Por muchas décadas los peruanos fuimos mal acostumbrados (obligados en realidad) a entonar un Himno Nacional apócrifo, cuyas letras, lejos de contribuir a fomentar la autoestima de los peruanos, reforzaba la idea equivocada de haber tenido un pasado por el que muy poco orgullo se podría tener.
Aunque el himno tiene seis estrofas, era costumbre (y aún sigue siéndolo) cantar el coro, que habla de nuestra libertad eterna, acompañada únicamente por la primera estrofa, precisamente la apócrifa: esa que casi todos los peruanos nos sabemos de memoria de tanto haberla repetido como loros, sin haber reparado en su contenido; esa que nos habla del peruano oprimido, esclavizado y humillado que, estando condenado a una cruel servidumbre y atado a una ominosa cadena, se limita a gemir en silencio su desgracia, incapaz de rebelarse y levantar la cabeza ante la larga opresión sufrida.
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