El triunfo electoral del hawaiano Barack Hussein Obama no sólo ha sido motivo de júbilo para sus electores o para los demócratas estado-unidenses. La celebración por el hecho que este hombre, el primero no perteneciente a la mayoría anglosajona, haya ganado la presidencia del país más poderoso de la tierra, se ha extendido prácticamente a todo el planeta; desde la aldea Kogelo, en Kenia, donde viven sus parientes paternos, hasta la aldea de pescadores japoneses llamada “Obama”, pasando por Indonesia, país en el que vivió siendo niño.
Ciertamente, no faltan los escépticos, como César Hildebrandt (también aquí), que consideran que la llegada de Obama a la Casa Blanca no traerá cambios realmente de fondo a la política norteamericana; como tampoco faltan quienes creen que este es el inicio de una nueva época.
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