No se lo he dicho, pero ser su amiga es uno de mis más grandes tesoros. Para mí es un gran honor sentarme a hablar con él y que me escuche y que yo lo escuche. No le he dicho lo mucho que nuestras conversaciones me ayudan a pensar y a reflexionar más sobre la vida, tampoco le he dicho lo mucho que lo admiro… aunque yo intuyo que él ya lo sabe.
Algunas veces es una bendición que tu mirada refleje tu simpatía por alguien. Benditos los ojos que brillan cuando amas a alguien.
Su risa sincera, su sentido del humor, su brillante inteligencia, su humilde sabiduría… esa delicadeza para respetar en silencio cuando me quiebro delante de él. Y esa autenticidad suya para también cuestionarse delante de mi. La sinceridad de esta amistad es una dulzura en mi vida, es como la leche y la miel.
Mientras escribo, me pregunto porqué quisiera compartir mi admiración y mi agradecimiento hacia él, e intuyo que lo hago porque cuando estás orgulloso y agradecido hacia alguien, lo quieres expresar con todo tu ser. Todo tu cuerpo quiere expresar una vivencia así de gloriosa. Es como correr por un campo lleno de verdor y de flores gritándole al viento: “¡es mi amigo, es mi amigo!”
Es como una suerte de brisa fresca, como estar frente al mar en un atardecer con los brazos abiertos al viento, y los ojos cerrados, sintiendo en tus mejillas el aire marino. Y de pronto, de nuevo gritas: “¡es mi amigo, es mi amigo!”
Luego, en tu cotidianidad, te das cuenta de que ves las cosas de manera distinta, que andas más calmada, más pausada, más sutil incluso. ¿Qué será? ¿qué será? Son tantas cosas, yo creo que es por todo y debido a todo. Y la musicalidad del francés también hace su aporte. Merci! ¡Todo aporta! ¡Todo!
¿Si él me leerá? No, no lo creo y sonrío aliviada por ello.