Hoy te soñé en el hálito del mundo donde duermen todas las palabras que aun estamos por decir. Desordené fibras tuyas y las ordené de nuevo para invocar tus nombres y hablar contigo, hacerte presente en mi presente.
Al mencionar tu nombre aparecieron tus cabellos en el mundo como escaleras infinitas y múltiples que llevan a todos lados; entonces estábamos en el Monte de Carlos con barajas de casinos gigantes que tenían problemas de ludopatía. Escapamos porque ambos éramos viciosos. Fuimos al mundo del Lago y Venecia, donde vivimos esa película de Hitchcock que nunca llegó a filmar.
La luna se hizo roja entonces, tan llena y tan redonda, tan cercana y tan cálida. Vinieron las matemáticas infinitas salidas del pizarrón verde de algún profesor de ingeniería. Todos los números de tiza nos llenaron de polvo blanco. Blanco estabas y así te quedaste, como la leche puuuura de vaca.
Me dijiste entonces que prefieres las arrugas de la alegría en el rostro, de esas señales que te marcan porque te ríes mucho, como grietas profundas, como una risa audaz y contundente que labra caminos en tu piel. ¿No vas a llorar nunca? te pregunté. Un día más. Un día más. Un día más. No me dijiste que llegamos al mundo del Lago y Venecia porque navegamos en tus lágrimas del antaño. No es un lugar triste, sino lleno de ti, por donde remo veo tus recuerdos y tus posibilidades. Diría que hasta es un lugar feliz porque es tuyo, pero no me labra arrugas de felicidad en la piel. Más bien estoy bañada en ti.
Remamos al mundo de las Causas y los Efectos donde todos sus habitantes estaban desorbitados por la Racionalidad. Y entré en pánico. No soy muy de Efectos, te dije. ¿Ya viste mis lunares? ¿ya conoces mis lunares? Los soñé Diana, los soñé en un momento. Es como si te hubiera conocido verdaderamente y como si verdaderamente te hubiera amado. Esa no es una Causa. Ni un Efecto. Ese ni siquiera es un pensamiento racional. Nunca conociste mis lunares. Nunca te dejé hacerlo, y nunca pudiste acercarte. Lo siento. Sonreíste, y te salió una grieta más de felicidad en el rostro. ¿Es que nunca vas a llorar?
En el mundo de la Racionalidad todo estaba en el presente. El aturdimiento era total porque soy Histórica e Histriónica. Lo sabías bien porque alguna vez me fotografiaste en el piso de tu estancia. Me caí del sofá durante una siesta, era el colofón de una caída ancestral que debió haberse efectuado en un viaje de la niñez a Churin, pero que lo hacía ahora, en el sofá de tu casa. Dramática. Histriónica. Histórica. Necesito de la dialéctica, ¿por qué estamos aquí? Aquí todo es causa y es efecto, no estoy en mi elemento. Un día más. Un día más. Un día más. No le encuentro el movimiento envolvente. ¿Diana, por qué todo tiene que ser como tú quieres?
Las escaleras de tus cabellos infinitos comenzaron a envolverme. Adorable puente se ha creado entre los dos. Estás pensando en Cerati, verdad. Si. Siempre. Y También en Tongo. Llegamos al Mundo encarnado, a la bisagra de la temporalidad, al Reino del Verbo Carne, ahí donde se encuentran Merleau Ponty, Borges y Cerati. El laberinto del tiempo encarnado, “el hombre vive en el tiempo, en la sucesión, y el mágico animal en la actualidad, en la eternidad del instante”. Ahí Borges hablaba de un gato, verdad. Nunca confié en los gatos, son muy orgullosos, siempre ronronean y te rodean las piernas como si ellos fueran los artífices de nuestras acciones. Se creen divinos. Prefiero a los cachorritos. Pero yo soy medio gato, ¿no lo sabías? Sí, y aún así me enamoré de ti. Pero no lo volvería a hacer. Yo tampoco. Igual que tú prefiero a los perros y tampoco me volvería a enamorar de ti. Y te salió una grieta más de felicidad en el rostro. ¿Cuándo llorarás?
Ya lo lloré todo – y también nada aún -. ¿Te quedarás en este mundo encarnado? Sí. Y Tú. Yo tengo que partir a otros planetas, querida Rosa. Soy Diana. Rosa, la Rosa del Principito. Siempre te creíste Principito. Anda, vive. Y gracias por venir. Ya estás pensando en Cerati de nuevo.