Sinesio López Jiménez
En estos tiempos es poco frecuente analizar la historia para hacer una apuesta política, fundar la política en la historia. La mayoría de nuestros políticos actuales sólo tienen ambiciones desmedidas, frecuentemente al servicio de sus intereses personales. Son políticos sin memoria y sin historia: políticos light que se los lleva el viento. Son muchas veces iletrados y ágrafos. Es probable que escribir siquiera una página les produzca surmenage. Algunos de ellos, incluso, son dueños de universidades que han hecho de la educación, que es un derecho de todos, un negocio privado.
El libro de Lynch, que se va a presentar mañana en la librería El Virrey, rompe con la monotonía de estos grises tiempos neoliberales y vuelve a las tradiciones clásicas y modernas que vincularon estrechamente la historia y la política. Para ambas tradiciones el vínculo entre ellas fue la confianza en la razón que todo lo explica. Una historia bien contada funda una política eficaz. Esta creencia viene desde Aristóteles y llega hasta Marx, los liberales y los anarquistas del siglo XIX y atraviesa las épocas históricas, las geografías y las diversas corrientes ideológicas. El Republicanismo del Medioevo, que nació para disputar con la historia de Dios y con la historia de la Fortuna, va más allá y sostiene que la historia no funda la política sino que ella se hace a través de ésta. Maquiavello encarna esta apuesta en toda su grandeza.
Esta enorme confianza en la razón entró en crisis con Freud, Weber, Pareto, Sorel, Frazer, Levy-Bruhl y otros intelectuales en el campo de las ciencias duras. La necesaria relación entre ciencia histórica (o la ciencia simplemente) y la política se rompió. La política ya no se deriva necesariamente de la historia. Las pasiones, los mitos y la afectividad en general pueden invadir todos los campos de la actividad humana. Salvo Sorel, la mayoría de estos intelectuales, reconoce la irracionalidad que invade todas las actividades humanas para reducirla y ensanchar el campo de la racionalidad. Gramsci y Mariátegui, que inspiran en gran medida el libro de Lynch, reconocieron en sus escritos la fuerza del mito en la política sin desvincularla de la historia.
Para Gramsci la forma de escribir la historia revela la forma de hacerla y es un buen libro de historia aquel que nos ayuda a hacerla mejor en el presente. Eso significa que la historia tiene también una dimensión normativa como bien lo subraya Nicolás Lynch. Las dos partes sustantivas de la historia para Lynch son las fallas estructurales o clivajes irresueltos (la herencia colonial, la república vacía, el Estado criollo, la nación, la desigualdad, la cholificación) y las incursiones democratizadoras que son procesos de democratización que no llegan necesariamente a constituir un régimen democrático porque no se han construido las instituciones que garanticen tanto las libertades como la participación política.
La primera y la cuarta parte del libro tienen que ver con las apuestas políticas desde la izquierda. Estas serán sin duda las más discutidas. Este ensayo de Lynch rompe con la monotonía de algunos escritos de jóvenes o no tan jóvenes sociólogos o politicólogos que revelan sus sueños kafkianos (incluidas las pesadillas de la hiperinflación de García, Sendero Luminoso y el golpe de Fujimori) en los que se acostaron izquierdistas (e incluso marxistas) y se despertaron neoliberales.