Sinesio López Jiménez
Los analistas estamos obligados a explicar la obsesión de control que García quiere desplegar sobre las ONGs que constituyen un componente importante de la sociedad civil. ¿Qué actividad de estos organismos privados con proyección pública preocupan tanto a García? ¿Por qué quiere echarse abajo un elemento central de control social sobre el gobierno y el Estado? Una rápida revisión a la historia de las ideas y a la historia política de la sociedad civil quizás nos ayuden a entender las obsesiones y prejuicios de García contra la sociedad civil. Desde el momento (1324) en que apareció como idea en Occidente, la sociedad civil se colocó frente al poder establecido para criticarlo y ha mantenido con frecuencia esa posición y ese rol a lo largo de la historia hasta nuestros días para bien de todos, salvo para los autoritarios de toda laya. En realidad, la sociedad civil tiene una historia intelectual y otra social y política. En la historia intelectual, la sociedad civil asumió, en un primer momento, un sentido laico pues su primer teórico, Marsilio de Padua, exigía a la todopoderosa Iglesia Católica de entonces que se dedicara exclusivamente a la salvación de las almas y dejara a la sociedad civil el papel de atender la satisfacción de las necesidades materiales a través de la producción y la distribución de los bienes. Posteriormente la sociedad civil aparece de diversas maneras y en diferentes espacios: sociedad civilizada creada y absorbida por el Estado (Hobbes), asociación fundante del Estado (Locke, Kant, Ferguson), sistema de necesidades atendidas por el mercado y la división del trabajo (Hegel), esfera autoorganizada e independiente del Estado (John Stuart Mill y Tocqueville), relaciones sociales de producción en la estructura económica (Marx), momento cultural y espacio de consenso (Gramsci), nivel institucionalizado del mundo de la vida que ejerce control sobre el sistema político (Habermas). Su historia real es más aleccionadora y deslumbrante tanto en Europa como en América Latina. En Europa germinó silenciosamente en el mundo privado, en donde la monarquía absoluta había colocado a las creencias religiosas, la moral privada, las convicciones íntimas, las ideas de los intelectuales, separado de la relación de autoridad establecida entre el soberano y los súbditos (lo público y político) como estrategia de tolerancia para poner fin a las guerras religiosas de protestantes y católicos. Asumió diversas formas en su desarrollo dentro de ese mundo privado (esfera pública, ilustración, logias, asociaciones), ensanchó ese espacio privado, cambió los linderos que el absolutismo había colocado entre lo público y lo privado, asumió un rostro público social y, como tal, desplegó una crítica radical contra el Estado Absolutista. Las fuerzas interesadas en conseguir influencia en las decisiones del poder estatal apelaron al público pensante para legitimar sus exigencias ante esa nueva tribuna. En el continente europeo la crítica pública se volvió virulenta. Los cafés y los salones de reuniones se transformaron en centros de agitación política. El comentario y la crítica constantes transformaron a las monarquías absolutas en monarquías constitucionales. Su impacto en el poder político fue, sin embargo, desigual: Más fuerte en Inglaterra, menor en Francia y mínimo en Alemania.
En las transiciones democráticas de los países comunistas de Europa Oriental y de América Latina de los 80, las sociedades civiles jugaron un papel central. Sus demandas eran múltiples como los intereses que ellas representaban, pero compartían algunas demandas comunes centrales, entre ellas el respeto a las libertades. Sus movilizaciones produjeron profundas grietas en las dictaduras que comenzaron a liberalizarse y luego a abrirse a los procesos electorales que dieron origen a los gobiernos democráticos. En el Perú, la transición democrática del 2000 no hubiera sido posible sin la crítica valiente de algunos medios de la esfera pública y sin la acción decidida e imaginativa de los ciudadanos y de la sociedad civil. Hasta Febrero de este año, Fujimori creía tener asegurada su segunda reelección anticonstitucional sin tropiezos. La transición democrática era una alternativa muy remota: ni siquiera era muy clara para algunos candidatos de la oposición. Pero a partir de marzo de ese año todo cambió. Los ciudadanos y la sociedad civil autónoma inventaron un candidato en un mes, enmendaron la plana a las fuerzas políticas de oposición que no habían logrado forjar la unidad para enfrentar al autoritarismo y reinventaron las calles y las plazas públicas dejando atrás la videopolítica y el bloqueo informativo de los canales de televisión abierta al servicio del gobierno autoritario. Con el advenimiento de los gobiernos democráticos, las sociedades civiles han jugado un papel de revigilancia, control y fiscalización de las diversas actividades de sus respectivos Estados y gobiernos. El control de la sociedad civil y el rol vigilante de la prensa independiente han frenado la tentación autoritaria y los insanos apetitos de la corrupción.