Blog de ArturoDiazF

IRTP recibe Resolución de Inicio al nuevo régimen del Servicio Civil

El Instituto Nacional de Radio y Televisión del Perú (IRTP) recibió la Resolución de Inicio (RI) del Proceso de Implementación del nuevo régimen del Servicio Civil por parte de la Autoridad Nacional del Servicio Civil – SERVIR.

En ceremonia realizada en las instalaciones del IRTP, Juan Carlos Cortés Carcelén, presidente ejecutivo de SERVIR hizo entrega de la Resolución de Inicio a Hugo Coya Honores, presidente ejecutivo del Instituto Nacional de Radio y Televisión del Perú.

Juan Carlos Cortés, señaló que la entrega de la RI constituye un hito del proceso de tránsito del IRTP al nuevo régimen del servicio civil y es una muestra de haber realizado avances significativos en dos de las cuatro fases del tránsito; todo este proceso gracias al trabajo conjunto entre la entidad con el equipo técnico de SERVIR.

Asimismo, agregó el importante papel del IRTP por brindar programas y contenidos de calidad, innovando cada día en beneficio de la ciudadanía, e incluso destacó el lanzamiento del primer noticiero en quechua “Ñuqanchik” que conducen Clodomiro Landeo y Marisol Mena, de lunes a viernes por la señal de TV Perú (Canal 7) y Radio Nacional.

Por su parte, Hugo Coya, destacó la labor realizada por el equipo de trabajo del IRTP, asimismo agradeció el apoyo de SERVIR y resalto que la reforma del servicio civil permitirá a todos los servidores civiles de IRTP llegar a la eficiencia y brindar servicios de calidad para todos los peruanos.

“Es importante para nosotros recibir por parte de SERVIR la Resolución de Inicio porque es un reconocimiento al trabajo realizado por todos los trabajadores que forman parte de IRTP y comprometió a todos a continuar las siguientes fases para el pase al Nuevo Régimen del Servicio Civil”, añadió el presidente del IRTP.

En la ceremonia también participaron Felipe Vicente Berninzon Vallarino, Gerente General; Marco Alva Tadoy, Gerente de Administración y Finanzas; Raúl Fernández Vinces, Director Oficina General de Planificación y Desarrollo; Rosa Esther García More, Directora General Oficina General de Asesoría Legal; y, Cesar Augusto Calmet Bueno, Jefe Oficina de Administración de Personal; de IRTP respectivamente.

A tener en cuenta:

  • El Instituto Nacional de Radio y Televisión del Perú (IRTP) se convierte en la entidad número 38 en recibir la Resolución de Inicio.
  • El Instituto Nacional de Radio y Televisión del Perú (IRTP) está conformado por los medios de comunicación TV Perú, TV Perú HD, TV Perú 7.3, Canal IPE, Radio Nacional y Radio la Crónica.

Lima, 20 de diciembre de 2016
Imagen Institucional

En: servir.gob.pe

08/12/2016: Algunas preguntas y respuestas sobre el fin de la URSS

Hoy hace 25 años se firmaba el tratado de Belavezha con el que el presidente de Rusia, Borís Yeltsin, el de Ucrania y el de Bielorrusia declaraban la disolución de la Unión Soviética y el establecimiento en su lugar de la Comunidad de Estados Independientes.

MOSCÚ.- ¿Cuándo se terminó exactamente la Unión Soviética? ¿Cuándo comenzó su fin? En cualquier caso, es claro que después del intento de golpe de Estado contra Mijaíl Gorbachov el proceso de desintegración se aceleró. El tratado de Belavezha, firmado el 8 de diciembre de 1991, fue su acta de defunción, aunque la URSS existió de facto hasta el 26 de diciembre ─el día anterior Mijaíl Gorbachov había dimitido y traspasado sus poderes al presidente de la Federación Rusa, Borís Yeltsin─, cuando el Soviet de las Repúblicas del Soviet Supremo de la URSS firmó su propia disolución y se arrió simbólicamente la bandera roja del Kremlin.

Reunidos en la reserva natural de Belavézhskaya Pushcha tal día como hoy hace veinticinco años, el presidente de Rusia, Borís Yeltsin, el de Ucrania, Leonid Kravchuk, y el de Bielorrusia, Stanislav Shushkiévich, declararon la disolución de la URSS y el establecimiento en su lugar de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), una organización cuya naturaleza quizá haya descrito mejor el historiador estadounidense Stephen Kotkin al escribir que no es “ni un país, ni una alianza militar ni una zona de libre comercio, sino un signo de interrogación”.

El tratado de Belavezha fue justificado en su momento como una formalidad imprescindible para declarar de jure el fin de la URSS. Sin embargo, el historiador Stephen Cohen lo ha calificado de “segundo golpe”. Si era necesario poner formalmente fin a la URSS, escribe Cohen, “Yeltsin podría haber expuesto abiertamente el caso y haberse dirigido a los presidentes o los legislativos de las repúblicas que aún permanecían en la Unión, o incluso al pueblo en un referendo, como hizo Gorbachov nueve meses antes”.

En el referendo del 17 de marzo, que tuvo una participación del 80%, un 77% de los ciudadanos soviéticos se expresó a favor de conservar la URSS “en una federación renovada de repúblicas soberanas” ─el referendo fue boicoteado en Armenia, Estonia, Letonia, Lituania, Georgia (excepto en Abjasia y Osetia del sur) y Moldavia (excepto Transnistria y Gagauzia)─. A juicio de Cohen, “Yeltsin actuó ilegalmente, haciendo por completo caso omiso a una constitución que llevaba años en vigor, en un, como él mismo admitió, ‘secretismo absoluto’, y por miedo a ser detenido”. Es más, “como medida de precaución, los conspiradores de Belavezha […] se reunieron en la frontera con Polonia”, lo que indica que Yeltsin, Kravchuk y Shushkiévich habrían considerado seriamente la posibilidad de tener que huir de la URSS de haber salido mal las cosas.

El propio premier de la URSS se enteró de la disolución de la entidad que presidía por teléfono. “Lo hicieron todo muy deprisa, alejados de los ojos del mundo. Desde allí no se filtró noticia alguna a nadie. […] A toro pasado, esa misma noche me llamó Shushkiévich por teléfono para comunicarme el fin de la URSS y el nacimiento de la Comunidad de Estados Independientes. Pero antes, Boris Yeltsin había informado al presidente de EEUU George Bush”, narró Gorbachov en una entrevista reciente con el diario italiano La Repubblica.

Borís Yeltsin y Stanislav Shushkevich firman el tratado de Belavezha, el 8 de diciembre de 1991. - AFP

Borís Yeltsin y Stanislav Shushkiévich firman el tratado de Belavezha, el 8 de diciembre de 1991. – AFP

¿Por qué (no) terminó la URSS?

Por qué se terminó la URSS es, y no sólo para muchos antiguos ciudadanos soviéticos, la madre de todas las preguntas. Los 74 años de poder soviético son lo que Eric Hobsbawm ha llamado el corto siglo XX, en contraposición al largo siglo XIX (1789-1914). El mundo, como escribió el historiador británico, fue moldeado “por los efectos de la Revolución rusa de 1917” y “todos estamos marcados por él”. Y cabe aún añadir: y por su desaparición.

A pesar de tratarse de un acontecimiento de enorme magnitud histórica, tanto los medios de comunicación como una historiografía perezosa, en el mejor de los casos, y sesgada ideológicamente, en el peor, siguen reproduciendo toda una serie de lugares comunes sobre la URSS y su fin con escasa base histórica. Son generalizaciones y simplificaciones que atraviesan ya todo el espectro ideológico, como que el fin de la URSS era “inevitable” porque el Estado soviético era “irreformable”, motivo por el cual “implosionó” o, incluso, “cayó por su propio peso”. En las versiones cuasirreligiosas más extremas, la URSS estaba “condenada” a su desaparición por su orientación comunista.

Las causas de la desaparición de la URSS son múltiples y desbordan la extensión de un artículo de estas características, pero una manera de comenzar a responderse la pregunta es preguntándose por qué no terminó la URSS. ¿Era el fin de la URSS “inevitable”? En Soviet Fates And Lost Alternatives. From Stalinism To The New Cold War (2011), Stephen Cohen ha calificado este tipo de argumentos de “teológicos”, una muestra más de rechazo ideológico que de rigor histórico.

La URSS, por ejemplo, no era “irreformable” sin más, como demuestra su propia historia: al comunismo de guerra (1918-1921) lo sucedió la Nueva Política Económica (NEP) (1921-1928), a éste una industrialización a gran escala promovida por Iósif Stalin e interrumpida por la Segunda Guerra Mundial (1928-1953), seguida por “el deshielo” de Nikita Jrushchov (1953-1964) y el conocido como “período de estancamiento” de Leonid Brezhnev (1964-1982), el primer intento de reforma bajo Yuri Andropov (1982-1984) y, finalmente, la perestroika de Gorbachov (1985-1991). Del mismo modo, la URSS tampoco “fue víctima de sus propias contradicciones”, un argumento que, como el anterior, no explica por sí solo su desintegración, pues ¿cuántos Estados hasta el día de hoy no presentan contradicciones ─en ocasiones incluso más que la URSS─ y cuántos de ellos han logrado evitar su desintegración de un modo u otro?

Responsabilizar del fin de la URSS exclusivamente a Mijaíl Gorbachov, bien por su acción o por su inacción, no resulta menos banal, y por ello resulta tanto más curioso que éste sea uno de los argumentos recurrentes del actual Partido Comunista de la Federación Rusa (PCFR), más aún siendo como es un choque frontal con una visión materialista de la historia. ¿No escribió el propio Karl Marx en El 18 brumario de Luis Bonaparte que los hombres “hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado”?

¿La sociedad civil contra el Estado?

El papel jugado por la sociedad civil ─entendida invariablemente como algo exterior y opuesto al Estado─ ha sido no menos magnificado. La nomenklatura soviética se destacó ciertamente por su rigidez y secretismo, pero como escribe Kotkin en el prefacio a su Uncivil Society: 1989 And The Implosion Of The Communist Establishment (2009), “la mayoría de analistas continúan centrándose de manera desproporcionada, e incluso de manera exclusiva, en la ‘oposición’, que fantasean como ‘soviedad civil’” sólo porque ésta se imaginaba a sí misma como tal.

El uso de este término, añade el historiador estadounidense, se extiende hasta nuestros días, utilizado por numerosas organizaciones no gubernamentales, algunas de ellas con fines menos altruistas de lo que aseguran públicamente. La noción de ‘sociedad civil’, explica Kotkin, “se convirtió en el equivalente conceptual de la ‘burguesía’ o ‘clase media’, esto es, un actor social colectivo vagamente definido y que parece servir a todos los propósitos”.

“¿Cómo unos cientos, y en ocasiones sólo decenas de miembros de una oposición con un puñado de asociaciones ilegales hostigadas por las autoridades y publicaciones clandestinas (samizdat) podían ser de algún modo la ‘sociedad civil’?”, se pregunta el historiador. “¿Y ello ─continúa─ mientras cientos de miles de funcionarios del partido y del Estado, agentes e informantes de la policía, oficiales del Ejército […] no formaban parte de la sociedad en absoluto?” Esta historiografía, asegura, orilla a muchos ciudadanos de la URSS que, a pesar de su deseo de una mayor liberalización en la política o la cultura y mejores estándares de vida, apreciaban el hecho de tener una vivienda o atención médica garantizada.

Un hombre disfrazado de Stalin en el centro de Moscú el pasado mes de noviembre. - AFP

Un hombre disfrazado de Stalin en el centro de Moscú el pasado mes de noviembre. – AFP

El factor báltico

En paralelo a las generalizaciones sobre la “sociedad civil” se encuentra el argumento de que las tensiones nacionalistas decantaron decisivamente la balanza en la desintegración de la URSS. Sin embargo, este argumento acostumbra a centrar toda su atención en el caso de las tres repúblicas bálticas y, en menor grado, Transcaucasia (Georgia, Armenia y Azerbaiyán) y Moldavia, y olvida por completo Asia Central. En aquellas repúblicas soviéticas el independentismo era marginal y, en palabras de la especialista en la región Martha Brill Oscott,“hasta el último minuto casi todos los líderes de Asia Central mantuvieron la esperanza de que la Unión pudiese salvarse”, como demuestra su vacilación a la hora de declarar su independencia, algo que no hicieron hasta diciembre y sólo después de que lo hubieran hecho Rusia, Ucrania y Bielorrusia.

“No fue el nacionalismo per se, sino la estructura del Estado soviético, con sus quince repúblicas nacionales, lo que se demostró fatal para la URSS”, señala Kotkin en Armaggedon Averted: The Soviet Collapse 1970-2000 (2008). Ante todo, debido a la indefinición de términos como ‘soberanía’ y “a que nada se hizo para evitar el uso y abuso de aquella estructura”, que facilitaba la secesión si la cohesión del conjunto ─la URSS─ se debilitaba, como ocurrió en los ochenta. Por comparación, EEUU era y es una “nación de naciones” compuesta por cincuenta estados cuyas fronteras no las marcan grupos nacionales.

Las reformas de Gorbachov, explica el historiador, “implicaban la devolución expresa de autoridad a las repúblicas, pero el proceso fue radicalizado por la decisión de no intervenir en 1989 en Europa oriental y por el asalto de Rusia contra la Unión”. Como recuerda Kotkin, las únicas intervenciones de la URSS en contra de las tensiones nacionalistas ─en Georgia en 1989 y Lituania en 1991─ palidecen en comparación con el asesinato de miles de separatistas en la India en los ochenta y noventa, los cuales, además, se realizaron “en nombre de preservar la integridad del Estado, con apenas o ningún coste para la reputación democrática de ese país”.

¿Efecto dominó o castillo de naipes?

Del fin de la Unión Soviética puede decirse, a grandes rasgos, que fue una mezcla de efecto dominó y castillo de naipes. Efecto dominó porque el colapso de las llamadas “democracias populares” en Europa oriental acabó golpeando a la propia URSS, y castillo de naipes porque los dirigentes de la perestroika, al retirar determinadas cartas en la base, alteraron un equilibrio más delicado de lo que aparentaba y acabaron provocando el derrumbe de todo el edificio.

Uno de esos naipes era la presencia de dos estructuras paralelas que se superponían: las del Estado y el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Éstas “ejercían esencialmente las mismas funciones: la gestión de la sociedad y la economía”, escribe Stephen Kotkin. “Por supuesto ─continúa─, si se eliminaban las estructuras redundantes del partido, uno se quedaría no sólo con la burocracia del Estado central soviético, sino también con una asociación voluntaria de repúblicas nacionales, cada una de las cuales podía legalmente decidir retirarse de la Unión. En suma, el Partido Comunista, administrativamente innecesario para el Estado soviético y a pesar de todo decisivo para su integridad, era como una bomba de relojería en el seno de la Unión”.

Los sucesivos intentos de reformar el sistema buscaron justamente solucionar ese solapamiento, incrementando la autonomía de las repúblicas soviéticas sin alterar en lo fundamental la estructura del aparato federal. Pero con el intento de implementar en paralelo las políticas de perestroika (cambio) y glasnost (transparencia), el PCUS perdió el control sobre la vida política y la economía centralizada, y lo hizo al mismo tiempo que su credo político se veía desacreditado por los medios de comunicación, dos procesos que además se reforzaban mutuamente, acelerando las tendencias desintegradoras en toda la URSS. Cuando Gorbachov se dio cuenta e intentó dar marcha atrás, en el último año de la URSS, era ya demasiado tarde.

Boris Yeltsin y Mijaíl Gorbachov, en el Parlamento ruso, el 23 de agosto de 1991. - AFP

Boris Yeltsin y Mijaíl Gorbachov, en el Parlamento ruso, el 23 de agosto de 1991. – AFP

Competencia desleal

Siendo como era una superpotencia, los procesos políticos en la Unión Soviética no ocurrían en un vacío internacional, pero además el desarrollo de la industria petrolífera y gasística en los sesenta, que convirtió a la URSS en una superpotencia energética, conectó al país con la economía mundial, exponiéndola a sus shocks. El descenso de la producción de petróleo en los ochenta ─superada la crisis del 73 y el embargo de los países árabes─ y una caída internacional de los precios pronto se notaron en el país. Aunque la gestión económica, que se llevaba a cabo mediante un sistema planificado fuertemente centralizado, permitía pese a todo mantener los programas sociales y el sector industrial, convertía la diversificación e informatización de la economía en un reto.

“La gente necesita pan barato, un piso seco y trabajo: si estas tres cosas se cumplen, nada puede ocurrirle al socialismo”, dijo en una ocasión el presidente de la RDA, Erich Honecker. El envejecimiento de las cúpulas dirigentes en los Estados socialistas, sin embargo, les impedía ver que sus habitantes ya no comparaban sus condiciones de vida con el capitalismo occidental anterior a la Segunda Guerra Mundial, resultado de la Gran Depresión, y tampoco con la situación de sus aliados en el Tercer Mundo, sino con la de sus vecinos en Europa occidental, a los que se sentían más próximos histórica y culturalmente. (Todo esto obviamente no está exento de ironía, pues la clase media y el Estado del bienestar en Occidente eran producto, entre otros motivos, de un pacto entre capital y trabajo que el temor a la URSS propició, y cuya imagen llegaba al campo socialista distorsionda por los medios de comunicación y la industria cultural occidentales.)

Además, a diferencia de los países occidentales, la URSS estaba moralmente comprometida a apoyar a las economías no sólo del bloque socialista, sino del Tercer Mundo, lo que suponía una carga adicional a su presupuesto. Sirva el ejemplo que ofrece Stephen Kotkin del conflicto entre Somalia y Etiopía, durante el cual “la Unión Soviética decidió transportar tanques pesados a Etiopía, pero debido a que los aviones de carga a larga distancia sólo podían transportar un único tanque, el transporte excedía el coste de los costosos tanques unas cinco veces”.

“En los ochenta, la economía de la India se encontraba posiblemente en peor situación (por diferentes razones), pero la India no estaba atrapada en una competición mundial entre superpotencias con los Estados Unidos (aliados con Alemania occidental, Francia, Reino Unido, Italia, Canadá y Japón)”, valora Kotkin. Esta rivalidad, precisa, era “no solamente económica, tecnológica y militar, sino también política, cultural y moral. Desde su comienzo, la Unión Soviética afirmó ser un experimento socialista, una alternativa superior al capitalismo para el mundo entero. Si el socialismo no era superior al capitalismo, su existencia no podía justificarse.” En suma, las cúpulas dirigentes se enfrentaban al mismo problema que los políticos occidentales: garantizar a sus poblaciones una mejora constante de su nivel de vida, pero, a diferencia de éstos, no contaban con los mismos recursos, se enfrentaban a cargas adicionales y estaban atrapados en un sistema político-económico que los hacía a ojos de su población únicos responsables de la situación.

Una seguidora del Partido Comunista ruso con una bandera con la imagen de Vladímir Ilich Uliánov, alias Lenin, durante una manifestación en Moscú. - AFP

Una seguidora del Partido Comunista ruso con una bandera con la imagen de Vladímir Ilich Uliánov, alias Lenin, durante una manifestación en Moscú. – AFP

La banca siempre gana

Uno de los aspectos menos mencionados por la historiografía oficial ─por motivos que requieren poca aclaración─ es cómo, para hacer frente a esta situación, varios Estados socialistas recurrieron a la deuda externa con bancos occidentales. Poco sorprendentemente, Europa oriental pronto se vio atrapada en una espiral de deuda, ya que su objetivo era “utilizar los préstamos para comprar tecnología avanzada con la cual fabricar bienes de calidad para su exportación con los cuales… pagar los préstamos”, escribe Kotkin. Pero para eso necesitaba una demanda constante en Occidente ─para la cual había que combatir constantemente contra campañas de boicot y la mala fama de sus productos─ y bajas tasas de interés, además de la buena voluntad de los banqueros.

Según cifras de Kotkin, esta deuda pasó globalmente de los 6.000 millones de dólares en 1970 a los 21.000 millones en 1975, los 56.000 millones en 1980 y los 90.000 millones en 1989. La mayor ironía es que, de haber declarado el cese de pagos de manera simultánea, el campo socialista habría propinado un formidable golpe al sistema financiero global con el que, al menos, habría conseguido renegociar su deuda. Pero rehenes de sus propios sistemas, la mayoría de dirigentes de Europa oriental mantuvo esta política. La única excepción fue Nicolau Ceaușescu, quien se propuso satisfacer la deuda externa de Rumanía (10.200 millones de dólares en 1981) en una década. Para conseguirlo, Rumanía redujo drásticamente las importaciones y los gastos en programas sociales, aumentó las exportaciones de todo lo posible, reintrodujo el racionamiento de alimentos y los cortes en electricidad y calefacción. El resultado de esta política de “devaluación interna” ─por utilizar una expresión actual─ fue un retroceso de todos los estándares de calidad de vida y un descontento popular soterrado que terminó por estallar en 1989, acabando con el propio régimen.

Que estos préstamos no eran una mera transacción financiera lo demostró la apertura de la frontera entre Austria y Hungría el 27 de julio de 1989, que sirvió de paso para la huida de ciudadanos de la RDA hacia Alemania occidental. La deuda externa de Hungría pasó de los 9.000 millones en 1979 a los 18.000 millones de dólares en 1989, lo que significaba que el país necesitaba un superávit en exportaciones de mil millones solamente para satisfacer los intereses de su deuda. Según recoge Kotkin, el primer ministro húngaro, Miklós Németh, y su ministro de Exteriores, Gyula Horn, volaron antes de la apertura de la frontera a Bonn para negociar la concesión de un crédito de mil millones de marcos alemanes con el que mantener a flote su economía, un acuerdo que se anunció el 1 de octubre, “mucho tiempo después de la reunión secreta, para que no pareciese el soborno que era”.

Durante años la URSS había subvencionado a Europa oriental con materias primas, sobre todo hidrocarburos, a un precio muy por debajo del mercado. A cambio, recibía mercancías de baja calidad ─las restantes se destinaban a la exportación a mercados occidentales con el fin de conseguir divisa fuerte─, por lo que, teniendo en cuenta el desequilibrio, el Kremlin no descartó planes de desconectarse de ellas desde mediados de los ochenta. El socialismo realmente existente en la URSS, como escribe Kotkin, “era letárgicamente estable y podría haber continuado por algún tiempo, o quizá podría haber intentado un repliegue en clave de realpolitik, dejando de lado sus ambiciones de superpotencia, legalizando e institucionalizando la economía de mercado para revivir sus fortunas y manteniendo de manera firme el poder central utilizando la represión política”. Pero estando conectada a sus Estados satélite, la URSS se vio arrastrada por ellos en su competición geopolítica. Poco sorprendentemente, el fin de la Unión Soviética sigue estudiándose en China hasta el día de hoy. Con todo, como recuerda Kotkin, a diferencia de China, “la Unión Soviética era un orden global alternativo, un estatus que no podía abandonar sencillamente”. Y en esa maraña de razones, se vino abajo.

En: publico.es

this artist tattoos and beheads china figurines to take on art history’s gender bias

Jessica Harrison’s reworked ceramic heroines prove women are not ornaments.

British artist Jessica Harrison tackles and unpacks assumptions about the female body with her cleverly embellished figurines. The found ceramics are selected for their silly poses, onto which Harrison adds her own flourishes: an anatomical overhaul spiked with tongue-in-cheek humor. As Harrison puts it, “the re-worked ceramic makes the figure a participant in their own undoing.”

Deploying a wide variety of materials in her artistic practice, from paint to textiles to digital collage, she regularly explores the intricacies of the sensory body. She’s made silk scarves with muscle patterns and roughly articulated clay pin-ups. Examples of Harrison’s work are currently on view in the group show Ceramix, at La Maison Rouge in Paris, which explores experimental ceramics by a range of artists from throughout the 20th and 21st centuries. We caught up with the artist to discuss feminism, creativity, and undercutting art history’s gender bias.

Your pieces in the Ceramix exhibition are shown under the sub-heading “Sacred and Profane: Revisited Traditions.” How does that title relate to your work?
I guess my work in the exhibition slots in quite well with that summary, given that I’m appropriating or re-thinking ornamental items that were acquired with the intention of showing off a particular taste within the home. Simplistically, you could say that traditional pieces are trying to appeal to some kind of “good taste” middle-class Englishness. They kind of have this weird pointlessness to them — their poses, their expressions — the figures are just in some kind of bizarre moment of blissful, bland nothingness. With the Broken figures, I am trying to activate their poses, give them some meaning; and in Painted Ladies, the crudeness of the tattoo designs highlights the ridiculous outfits these poor ladies are forever subjected to.

What prompted the Broken series of decapitated, scalped, and otherwise “injured” ladies?
I had an interest in working with the figure, but I didn’t want to make something figurative — I was trying to move away from overly defined outlines of the body. The series was a playful, cathartic way to try to re-work the figure. With these pieces, I reference that kind of anatomical enlightenment era, when the body was being explored from the skin down to the bone, and everything in-between. However advanced our explorations of the body have become since, this interior anatomical space is still gender-biased — a classically and continually male space. The female body is only typically used when illustrating a specifically “female part” of the body: the reproductive organs. The female interior space is still laced with taboo in a way that the male interior is not. I know this is still the case because I’ve received criticism for reworking female figurines — that it is somehow more “violent” than reworking male figurines.

You don’t consider the pieces violent?
I don’t. Each figurine has been carefully chosen based on their existing pose, where the re-worked ceramic makes the figure a participant in their own undoing. I like to think that these passive ladies have been given a more active role, more in line with how the male body is depicted, in both anatomical history and art history. I do consider them to be quite humorous though, and this is usually the reaction that they get, from children right up to older audiences (who more typically might have owned these kind of figurines originally).

Do you see these two series as feminist? What role does feminism play in your work?
I am a feminist and feminist issues are important in my life, work, ideas, and how I go about my everyday business. Having said that, I don’t consider “feminism” to play an active or overt role in my work, but the continuing issues facing women and young girls today is of course something that is always going to be threaded into my work when dealing with figurative pieces or the subject of the body.

Can you talk about your use of “found ceramics”? How does that influence your practice?
I started working with found ceramics because I didn’t know how to make ceramics from scratch — I decided to work backwards and get to know clay back to front. The Broken and Painted Ladies series, made using mass-produced figurines, could in theory continue forever. A part of me would like to keep going, to re-work all of the figurines that exist in the world, but there are too many other projects out there for me to be working on.

‘Ceramix’ is on view at La Maison Rouge and Cité de la Céramique in Paris through June 5, 2016.
jessicaharrison.co.uk

CreditsText Sarah Moroz
Images courtesy Jessica Harrison

I ‘Went Back to China’ — and Felt More American Than Ever

Six years in Hong Kong showed me how deep racism runs in Asia’s world city.

BY CRYSTAL CHEN / OCTOBER 21, 2016

On Oct. 9, New York Times metro reporter Michael Luo revealed that he and his family had been subject to a racist outburst on the streets of New York City’s posh Upper East Side. Readers, especially of Asian descent, were quick to volunteer their own stories in the aftermath, showing that while racism against Asians is not always in the U.S. public eye, it is widespread. I’d like to address this article to the woman who told the U.S.-born Luo — and to all those who may have harbored similar sentiments at one point or another — to “go back to China.”

My parents left China in the wake of Mao Zedong’s Cultural Revolution to seek refuge in American higher education in the 1970s, eventually becoming entrepreneurs. I was born in Ohio, raised in Nebraska and California, and attended Yale University in Connecticut. Six years before that woman on the streets of New York told Luo to go back to China, I had already done so. After graduating college, I moved to Hong Kong, a port city that has been the West’s gateway to China since the mid-1800s.

I believed the city, a place brutalized and molded by colonial forces before its return to China in 1997, was somehow like me: an East-meets-West pastiche. I also believed that Hong Kong, more multicultural, global, and outward-looking than any mainland city, was likely to be the most racially enlightened. But after more than six years of living and working there, I would learn just how racially progressive the United States was by comparison. It’s not just because anyone can speak up and defend themselves, but because doing so is embedded in our culture.

Growing up in Nebraska, I was “ching-chong’d” in school and asked why my eyes were so small. Later on, popular kids would compel me to do their homework with overtures of friendship, only to ignore me at recess. Even in relatively liberal California, I was bullied and shut out by the girls in my all-white Girl Scout troop. My early life in white, Christian America impressed upon me the notion that my real home, my real friends, was where my parents had left it — back in China.

In college, I devoted myself to the notion. I holed myself up exclusively in Asian cultural clubs and worked to beef up my half-hearted, lisping Mandarin Chinese. I took classes in Chinese philosophy, sociology, and politics. Internships in Beijing and Shanghai and travels around the mainland gave me a glimpse of what my new home would be like. After graduation, I secured a job in Hong Kong.

My mother, who had moved from Shanghai to Hong Kong to the United States, was distraught: “Why do you want to go back there?”

But much, I insisted, had changed. The mainland wasn’t the Mao-era hot mess she’d left behind; the 2008 Beijing Olympics painted a glorious image of a new Middle Kingdom, and Lehman Brothers’ collapse that same summer foretold an ominous future for the United States. Out in the dizzying economic rise of the Wild Wild East, opportunities abounded for those willing to work in a globalizing China, particularly in Hong Kong, which billed itself as “Asia’s world city” and was also deepening ties with the mainland.

What I didn’t tell my mother was that my desire to leave was primarily motivated by the possibility of escaping the unfriendly U.S. racial climate. In Asia, I wouldn’t have to deal with being “Asian.” I wouldn’t be a minority, much less a model one. For once, I was certain, my race wouldn’t matter.

I moved to Hong Kong in 2010 to work for a multinational education company and cast myself with a privileged lot of expatriates, or huayi — ethnic Chinese who have grown up abroad. It was deeply comforting to be surrounded by people who looked like me. And because I spoke perfect English and had attended an Ivy League university, my social currency in status-conscious Hong Kong went further than most. I was not just able to “blend in” — I was privileged. I was heard, respected, and invited to glittering parties. Those first years in Hong Kong were beautiful and easy.

But eventually my conscience began to gnaw at me. At work, invisible walls divided colleagues by skin color. White managers who had worked all their lives in Asia sometimes looked surprised when I spoke up in perfect English to volunteer my opinion — a small thing, but revealing. A few seats away from my desk sat Filipino colleagues, often ignored or greeted with terse, awkward smiles when they tried to make conversation. I saw a Pakistani colleague of mine held at arm’s length during team happy hours, lonesome with his glass of wine while his colleagues buzzed around him. A Sri Lankan friend of mine working in investment banking cried when she was passed over for a raise once again.

The city’s thorny relationship with race was even more obvious outside of work. I remember dining with an Indian companion and being thoroughly ignored by the waitstaff, even beyond the standards of usually brusque Hong Kong service. Locals regularly complained to me about being paid less than their expat counterparts. And on the streets, images of hapa women, men, and babies — half white, half Asian — were featured prominently on billboard ads, the city’s aspiration to whiteness hiding in plain sight.

Hong Kong is also home to hundreds of thousands of Filipino and Indonesian domestic workers — 320,000, as of 2013. On Sundays, their day off, Hong Kong’s otherwise mostly hidden domestic helpers swarm public parks, much to the chagrin of locals who I’d hear complain of what they saw as their parks being “overrun.” Workers who have served Hong Kong families loyally for decades cannot become permanent residents, dependent instead on a work visa that could be stripped from them at any moment. The 2016 Global Slavery Index — compiled by the Australia-based nonprofit Walk Free Foundation, which tracks government action on forced labor, human trafficking, and other conditions of modern slavery — ranked Hong Kong’s government in the bottom 5 percent worldwide. Reports surface regularly about domestic workers being beaten or sexually abused by their employers. These people served me cocktails, cooked the food I ate, bussed my plates without a sound, painted my nails, massaged me, and cleaned my apartment. “That’s just capitalism,” my erudite friends would say, but I couldn’t shake the truth that my privilege floated on cheap Southeast Asian labor and the diminished social position they occupied.

With each year that passed, I became increasingly aware of the morally fragile foundations of the lifestyle I enjoyed. I had believed that spiriting myself to Hong Kong would mean that I wouldn’t have to face racial discrimination anymore. Bewitched by the possibility of transcending the racial totem pole, I only later realized that I had merely relocated to the top, and the view wasn’t what I expected. Being brought up in the United States meant my standards for racial equality were forged in a culture built around the dissent, dialogue, and disruption that the First Amendment vouchsafes.

It was only after six years in Hong Kong that I began to understand why people leave their countries to come to the United States and why it’s so difficult to repatriate. You can’t unlearn what you’ve learned or unsee what you’ve seen. Neither could I unlearn the promises of equality that I’d repeated every time I took the Pledge of Allegiance.

I had been running away for a long time. I had run away from being a “victim” of American racism to become part of the perpetrating class in Hong Kong. I had hid from the yellow face in the mirror and pretended, with my perfect English and my elite education, that I was someone else. I had tried to “go back to China,” only to find myself more American than I’d realized. But I’m not running away anymore. I’ve found that my “home” isn’t limited to a physical place. It’s not in Hong Kong, China, or the United States. It’s in the people I love and the work that needs doing. It’s in the values I hold that grow and change over time.

So, to all those who have ever wanted people like me to “go back” to China: My home is on a bridge as short as a hyphen and as wide as the Pacific Ocean. My home is an in-between place, as it is for all Americans who remember their roots, their history, and the journey that got them here. My home is a compromise, a discussion, a negotiation.

In: foreignpolicy 

North Carolina is no longer classified as a democracy

Saudi Finance Minister: No income taxes for Saudi citizens and residents

Staff writer, Al Arabiya EnglishThursday, 22 December 2016

Speaking at a press conference in Riyadh on Thursday, Jadaan detailed the Saudi budget for 2017. (SPA)

Speaking at a press conference in Riyadh on Thursday, Jadaan detailed the Saudi budget for 2017. (SPA)

Saudi Finance Minister, Mohammad Jadaan, announced that – for the first time in the past 10 years – the kingdom had been able to spend less than the estimated budget, and achieve higher than expected non-oil revenues.

Speaking at a press conference in Riyadh on Thursday, Jadaan detailed the Saudi budget for 2017, and spoke of the government’s promise of transparency.

He also completely removed the need for income taxes on Saudi citizens and residents.

However, the new budget imposed new fees on expatriates – domestic help (drivers, maids, nannies) excluded – as follows:

2017

Monthly payment of 100 riyals on every person sponsored by any foreign employee.

The amount of revenues from this tax is estimated at 1 billion riyals.

2018

Monthly tax of 400 riyals on every employee in a company whose number of foreign employees exceed the number of Saudis.

300 riyals tax on every employee in a company whose number of foreign employees is less than the number of Saudis and 200 riyals on every person he sponsors.

The amount of revenues from this tax is estimated at 24 billion riyals.

2019

Monthly tax of 600 riyals on every employee in a company whose number of foreign employees exceed the number of Saudis.

500 riyals tax on every employee in a company whose number of foreign employees is less than the number of Saudis and 300 riyals on every person he sponsors.

The amount of revenues from this tax is estimated at 44 billion riyals.

2020

Monthly tax of 800 riyals on every employee in a company whose number of foreign employees exceed the number of Saudis

700 riyals tax on every employee in a company whose number of foreign employees is less than the number of Saudis and 400 riyals on every person he sponsors.

The amount of revenues from this tax is estimated at 65 billion riyals.

Last Update: Thursday, 22 December 2016 KSA 20:32 – GMT 17:32

In: alarabiya 

La justicia francesa declara culpable de “negligencia” a Lagarde pero la exime de pena

EFE. 19.12.2016 – 15:35h

La directora-gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, ha sido hallada este lunes culpable de “negligencia” en el ejercicio de sus funciones cuando era ministra francesa de Economía por el Tribunal de Justicia de la República, aunque ha sido dispensada de cumplir pena.

Lagarde se enfrentaba a la posibilidad de ser condenada a un año de prisión y a una multa de 15.000 euros, aunque el fiscal había solicitado su absolución. Lagarde no asistió a la lectura del veredicto en París y, según sus abogados, se halla en Washington, sede del organismo que dirige desde 2011.

Por su parte el FMI anunció tras conocer la noticia una reunión de su Directorio Ejecutivo para “analizar los acontecimientos más recientes”. “El Directorio Ejecutivo se ha reunido en ocasiones anteriores para considerar los acontecimientos relacionados con el proceso judicial de Francia”, recordó en un escueto comunicado el director de comunicaciones del FMI, Gerry Rice, quien agregó que “se prevé” que este órgano “volverá a reunirse próximamente para analizar los acontecimientos más recientes”.

La inesperada condena de Lagarde abre las dudas sobre su continuidad al frente de la institución multilateral. Los tres magistrados y 12 parlamentarios que componen la corte consideraron que Lagarde debió recurrir la atribución de una multimillonaria indemnización al empresario Bernard Tapie en 2008 y que fue “negligente” no hacerlo.

La entonces ministra de Economía y Finanzas había decidido que fuera un arbitraje privado quien decidiera esa indemnización por la venta de la marca deportiva Adidas, que había sido previamente confiscada por la justicia francesa. Los tres árbitros decidieron que el erario público desembolsara más de 400 millones de euros, 45 millones de ellos en concepto de daño moral a Tapie.

La condena no figurará entre sus antecedentes

La sentencia del Tribunal de Justicia de la República, una instancia especial para juzgar a ministros y exministros por delitos cometidos en el ejercicio de sus funciones, encuentra negligente que Lagarde se negara a recurrir esa indemnización “para evitar consecuencias tan nefastas” para las arcas del Estado.

Según el veredicto, Lagarde no escuchó a los miembros de sus servicios que le aconsejaban apelar, lo que habría dejado al Estado en una situación más favorable para negociar con Tapie la indemnización.

Sin embargo, a la luz de la “personalidad” y la “reputación internacional” de Lagarde, los jueces decidieron no imponerle ninguna pena y que la condena no figure en su ficha de antecedentes judiciales, pese a que el delito que le imputaban puede ser condenado hasta con un año de prisión exento de cumplimiento y 15.000 euros de multa.

A eso se aferró su abogado, Patrick Maisonneuve, quien señaló en declaraciones a la prensa que el tribunal no le ha impuesto pena alguna a su clienta. El letrado agregó además que estudiarán la posibilidad de recurrir la sentencia ante el Tribunal Supremo.

Lagarde fue ratificada al frente del FMI este mismo año para prolongar su mandato en el período 2016-2021, después de que no se presentasen rivales en el proceso de selección y por contar con el respaldo de la mayoría de los miembros de la institución, lo que preveía una nueva etapa de estabilidad en el organismo.

Con la condena en Francia, el caso de Lagarde se aproxima al de los anteriores directores gerentes del organismo, Rodrigo Rato (2004-2007) y Dominique Strauss-Kahn (2007-2011), que tuvieron que dejar el cargo antes de cumplir los cinco años preceptivos.

En: 20minutos.es

¿Cómo funciona el sistema de castas en la India?

El conflicto entre la casta Jat y las autoridades ha provocado una decena de muertos en los últimos días. ¿Cómo funciona este sistema de jerarquía social?

El sistema de castas de la India divide a la sociedad del país en grupos jerárquicos. Muchos sociólogos coinciden en señalar que es prácticamente imposible definir este sistema de castas debido a su complejidad.

Esencialmente su origen es histórico religioso y está influenciado por el desarrollo social y económico de los tiempos coloniales. La palabra “casta” proviene del portugués casta que significa “raza, linaje, estirpe”. La desigualdad determinada por la clase social o el nacimiento sigue existiendo en la India.

Los dos conceptos de castas

Existe la opinión de que la sociedad india está dividida en castas por clases sociales (desde la antigua sociedad védica, conocida como Varna) o por nacimiento (normalmente por ocupaciones o profesiones hereditarias, referidas como Jat). Las castas por nacimiento u ocupación normalmente también están vinculadas a las clases sociales.

La castas actuales son el resultado de cambios sociales que comenzaron en la segunda mitad de siglo XIX y que fueron reforzadas por la colonización británica que al principio asociaban ciertas tareas de la administración colonial a ciertas clases sociales.

El sistema de castas Varna

La palabra Varna significa color. El sistema está basado en la literatura hindú y clasifica a los indios en cuatro clases principales originarias de la sociedad védica india.

  • religiosos o profesores (Brahmins),
  • gobernantes o guerreros (Kshatriyas),
  • artesanos o mercaderes (Vaishyas)
  • y trabajadores o sirvientes (Shudras).

Aquellos que no se pueden clasificar en ninguna categoría son los intocables (Dalit). En algunas lenguas se les llama también “parias” que en tamil significa tamborilero pero ellos detestan este nombre porque tiene connotaciones negativas.

Las tres castas superiores se inician al final de la pubertad y esta acción es considerada como un segundo nacimiento. Los Shudras no tienen iniciación, solo nacen una vez.

El sistema de castas Jat

Algunos sociólogos consideran que la diversificación del trabajo lleva a crear otras castas menores, Jat dentro del grupo de Varna. La palabra “Jat” significa nacimiento. Hay miles de “jats” o comunidades basadas en los derechos de nacimiento u ocupación. Estas castas son más fáciles de remontar ahora aunque las estrictas medidas como las restricciones maritales de la India medieval son difícil de dejar atrás.

Estos grupos ascienden y descienden en la escala social, los viejos jat mueren y los nuevos se forman. En la época de la pre-independencia los pobres podían avanzar solo remontando Jätis, nunca Varnas.

Cuál es el efecto del sistema de castas?

El sistema de castas gobierna la internacción entre los miembros de una sociedad, especialmente desde las diferentes posiciones en la jerarquía. Las restricciones incluyen:

  • conexiones sociales de las castas más elevadas que viven en el centro, clases más bajas que viven en la periferia.
  • los grupos jerárquicos más prósperos explotan a los grupos inferiores en la escala.

India debe hacer frente a un resurgimiento de la violencia relacionada con las castas, según un informe de Naciones Unidas de 2005. se han producido mñas de 31.000 actos violentos contra los Dalits en 1996.

Cómo gestiona la India actualmente este sistema de castas?

  • la constitución del país declara ilegal la discriminación contra las castas inferiores.
  • con la independencia india se implementaron varias políticas estatales para hacer frente a las barreras de las castas y mejorar la movilidad social.
  • estas políticas incluyen la discriminación positiva como las cuotas en el gobierno, el empleo y la educación para miembros de las castas inferiores.
  • para aplicar apropiadamente estas políticas los gobiernos locales han clasificado miles de comunidades y castas.
  • las castas inferiores tienen el estatus de las llamadas Castas Registradas (del inglés Scheduled Caste (SC)

tribus registradas Scheduled Tribe (ST), una más alto pero también pobre es la Other Backward Classes (OBC) (otras clases “inferiores”).

  • en este sistema cuanto más inferior se está en el status social más beneficios se pueden obtener así que curiosamente las castas luchan por preservar o conseguir la clasificación más baja posible.

In: euronews 

Turkey sacks 10,000 civil servants, shuts media outlets

Post-coup crackdown continues as government fires thousands of employees and closes down 15 pro-Kurdish media groups.

More than 100,000 people had already been sacked or suspended and 37,000 arrested since the coup attempt [Umit Bektas/Reuters]

More than 100,000 people had already been sacked or suspended and 37,000 arrested since the coup attempt [Umit Bektas/Reuters]

Turkey has dismissed another 10,000 civil servants and closed 15 more media outlets over suspected links with “terrorist organisations” and US-based cleric Fethullah Gulen, blamed by Ankara for orchestrating a failed coup.

More than 100,000 people have already been sacked or suspended and 37,000 arrested since the July coup attempt, in an unprecedented crackdown the government says is necessary to root out all coup supporters from the state apparatus.

Thousands more academics, teachers, health workers, prison guards and forensics experts were among the latest to be removed from their posts through two new executive decrees issued late on Saturday.

Opposition parties denounced the continued crackdown, which has also raised concerns over the functioning of the state.

“What the government and [President Tayyip] Erdogan are doing right now is a direct coup against the rule of law and democracy,” Sezgin Tanrikulu, an MP from the main opposition Republican People’s Party (CHP), said in a Periscope broadcast posted on Twitter.

Fifteen more newspapers, wires, and magazines that report from the largely Kurdish southeast were shuttered, bringing the total number of media organisations closed to nearly 160.

In another move, the ability of universities to elect their own rectors was also abolished. President Erdogan will now directly appoint nominees.

The extent of the crackdown has worried rights groups and many of Turkey’s Western allies, who fear Erdogan is using emergency rule to eradicate dissent. The government said its actions are justified following the coup attempt on July 15, when more than 240 people died.

Erdogan has said authorities need more time to wipe out the threat posed by the coup plotters, as well as Kurdish armed groups that have waged a 32-year insurgency that has killed about 40,000 people.

Ankara wants the United States to detain and extradite Gulen so that he can be prosecuted in Turkey on a charge that he masterminded the attempt to overthrow the government. Gulen, who has lived in self-imposed exile in Pennsylvania since 1999, denies any involvement.

Speaking to reporters at a reception marking Republic Day on Saturday, Erdogan said he wants the reinstatement of the death penalty, a debate that emerged following the coup attempt.

“I believe this issue will come to the parliament,” he said, repeating he would approve it – a move that would sink Turkey’s hopes of European Union membership. Erdogan shrugged off such concerns, saying much of the world had capital punishment.

The Council of Europe warned Turkey against re-establishing the death penalty on Sunday.

“Executing the death penalty is incompatible with membership of the Council of Europe,” the 47-member organisation, which includes Turkey, tweeted.

Turkey abolished capital punishment in 2004 as the nation sought accession to the EU.

Austrian Foreign Minister Sebastian Kurz added to the council’s warning, denouncing Turkey for considering a move that would “slam the door shut to the European Union”.

“The death penalty is a cruel and inhumane form of punishment, which has to be abolished worldwide and stands in clear contradiction to the European values,” Kurz told the Austrian Press Agency.

Source: Al Jazeera News And News Agencies

1 13 14 15 16 17 18