En nuestra larga historia de dictaduras, los militares siempre tuvieron una excusa para quebrar el orden constitucional: el fracaso de los gobernantes civiles. De esta manera, el quiebre constitucional se presentaba como una cuestión necesaria frente a la incompetencia de los políticos, manifestada en las crisis ministeriales o parlamentarias. El fracaso de los gobernantes, pues, ha sido la premisa que por mucho tiempo justificó el militarismo.
Los recientes incidentes en el escenario político (los dimes y diretes, las intrigas, la incapacidad de tomar decisiones, los malos manejos, etc.), que terminaron con el nombramiento de Carlos Ferrero como nuevo presidente del Consejo de Ministros, llevaron a algunos miembros de la clase política a declarar que la crisis del gobierno era terminal, que el gobierno no daba para más, que no podría llegar al 2006. A partir de estas premisas demandaron, y lo siguen haciendo, el adelanto de las elecciones. Y parece no faltarles razón: un vicepresidente moralmente cuestionado y que seguramente será desaforado, otro vicepresidente en el que muy pocos confían, una presidenta del Consejo de Ministros acusada de inconductas funcionales y malamente “renunciada”, un Presidente incapaz de poner orden en sus propias filas ponen en evidencia que el gobierno está en graves problemas.
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