Sinesio López Jiménez
Al establisment neoliberal se le sigue moviendo el piso. Las movilizaciones estudiantiles no sólo han logrado alinear a la mayoría del Congreso y de las fuerzas políticas en la posición de cambiar o derogar la ley Pulpín. Han logrado también producir fisuras en los Congresistas oficialistas, algunos de los cuales piden al Ejecutivo escuchar la voz de la calle. Han obligado al Ejecutivo y al núcleo duro de los neoliberales, autores de la ley de marras (MEF y PRODUCE), a hacer algunas concesiones y a cambiar el énfasis en los criterios que justifican la ley.
Sostienen que la ley puede tener un período de prueba para ver si funciona o no; que el núcleo central que la justifica es la capacitación y la elevación de la productividad; que los jóvenes tienen derecho a las utilidades porque eso depende de otra ley; que en el reglamento de la ley se pondrán los candados necesarios para evitar los despidos de los jóvenes trabajando de acuerdo al régimen general; que para superar la resistencia van a mejorar la comunicación “porque tenemos razón” (Ghezzi dixit).
Ningunean las críticas fundadas de la oposición, desvalorizando los datos laborales del INEI y sobrevalorando los de ENAHO, la encuesta a la que se escapan hasta los elefantes (los ricos) cuando indaga sobre la distribución de los ingresos. El Ejecutivo está dispuesto a combinar el palo y la zanahoria. Si las concesiones no funcionan, entonces hará uso de la represión. El procurador del MININTER ha presentado “un denuncia preventiva” contra los responsables de los actos de violencia que generen las movilizaciones. Es una política de amedrentamiento.
Quizá uno de los mayores logros de las movilizaciones juveniles es la neutralización de los medios de derecha, especialmente del acorazao de la concentración mediática. En un editorial de colección, el decano, que siempre ha condenado toda contestación social, defiende la libertad de protesta y rechaza los recortes que quiere imponer Urresti, el ministro del Interior. Es la confesión de una derrota en su propia cancha: el de la opinión pública que respalda en forma mayoritaria a los pulpines.
Los movimientos juveniles han desinflado el globo de ensayo (la ley Pulpín) cuya aceptación sin protesta hubiera hecho posible la eliminación de los derechos a todos los trabajadores. Han derrotado parcialmente, al menos, “una estrategia de desarrollo basada en la contención de las remuneraciones. El neoliberalismo criollo supone que suprimir los llamados “costos laborales” llevará a mayores ganancias y a un crecimiento de la inversión que poco a poco iría produciendo una mayor demanda de los trabajadores con la consiguiente elevación de los ingresos” como afirma Gonzalo Portocarrero (El Comercio, 31/12/14).
La consolidación de estos logros exige el fortalecimiento y la institucionalización del movimiento de los jóvenes, especialmente del movimiento estudiantil, la continuidad de las movilizaciones evitando el desgaste, la negociación con los diversos grupos parlamentarios para que deroguen la ley, el respeto a los medios controlando a los extremistas provocadores. Hay que superar la ilusión de que el movimiento lo puede todo para avanzar hacia una organización duradera, plural e institucionalizada.