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Tu dolor es mi dolor

Querido amigo mío,

No sé cómo comenzar a hablarte, no sé cómo dirigirme a ti. Quisiera poder rebasar el espacio y el tiempo y estar a tu lado ahora, abrazándote muy fuerte y diciéndote que todo saldrá bien, que ya va a pasar, que muy pronto habrá paz.

Pero estoy tan lejos de ti, y me agarro a la idea de pensar que mis pensamientos te llegarán. Estoy, en cierta forma cerca porque estoy pensando en ti y en tu familia, en los tuyos, en tus hermanos indígenas, en tu comunidad, en tu pueblo Awuajun.

Pareciera que fue ayer cuando acordamos compartir nuestras historias de vida, nuestros sueños, de dónde nacimos, dónde estudiamos, qué queremos ser en la vida. Lo mucho que extrañamos a nuestras familias. Me encantaba escucharte contarme sobre cómo ingresaste a Fe y Alegría 55, cómo era la vida en tu colegio, lo mucho que extrañabas a tu mamá, y también lo que querías ser de grande y los grandes consejos que el Padre Carlos te daba.

Estoy junto al recuerdo que me dejaste. ¿Sabes? Cuando estaba triste en verano solía leer tu cuaderno con mucho aprecio, porque significa que nos hicimos buenos amigos y porque aprendimos mucho… después de todo, los amigos son hermosos tesoros. Y te he de confesar, que me sentía muy culpable porque creía que no había hecho las cosas bien, que en vez de ayudar a todos, había sido más bien una carga y un problema, y que había ocasionado más pérdidas en vez de ser una ayuda. Pero leer tu cuaderno, escuchar tu historia de vida, sentir la confianza y el cariño a través de tu cuaderno, me dice que no fue así. Por eso GRACIAS porque desde lejos me consolaste.

“Recuerdo de tu amigo Aledio del Departamento de Amazonas, Provincia de Condorcanqui, Distrito de Santa María de Nieva, Comunidad de Canampa”. Tú dolor es mi dolor, Aledio. Tu lamento es mi lamento.

Antes de vivir en El Milagro, entendía desde lejos a las comunidades indígenas. No los sentía míos. Como cuando Edgardo hablaba de la sierra: “Yo no sé cómo es la sierra, no la siento mía, no entiendo a los Andes y tampoco al frío porque no los conozco y no los he vivido. En cambio la Selva, la Selva es mi vida, es mi amor. Su historia, es mi historia y su llanto es mi llanto”. Así, yo tampoco entendía a la Selva y tampoco la amaba. Pero ahora, amo a la Selva muchísimo, ni te imaginas!

“No amas lo que no conoces” dijo un sabio. Y yo creo que los conocí, y que ahora los amo mucho, muchísimo, tanto así, que hasta me siento amazónica. Y no puedo dejar de dolerme por su sufrimiento, por su dolor, por su lucha y me lastima e indigna la indiferencia del Gobierno y del Congreso y los malos juegos políticos que han hecho.

Luego de haber estado a su lado, de habernos reído de las bromas rojas-rojísimas, de haber hablado de fútbol y de lo chévere que es el Cholo Fano, la Foquita Farfán y Paolo Guerrero; luego de que hayamos hablado de nuestras tristezas y alegrías, de cómo llegamos a Fe y Alegría, de lo maravilloso que en nuestras vidas nos hayamos podido cruzar con personas que nos hacen ser mejores seres humanos, en tu caso, el Padre Carlos, en mi caso, Alberto (si, recuerdas que te dije que a los jesuítas les gusta que les llamen por sus nombres y no por los títulos, verdad?). Luego de haber vivido con ustedes, comprendo que ser awuajun, o shipibo, o kucama-kucamiria, o wampi, o ashaninka, o shawi, o kichwa, o huitoto, o serrana, o cholita, u oroina, o limeña, o molinera… nuestra esencia es la misma.

A través de ti, pienso en todos ustedes, en sus hermanos, en sus padres, en sus familias, en sus pueblos indígenas, en su sangre! Y siento su dolor como mío. No puedo estar a tu lado para decirte estas palabras de frente, ni para llorar juntos porque no entendemos la indiferencia ni los juegos políticos. Tú me ayudaste, a través del recuerdo que me dejaste, cuando estaba triste. Ahora quisiera poder hacer lo mismo contigo.

Ayer fui a la Marcha de Solidarización con los Pueblos Indígenas. Caminé desde Puente Trujillo hasta la Plaza Francia, y seguí caminando sola pensando en todos los hermanos muertos policías e indígenas y en cómo llegamos hasta esta situación de violencia y de sangre… Encontré a toda la movilización en el canal 4. Te alegrarías de saber que hay mucha gente joven que también está indignada por las muertes, por la posición del Gobierno frente a las Comunidades Indígenas, que está dolida por las muertes de policías y de indígenas. Y que sale a las calles a manifestar su voz de protesta e indignación.

Estaba aterrada escuchando las noticias, porque mencionan tus tierras, han hablado de Imasita, de Santa María de Nieva, del pueblo Awuajun: todo tuyo. Y no puedo evitar preocuparme, sin saber qué hacer. Con la impotencia de no comprender cómo llegamos a esta situación. Si tu estás bien y los tuyos no lo están, no estás bien.

¿Qué nos queda Aledio? Rezar para que esta violencia termine de una buena vez. Y cuando termine, reflexionar sobre lo que ha pasado. Que el Gobierno asuma su responsabilidad por no haber efectuado una consulta adecuada con nuestros hermanos indígenas; que se demoraron en llegar al diálogo, que NUNCA HUBO DIÁLOGO. Que ese Congreso no derogó esos decretos inconstitucionales. Y que su marcha, hasta antes del día de ayer, fue pacífica… pero de pronto, todo cambió y devino en muerte, violencia, resentimiento y dolor.

Un abrazo fuerte amigo de mi alma,

Tu amiga Diana.

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Lo que no traen los periódicos

* Escrito por Edgardo Pezo Pérez

Al leer aquella noticia me causó tanta risa, que la gente que pasaba por mi lado se volteó curiosa a observarme.

La noticia decía así:

CAPIBARA. Venezuela. Dic. 5 (AFP). Últimamente ha aparecido en la selva venezolana un extraño insecto, que los nativos llaman “La Machaca”. Según el decir de mucha gente, la picadura de este insecto es mortal. Pero lo interesante es que la creencia popular afirma que el único antídoto contra el veneno es hacer el amor antes de las 24 horas. Como comprenderán los lectores, ante semejante antídoto, los picados por “La Machaca” han aumentado considerablemente lo que sí, tiene preocupadas a las autoridades.

Como verán la noticia tiene mucho de graciosa. Pero noticias graciosas nos traen todos los días los periódicos. El motivo de mi risa era por otra cosa. La noticia me hizo recordar aquella terrible historia.

I

Habían pasado seis meses, desde que nos encontrábamos sacando caucho de las selvas del Putumayo. Éramos muchos mestizos al mando de centenares de indios. La gran mayoría de nosotros no había llevado sus mujeres; y como ustedes comprenderán seis meses en la selva es terrible…

En un principio, como sucede siempre mientras dura la curiosidad por lo nuevo, todo nos parece interesante, pero conforme pasa el tiempo y todo se hace viejo y conocido, la vida se va haciendo monótona. Entonces comienzan los recuerdos. Primeros son muchos. Luego quedan muy pocos. Finalmente queda uno: El recuerdo de la mujer amada. Bueno, no sé si eso les sucede a todos, pero a mí, me sucede así siempre. Al principio el recuerdo es de una pureza espiritual inmensa: La voz dulce, la mirada tierna, las manos delicadas que apretaban las nuestras buscando seguridad y calor. Al pasar el tiempo estos recuerdos se hacen casi materiales: se sienten los susurros del deseo en los oídos; el ardor de la mirada, la piel quemar en las manos.

II

La vida seguía su curso lentamente, como las aguas del río. Por aquellos días comenzaron a suceder cosas extrañas en el campamento. Por las noches los hombres salían de sus covachas, con sus ojos convertidos en dos brasas de fuego, y como un ejército de luciérnagas se perdían en la inmensidad del bosque. También por las noches se escuchaban ruidos extraños que venían desde la playa mezcla de voces humanas y gruñidos de animales. Al día siguiente al recorrerla, se encontraban muertos, bufeos hembras con sus sexos expuestos al sol.

La luna brillaba en lo alto. Era noche de luna llena en la selva. Había una quietud misteriosa. Asomado a la ventana de mi covacha contemplaba esa noche inmensa, con mis recuerdos asomándose a todos sentidos. De pronto apareció ella. Su larga sombra confundiéndose con la sombra de los árboles. Era la mujer del patrón. Pasó por el marco de mi ventana sin darse cuenta de mi presencia, perdiéndose en el camino que llevaba al río. Largo rato, la esbelta figura, estuvo de pie contemplando el lento correr de las aguas sumida es sus pensamientos. Después como en un rito a aquella hermosa luna en lo alto se comenzó a desvestir lentamente. Muy pronto aquel cuerpo hermoso y moreno estuvo desnudo, bañado en forma irreal por un polvillo de plata. Después no recuerdo, mi cerebro pareció explotar y cuando desperté al día siguiente sobre la arena de la playa, había nacido en mí aquella terrible idea.

III

Un día el campamento amaneció alborotado. Un indio amaneció muerto. Su cuerpo no presentaba signos de violencia alguna. Muy pronto la noticia llegó hasta el patrón. Este descansaba plácidamente, con su mujer, ajeno a la vida que transcurría a su alrededor; donde hombres cansados y hambrientos sacaban para otros, las riquezas de la selva. Cuando le mostraron el cadáver simplemente dijo:

¡Entiérrenlo! – Total un indio muerto es solamente un indio menos, después de todo me quedan muchos, pensaría.

Una mañana nuevamente el campamento amaneció alborotado. Otro indio había muerto. Como la primera vez, no presentaba signos de violencia alguna en el cuerpo. La noticia corrió por el campamento y llegó hasta el patrón.

¡Entiérrenlo! – Volvió a decir, total es otro indio menos, pensaría.

Nuevamente la vida y el río siguieron su curso, inexorables, sin detenerse un instante. Con el correr de los días los muertos aumentaron en el campamento. Lo extraño y misterioso era que nadie podía dar razón de esas muertes. Todas siempre lo mismo: sin ningún signo de violencia.

El miedo comenzó a invadir todos los actos de nuestras vidas. Por las noches los hombres no dormían, esperando alertas, al enemigo invisible que les arrebataría la vida. Incluso el patrón, había mandado montar guardia alrededor de su covacha.

Una mañana el hermano del patrón amaneció muerto. La noticia alborotó el campamento; y como siempre sucede en estos casos, el último en saberlo fue el patrón. Al ver al muerto casi se desmayó, alguien tuvo que sostenerlo. Sin embargo, pudo recobrar la calma y preguntó asustado:

¿Qué? … ¿Qué ha pasado?

Nadie le respondió. Todos miraban asustados. El patrón suplicante volvió a preguntar.

Por favor… Díganme ¿qué ha pasado? … ¿Cómo es que está muerto?

Nadie volvió a responderle. El pánico había hecho presa de todos, impidiéndonos hablar. Pero de pronto, de la multitud de indios salió una voz que tímidamente dirigiéndose al patrón dijo:

Machaca patrón… machaca

El patrón ubicando de dónde venía la voz, le dijo:

¡Tú ven acá!… a ver… ¿qué cosas estás diciendo?

El indio pasó al frente y mirando asustado al patrón volvió a decir:

Machaca patrón… machaca

Esta vez el patrón al no entender nada de lo que el indio le decía, perdió la paciencia y con voz alterada le gritó:

¡Carajo! ¿No puedes hablar bien?

El indio se atemorizó hasta el extremo que comenzó a temblar y solamente dijo:

Ma… machaca…ma… mata – Luego quedó silencioso y ni las amenazas del patrón pudieron hacerle hablar.

Entonces cansado de querer lograrlo, el patrón se dirigió a todos nosotros preguntando:

¿Alguien sabe lo que quiere decir este indio imbécil?

Un silencio absoluto reinó en la multitud, fue entonces cuando di un paso adelante y dirigiéndome al patrón le dije:

Yo se lo puedo decir patrón

El patrón me miró extrañado, pero reponiéndose al instante me preguntó:

¿Qué cosa sabes tú? …. ¡a ver habla!

Después de pensarlo un instante le respondí tranquilamente sin perder la calma:

Lo que este indio quiere decir patrón. Es que a su hermano le ha picado la Machaca – Por un instante callé esperando que el patrón volviera a preguntarme.

A ver… no te entiendo nada… ¿qué cosa es la Machaca?

Por un instante, medí al patrón con la mirada, entonces comencé a explicar lo que era la Machaca.

La machaca es un insecto muy feo, que según los caucheros brasileros cuando nos pica, nos mata – Antes de proseguir miré a la multitud, que silenciosa y asombrada seguía mi relato pero entre todos aquellos rostros, pude descubrir algunos que me miraban cómplices.

También se dice que muchos le han visto por este monte

Un murmullo temeroso, salió de la multitud, todos se miraron asustados.

Entonces el patrón preguntó tembloroso:

¿Quiere decir… que… que todos… vamos a… a morir? ¿No hay forma de curarse si nos pica?

Nuevamente volví a poner la mirada sobre la multitud asustada.

Cuando vieron que iba a dar mi respuesta, se hizo un silencio absoluto.

Si… Tirar antes de las 24 horas

IV

Han pasado muchos años desde que sucedió todo esto. Como les dije al principio al leer el periódico, me causó tanta risa que me hizo recordar aquella terrible historia.

Algún día les contaré como matamos a aquellos hombres. Solamente les puedo decir que a partir de aquel instante, los picados por “La Machaca” aumentaron considerablemente, pero las mujeres del campamento resultaron ser un antídoto formidable.

No me tomen por muy malo, pero ustedes comprenderán que seis meses en la selva es por demás terrible.

Agradecimientos:
Edgardo Pezo Pérez y a su blog El Urcututo de día
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