Familias en conflicto: cómo se produce la escalada de violencia y cómo frenarla

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Familias en conflicto: cómo se produce la escalada de violencia y cómo frenarla Éstas son algunas de las pautas para salir de una espiral de violencia
Yaiza Perera | Madrid
Actualizado domingo 22/01/2012 14:48 horas

“Imagina que tu corazón es como una diana. En tus manos no está tanto que tu hijo o tu hija deje de lanzarte flechas sino en hacer que tu diana se vuelva pequeña”. Con esta imagen, Jesús Oliver, coordinador de la Fundación Atenea, trata de ayudar a los padres que son víctimas del maltrato de sus hijos a tomar conciencia de que, si logran dejar a un lado los sentimientos de impotencia y desesperación que les atrapan, y modifican sus formas de responder a los conflictos con sus hijos, van a poder encontrar una salida a su dramática situación.

Este cambio en la forma de reaccionar de los padres puede suponer desde la aplicación de nuevas pautas educativas o la forma de relacionarse con estos adolescentes hasta la denuncia para proteger la integridad física o los bienes de la familia cuando la espiral de la violencia ha llegado a casos extremos. “El daño surge en las relaciones y la solución está en las relaciones”, ésa es la “herramienta” para reparar los lazos familiares. Así lo trasladaron el pasado 14 de diciembre, durante unas jornadas sobre ‘La mediación para la prevención del conflicto’ organizadas por la Unión de Asociaciones Familiares (UNAF), tanto el psicólogo Jesús Oliver, coordinador de la Fundación Atenea, Patricia Calatrava, trabajadora social de Castilla-La Mancha, y Gregorio Gullón, mediador de la UNAF.

En dichas jornadas se abordaron los patrones de conductas de los menores que agreden a sus padres, los patrones familiares y las pautas de intervención para tratar de frenar la violencia, reconstruir y fortalecer el vínculo afectivo.

“El daño surge en las relaciones y la solución está en las relaciones”

Los jóvenes violentos con sus padres suelen tener una identidad frágil, una baja autoestima, una baja tolerancia a la frustración y una elevada reactividad emocional. Algunos pueden tener actitudes sumisas fuera de casa, pero todos se muestran rebeldes y egoístas con sus familiares. Desde un punto de vista evolutivo, tienen dificultades para alcanzar los hitos evolutivos propios de la adolescencia, pues no han logrado desarrollar una identidad sólida, no han aprendido a controlar sus impulsos ni relacionarse de forma adecuada con su entorno, apunta Jesús Oliver, describiendo en líneas generales el perfil al que responden estos jóvenes.

“Tras los comportamientos agresivos de estos jóvenes, se esconden unas carencias y unas necesidades que hay que atender”, explica Jesús Oliver. De una forma muy gráfica revela ante los asistentes aquellas carencias emocionales que sufren con más frecuencia los jóvenes que acuden a terapia: algunos son como los ‘gallos de pelea’, que buscan autoafirmarse y necesitan que les ayudemos a desarrollar una identidad sólida; otros son como los ‘perritos que tienen una espina clavada’, que muerden, pero necesitan que les curemos alguna herida familiar (separaciones traumáticas de sus padres, celos de algún hermano…); algunos son como ‘montañas rusas emocionales’, que explotan porque necesitan que les ayudemos a autocontrolarse; y otros son ‘rebeldes sin causa’, que sólo saben ir a la contra, pero que aún no han encontrado su propio rumbo.

Los problemas surgen cuando los “cambios bruscos” que se producen en la preadolescencia, de los 11 a los 14 años y que son normales (cambios a nivel sexual y psicológicos), van acompañados de “conductas no recomendables, que conllevan un riesgo real”, explica Gullón, y que distan en mucho de la rebeldía lógica de un adolescente que busca diferenciarse en el camino hacia su madurez. “Las conductas problemáticas en adolescentes tienden a agruparse y la presencia de una puede pronosticar la aparición de otras”. En ese momento “conviene actuar”.
Patricia Calatrava y Jesús Oliver exponen su experiencia sobre la mediación. | UNAF

Patricia Calatrava y Jesús Oliver exponen su experiencia sobre la mediación. | UNAF
¿Y cuáles son esas conductas problemáticas?

Leves: el adolescente pone a prueba los límites, trasgrede normas.

Moderadas: consume regularmente tóxicos; promiscuidad sexual; bajo rendimiento escolar; amenazas insultos y estallidos de ira. Hay un enfrentamiento de todos contra todos y aparecen agentes externos: policía, juzgados…

Cómo suelen actuar los padres: intentan sin éxito controlar a su hijo a través de imposición de límites más estrictos, otros padres tiran la toalla. Se intensifica el problema.

Graves: Aparecen conductas disruptivas y peligrosas: huida de casa, problemas legales, robos en el domicilio familiar, violencia física, absentismo o abandono escolar. El joven no parece interesarse por las consecuencias de sus actos y asiste a terapia bajo presión. Los padres se sienten derrotados, distanciados de la familia extensa y amigos. Es probable que el hijo les inspire temor y hagan cualquier cosa por evitar los enfrentamientos. Los adolescentes tienen un menor autocontrol en el seno familiar porque saben que no va a pasar nada aunque traspasen los límites establecidos. Se establece una inversión jerárquica, los hijos tienen más poder que sus padres.
‘Queremos padres responsables, no culpables’

“cuando se da el valiente paso de hacerlo visible es cuando empezamos a buscar una solución”

Éste es un drama familiar que se afronta en silencio, en la intimidad de un hogar devastado. La realidad indica que “las denuncias son ínfimas. Los padres no denuncian porque piensan que así están protegiendo a sus hijos, por no querer dar disgustos al resto de la familia, por miedo a la reacción de su hijo…”, explica Gregorio Gullón. Sin embargo, subraya, “cuando se da el valiente paso de hacerlo visible es cuando empezamos a buscar una solución”.

Y esos padres que buscan ayuda son padres rotos, embargados por la culpa, la frustración, la impotencia —”lo hemos probado todo”—, la injusticia —”es como si no fuésemos de su familia—; la tristeza —”no le importa nada ni nadie”—; el asombro —”cuando yo tenía su edad”—. La culpa hay que desmontarla, “queremos padres responsables, no culpables”. En la intervención terapéutica que propusieron los tres ponentes se actúa sobre las “relaciones en las que se produce una conducta violenta”, estudiando cómo influyen.

Para hacer un análisis exhaustivo de todas las variables que influyen en la aparición y el mantenimiento de las relaciones violentas de los hijos hacia sus padres, Patricia Calatrava y Jesús Oliver proponen utilizar el modelo eco-sistémico, que tiene en cuenta todos los sistemas que repercuten en el desarrollo de los individuos: los familiares, la escuela y el trabajo, los amigos, los medios de comunicación, la sociedad, la cultura…

En estas situaciones de conflicto extremo, el sistema familiar ocupa un lugar predominante a la hora de determinar la forma de actuar y de relacionarse de las personas que lo integran y sobre todo del adolescente, que está atravesando un momento crucial de su desarrollo evolutivo. Cada familia es “distinta, única e irrepetible”: los miembros se relacionan de una manera concreta, tienen un nivel de poder y una posición determinada y una herencia generacional —se pueden repetir las pautas familiares o modificarse—”. La experiencia en ese campo indica que hay dos tipos de relaciones familiares en los que la violencia irrumpe con frecuencia y lo explican Patricia Calatrava y Jesús Oliver con dos ejemplos clarificadores.

Cuando entre los padres y el adolescente hay una relación simétrica: el joven se ha posicionado a la misma altura que sus progenitores y ninguna de las partes enfrentadas quiere quedar por debajo. Se establece una lucha de poder que se perpetúa y agrava deteriorando la convivencia hasta unos niveles insostenibles de enfrentamiento, en los que se producen agresiones por ambas partes.

En estos enfrentamientos entre padres e hijos suelen darse pausas complementarias (se pide perdón y aparecen sentimientos de culpabilidad) y es en ese momento cuando se suele pedir ayuda profesional. En estas relaciones las secuelas psicológicas son menores y el pronóstico, la posibilidad de reconstruir el vínculo, es mayor.

Ejemplo: César (nombre ficticio) tiene 15 años y es el menor de dos hermanos. Sus progenitores están separados y el padre tiene dos hijos con su nueva pareja. La madre, que es con quien convive César, pide ayuda porque los conflictos con su hijo se han intensificado: se producen robos en el hogar, amenazas graves (“te voy a poner las gafas como lentillas”). El hijo piensa que su madre es una “egoísta, que sólo piensa en ella y no está dispuesto a hacer lo que ella diga”. Ella quiere recuperar el control y “no le deja salirse con la suya”. Las tensiones entre los progenitores tampoco ayudan: ella no encuentra apoyo en su ex marido para afrontar el conflicto y ve en su hijo un reflejo de él: “Eres como tu padre”. El progenitor lo resuelve diciéndole a los chicos que su madre “siempre ha sido una histérica”.

El ciclo de la violencia ya está instaurado: la rebeldía y violencia de César derivan en un mayor autoritarismo, control, distancia y violencia por parte de su madre y este comportamiento genera una mayor rebeldía, violencia por parte del adolescente. Es el patrón de conducta repetitiva que hay que romper. La madre se encontraba atrapada por los mensajes que había incorporado de su familia de origen: pensaba que la autoridad debían tenerla los padres y se sentía incapaz, como mujer, de ejercerla. Establecía una distancia emocional con su hijo porque tenía interiorizado que los hijos no podían discutir con sus padres. Se consiguió romper esa escalada de violencia, que hubiese una reparación, que se establecieran límites claros y que César asumiera las consecuencias que su madre le ponía a sus comportamientos.

Cuando entre los padres y el adolescente hay una relación complementaria. Suele ser una violencia íntima, secreta, que se queda en el ámbito familiar. En este tipo de relaciones no hay pausas complementarias y la tensión es permanente. El adolescente tiene todo el poder, se ha convertido en un tirano, y los padres tienen muy poco poder o ninguno. Las secuelas psicológicas que deja este tipo de violencia intrafamiliar son profundas y su pronóstico es peor que el de las relaciones simétricas.

Ejemplo: Nacho (nombre ficticio), un chico de 18 años, tiene una conducta muy violenta con sus padres. Les agrede verbal y físicamente. Los padres acuden al servicio de orientación familiar pero él se niega “¿Por qué voy a cambiar si lo tengo todo?”. Ni estudia, ni trabaja. Pasa mucho tiempo ‘enganchado’ a Internet, desvela datos personales de sus padres a través de la Red y compra de forma compulsiva. La madre teme a Nacho; se comporta de forma tierna con él, “a ver si con cariño cambia”, le brinda todos los cuidados y pide al padre que mantengan en secreto su comportamiento violento y el hecho de que no trabaja (se inventan que trabaja en un supermercado).

El padre no para de sermonear a Nacho, le envía a escondidas currículum para que encuentre trabajo. Sigue dándole paga y abonándole Internet. Nacho tiene un comportamiento tiránico y agresivo y los padres le sobreprotegen, por sus sentimiento de impotencia y miedo, lo que perpetuaba el poder que tenía. Ellos estaban marcados por las pautas de comportamiento trasmitidas por sus propios progenitores: las familias debían evitar los conflictos y los padres debían darlo todo a los hijos. Lo primero que tienen que hacer es buscar ayuda para protegerse acudiendo a los servicios sociales o a la policía, recibir terapia y recuperar su red social. Por último, han de modificar sus patrones sobreprotectores o ausentes por patrones en los que pongan consecuencias a sus hijos.

Cómo frenar la escalada de violencia

Las familias que viven inmersas en estas situaciones de violencia quedan atrapadas “en conductas repetitivas”, que no ayudan a romper ese patrón de comportamiento o que, incluso, lo agravan. Los padres se centran en erradicar el problema (ataques de ira, consumo de sustancias tóxicas, falta de respeto a las normas…) y se deteriora aún más la relación. El desarrollo evolutivo del adolescente “queda interrumpido”, se siente “más aislado e incomprendido y la conducta problemática” se intensifica. Oliver trata de hacer ver a las familias que hay que detenerse y reflexionar sobre lo que está pasando: “Los padres siempre hacen lo que creen que es mejor para sus hijos, pero si los problemas se perpetúan, es muy importante que intenten hace algo diferente”.

Éstas son algunas de las pautas que se dan a los padres para salir de una espiral de violencia.

-Desmontar la culpa. Sólo paraliza.

-Cada parte tiene que cambiar algo y hacerlo de forma unilateral, sin pretender que el otro modifique antes su conducta.

-Promover el diálogo. Escuchar no significa estar de acuerdo y no se requiere una respuesta inmediata. Hay que evitar los dobles mensajes del tipo “sincérate conmigo, pero no me digas nada que no quiera escuchar”. No centrar siempre el diálogo en el asunto conflictivo, tratar de hablar con ellos de otros temas.

– Aprender a controlar la ira y posponer la discusión.

-Pensar que cada persona puede cambiar en algo para superar el conflicto. -No tratar de controlar al adolescente. Hacer preguntas en lugar de dar órdenes. No sermonear. Aceptar las decisiones que tomen nuestros hijos y dejar que asuman sus consecuencias.

-Los límites deben ser claros, no difusos ni rígidos porque no facilitan el vínculo y razonables, que permitan al adolecente manejarse en el futuro. Las expectativas han de ser congruentes.

-Focalizar en lo positivo. Reforzar los puntos fuertes del adolescente. -Cuidarse el que cuida. Los padres deben recuperar su vida social y de pareja acudir a terapias o a asociaciones como AFASC

-Es conveniente que los padres, estén o no separados, hagan equipo.

-En caso de agresiones físicas, protegerse. Advertir a sus hijos que en cuanto vean en peligro sus bienes o su integridad física lo pondrán en conocimiento de la Policía. Hay que restaurar el orden en el hogar y restituir el poder a los padres. Éstos no deben tratar de controlar a su hijo sino centrarse en sus propias necesidades para recuperar el control de sus vidas. Sólo entonces se puede empezar a reconstruir las relaciones familiares.

fuente: EL MUNDO España

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