CRITICA Y CHUPONEO

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Sinesio López Jiménez

En la política como en otras dimensiones de la vida el azar existe. Pero ese no es el caso de los petro-audios. Estos tienen sus explicaciones. Aquí sugiero una. Mi hipótesis es que el chuponeo telefónico es una forma de abrir a la mala ciertos estilos políticos (caudillismo patrimonialista), estados y gobiernos cerrados y corruptos. Si los políticos y los funcionarios actuaran con trasparencia, si los gobiernos fueran realmente democráticos y los estados fueran abiertos a la crítica y a participación de los ciudadanos, el chuponeo sería innecesario.

Hablan mucho, pero les encanta el secreto del poder que ejercen. Usan la palabra para ocultar, no para revelar. Les disgusta la crítica. La confunden con el delito y la subversión. Sólo les gusta el aplauso. Su juego favorito es el monopolio del poder. Pretenden tener también el monopolio del saber. Ellos creen que todo lo pueden y que todo lo saben. En esa medida, desprecian a los ciudadanos de a pie. Se creen dueños del país. Todo lo quieren poseer (si son estatistas) o todo lo quieren vender, incluido el mar como en el Otoño del patriarca (si son liberales). Como niños con juguetito nuevo, se deleitan con la exhibición de su poder. Les encanta la solemnidad y la rigidez del gesto. El poder que ejercen (y les gusta ejercer) se traduce en expresión corporal. Caminan como pavos reales. Como al patriarca de García Márquez les encanta el monólogo y les disgusta el diálogo. Ahora, la pregunta por un millón de soles. ¿De quien es este perfil? ¿De Velasco Ibarra?, ¿De Hugo Chávez? ¿ De García?. En realidad, ese perfil puede ser de cualquiera de ellos. Es el perfil de los caudillos y de los que se sienten caudillos.

Todo poder tiende a ser monopólico y cerrado. Esta parece ser una aspiración universal que cultivan los que lo detentan tanto en Occidente como en Oriente. La monarquía absoluta europea tuvo todos los monopolios (principio de potestad, la decisión, la fuerza, la ley, la administración, la justicia –Hobbes postulaba incluso el monopolio de la propiedad-) y fue un estado cerrado. Los estados oligárquicos de América Latina no han tenido esos monopolios, pero han sido cerrados y les ha encantado el silencio. Ellos se parecen más a los estados feudales clásicos que a las monarquías absolutas. El estado feudal clásico poseía una soberanía limitada. La titularidad del poder reposaba en Dios y en su representante en la tierra, el Papa. Este los coronaba en nombre de Dios, les autorizaba el ejercicio legítimo del poder y les vendía la idea de que eran herederos del Imperio Romano. (Algunos se lo tomaron en serio y disputaron el poder al Papa). La asamblea de príncipes, además, regulaba su capacidad coercitiva e impositiva. No existía, en la práctica, la idea de soberanía. El poder de los estados oligárquicos, en cambio, no provenía de la mano invisible de Dios sino de la santidad de las costumbres, del control limitado de la fuerza o de una participación electoral muy limitada.

Todos estos estados en Europa y en AL desaparecieron gracias a las luchas democráticas de los ciudadanos. Las democracias acabaron con el monopolio del poder (salvo el de la coerción) y con la cerrazón y los secretos. Esto supuso tres cosas: la apertura al diálogo, al debate público y a la competencia (la libertad); la inclusión política de todos los ciudadanos a través de la participación electoral (la igualdad política y la representación); y la actuación transparente del Estado y del gobierno (a través de la accountabilitiy). Inglaterra se abrió primero a la libertad y luego a la participación; Alemania de la República de Weimar, primero a la participación y luego a las libertades y Francia, a las dos cosas al mismo tiempo a través de la revolución de 1789. América Latina ha salido de sus estados oligárquicos a través de tímidas aperturas a las libertades (los liberales) y a través de la participación (los populismos). Como es obvio, en AL no existió la ruta francesa. Las democracias tempranas (Chile, Costa Rica y Uruguay) recorrieron la ruta liberal-democrática a cabalidad. Las democracias tardías (la del Perú entre ellas), en cambio, no han logrado recorrer plenamente ni la ruta liberal-democrática ni la ruta democrática-liberal. Colapsaban y venían las dictaduras. Estas se agotaban y volvían las tímidas democracias, dibujando, de ese modo, un movimiento cíclico. Las democracias tardías son incompletas.

En el proceso de construcción democrática ha jugado un papel central la crítica. Más amplia y eficaz en Europa que en AL. La crítica desplegada en los cafés, en los salones, en la prensa, en las logias secretas, en las universidades y la academia (la Ilustración) abrió los estados cerrados, cuestionó sus monopolios y contribuyó a convertir las monarquías absolutas (los estados oligárquicos en AL) en monarquías constitucionales y en democracias en el caso europeo. La crítica consistió en hacer público lo que, en el Estado, era cerrado y secreto. Ella desempeñó el mismo papel del chuponeo de ahora en lo que se refiere a los asuntos del Estado. En resumen, creo que la moraleja que fluye de mi análisis es clara. Menos caudillos, más apertura, más critica, más transparencia, más democracia.

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