un milagro partidario.