CAMBIAR EL PASADO

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Sinesio López Jiménez

En el Perú, al parecer, estamos condenados a cambiar el pasado y no el provenir. García, por ejemplo, está empeñado en mantener el presente para cambiar su pasado. El tenía otras opciones, pero ha preferido la más conservadora que, sin embargo, tiene sus riesgos. En efecto, el éxito de esa opción, que tiene un fuerte componente en favor de los ricos, no depende de él, como actor, ni de su partido, sino de las circunstancias internacionales. ¿Logrará cambiar su pasado?. Es difícil saberlo, especialmente cuando casi todo depende del azar y de la libertad de otros actores. Lo que sí se puede afirmar con un cierto nivel de certidumbre es que, cuando se escriba la historia desde los de abajo (como lo intentaron varios autores de diversas orientaciones políticas en la década del 80 del siglo pasado), García se diluirá como una pequeña pompa de jabón. En verdad, lo que se ha propuesto García es más una tarea de historiadores que de políticos. García es el único conservador que no puede decir que todo tiempo pasado fue mejor.

La historiadora que sí ha logrado cambiar el pasado del Perú, especialmente el del siglo XIX, es Carmen Mc Evoy en dos sentidos. En primer lugar, sus notables investigaciones y publicaciones sobre las ideas y proyectos políticos de ese siglo (La Utopia Republicana, Un Proyecto Nacional del siglo XIX, Forjando la nación) han sido corrientes de aire fresco en la asfixiante perspectiva economicista que predominaba hasta hace poco en la historiografía peruana. En segundo lugar, sus exploraciones en torno a la idea republicana, al gobierno representativo y a las virtudes cívicas (el bien común, la defensa del mismo aún sacrificando los intereses propios, la ciudadanía activa, la austeridad, la moderación, etc.) han puesto en cuestión el predominio de las ideas liberales en el proceso independentista y en la historia de las ideas del siglo XIX. En realidad, esta nueva perspectiva forma parte de una revolución copernicana en la historia de las ideas que, realizada por la escuela de Cambridge (John G.A. Pocock, John Dunn, Quentin Skinner) a partir de los 70 del siglo pasado, desplazó al liberalismo de su rol protagónico en esa historia y en el impacto sobre la política de algunos países (Inglaterra y Estados Unidos). La monumental obra de Pocock (El momento maquiaveliano. El pensamiento político florentino y la tradición republicana atlántica) logró “mostrar a los Estados Unidos menos como el primer acto revolucionario de la Ilustración y más como el último gran acto del Renacimiento”, como recientemente lo ha recordado el politólogo mejicano José Antonio Aguilar. En una notable publicación hecha por el IEP ( La república Peregrina, hombres de armas y letras en América del Sur, 1800-1884), Carmen Mc Evoy y la historiadora chilena Ana María Stuven (editoras) extienden esta perspectiva a la mayoría de los países sudamericanos. Varios historiadores investigan el tránsito de los países de América del Sur desde la república de las letras a la república posible. Este tránsito aparece como un peregrinaje, no sólo porque muchos de estos personajes (algunos de ellos extranjeros) se desplazan por diversos países latinoamericanos, sino también por el carácter incierto y riesgoso que implica todo peregrinaje. Los peregrinos son más o menos conocidos: Simón Bolívar, Jaime Zudánes, Juan José Castelli, Juan Crisóstomo Lafinur, Simón Rodríguez, Andrés Santa Cruz, Los hermanos Arboleda, los hermanos Bilbao, Domingo Faustino Sarmiento, Benjamín Vicuña Mackenna. Citando a Elías Palti, profesor de Universidad de Quilmes, las editoras y autoras asumen el paradigma de los modelos y las desviaciones, presentando a los primeros como parte de la historia intelectual de Occidente y a las segundas como “yerros” de la periferie, productos de una cultura tradicional y jerárquica.

En el breve espacio que dispongo, me gustaría discutir esta tesis central que inspira y da forma al libro de Mc Evoy y Stuven. El republicanismo se expresa en varios modelos: el clásico (Esparta y Roma) que combinó el gobierno representativo con las virtudes cívicas; el de las ciudades-republica italianas que recogieron Maquiavelo, Guiciardini, Savonarola y otros de la tradición romana republicana; el de Harrington que combinó la tradición romana y maquiaveliana con algunos elementos liberales para el caso inglés; el de Rousseau que asumió el modelo romano y el de las ciudades-república italianas, pero sin el gobierno representativo, el de Jefferson que hizo suyo el modelo rousseauniano, pero con el gobierno representativo, el del joven Hegel que asumió el modelo maquiaveliano. ¿Qué modelo o qué modelos republicanos asumieron los hombres de armas y letras de América del Sur?. Lamentablemente el libro que comento no explora este tema que, a mi juicio, es central para ir más allá de un republicanismo epidérmico que se impuso porque no había otra alternativa frente a la monarquía. El único caso que se investiga es el de Manuel Arredondo, jurista español y regente de las audiencias de Buenos Aires y Lima, en cuya biblioteca no se encuentran evidencias de una influencia republicana. Eso era esperable puesto que en España predominó, no una tradición maquiaveliana, sino escolástica. ¿Por qué los casos latinoamericanos son desviaciones o yerros?. ¿Por qué el caso norteamericano no es un yerro si está al otro lado del Atlántico?. Como se sabe, la revolución norteamericana dio origen, no a una democracia, sino a una república o a unas repúblicas y, sólo a partir del debate constitucional de 1787, los federalistas (Madison, Hamilton y Jay) plantean la forma de combinar la tradición republicana, propia de comunidades pequeñas, homogéneas y unánimes, con la enorme geografía y la compleja historia norteamericanas. Este modelo norteamericano combinó el republicanismo con el liberalismo y la democracia dando origen a la republica democrática. Más que yerros habría que analizar las experiencias sudamericanas como variantes republicanas, algunas de las cuales pegaron más que otras en el chúcaro escenario latinoamericano.

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