LA PERFECCION DE LO PUBLICO

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Sinesio López Jiménez

Hay ideas y creencias que se mantienen y sostienen a lo largo de los tiempos. Ellas sobreviven a los cataclismos sociales, a las revoluciones políticas, a los cambios económicos, a los vaivenes de la demografía, a las evoluciones lentas y moleculares de las sociedades y los estados. Para entenderlas, los historiadores franceses de los Annales apelan a la categoría teórica de civilización que, en contraposición a la de modo de producción, permite comprender todas las historias, particularmente la de la larga duración. Este es el caso de la idea de lo público. En el mundo griego, lo público aparece en la ciudad-estado como contrapuesto a la familia que pertenece al mundo privado. Lo público es la acción (praxis) y el discurso (lexis) desplegados por los ciudadanos en la polis. La acción y el discurso coexisten y son iguales: la mayor parte de la acción política se realiza con palabras y el hallazgo de las palabras oportunas en el momento oportuno es acción. El pensamiento y la información quedan en un segundo plano. La pura violencia, propia del mundo privado, es muda, razón por la cual ella nunca puede ser grande (Arendt). Poco a poco hubo un desplazamiento de la acción por el discurso: “Ser político, vivir en una polis, significaba que todo se decía por medio de palabras y de persuasión y no con la fuerza y la violencia” (Arendt). Para los griegos mandar en vez de persuadir eran formas pre-políticas. García, quien entre nosotros se hace pasar como el político por excelencia, pertenecería al mundo pre-político de los griegos.

Lo público es también el espacio de la libertad (gracias a que la familia del mundo griego resuelve las necesidades vitales) y es también el centro de la igualdad (que significaba vivir y tratar sólo entre pares). Lo público implica, por un lado, la excelencia (areté en Grecia, virtus en Roma) y, por otro, lo duradero. Para los griegos, sólo los que viven en lo público (los ciudadanos de la polis) alcanzan la perfección y duran en el tiempo (sin llegar a la eternidad) más allá de lo efímero. Hanna Arendt, conocedora profunda del mundo helénico, sostiene que sólo los sentimientos fuertes, como el amor y el odio, se evaporan cuando se hacen públicos. Por esa razón –le faltó añadir pese a que tenía experiencia para decirlo- los mejores son los amores clandestinos.

En el mundo medieval el hombre de acción fue reemplazado por el hombre de la fe, la oscuridad de la vida cotidiana chocaba con el esplendor de lo sagrado y la vida pública, que nacía del debate público y de la acción de los ciudadanos en el mundo clásico, se extinguió en la práctica. Ella fue reemplazada por la publicidad representativa (Habermas), basada en la autoridad de la fe y en la exhibición del poder. El saeculum, el lugar y el tiempo en donde viven los seres humanos, formaba parte de la historia de Dios. El humanismo cívico entre los siglos XII y XV, uno de cuyos representantes más ilustres fue Maquiavelo, buscó construir una historia propiamente humana a través del republicanismo, colocando en el centro de esa historia las ideas de bien común, de virtud cívica y de ciudadanía activa. Esa tarea indujo al republicanismo cívico a recrear la experiencia de Roma republicana y a enfrentar al imperio feudal y al papado.

En el mundo moderno, gracias a los profundos cambios culturales, económicos, sociales y tecnológicos, emerge la esfera social que, en la perspectiva de Arendt, no es pública ni privada, que desdibuja sus linderos y anula acción y el discurso. Lo público, se empobrece y queda reducido, en la monarquía absoluta y en Hobbes, a la relación de autoridad que ejerce el soberano para proteger al ciudadano que, a cambio, le debe obediencia. Los hombres y las mujeres ya no actúan sino que se comportan. La esfera privada moderna es, en cambio, tremendamente rica debido al desarrollo del individualismo moderno. Ella es opuesta tanto a la esfera social como a la esfera política. Su función es proteger lo íntimo que es un invento del siglo XVIII, para lo cual se muestra más opuesta a lo social, pese a su cercanía, que a lo político. Gracias a la emergencia de la sociedad de mercado y a la sociedad de individuos (Polanyi), lo público reaparece como producto del ejercicio público de la razón (Kant, Habermas, Koselleck). La crítica de los cafés y los salones, la argumentación racional de la prensa y la Ilustración ensanchan los linderos de lo público, crean la esfera pública y la sociedad civil y, desde ellas, abren al estado cerrado y monopólico de la monarquía absoluta, transformándola en una monarquía constitucional y en una democracia.

Pese a los cambios brevemente reseñados a lo largo de la historia, se ha mantenido la fuerza política de la publicidad (Habermas) en sus tareas de mejora y perfeccionamiento de las instituciones del Estado. Para el Perú actual, la lección es clara. Que se abran todas las puertas del Estado y del gobierno. Que circule aire fresco. Que todo lo oculto salga a la luz. Que se hable en voz alta. Que se decida y actúe en público. Que todos los políticos y los funcionarios muestren las manos. Que todos los ciudadanos vean, oigan y sepan todo lo que pasa en el Estado, salvo lo que concierte a los asuntos de la seguridad nacional.

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