Auch

 

«Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;
me pesa haber tomado de tu pan;
pero este pobre barro pensativo
no es costra fermentada en tu costado:
tú no tienes Marías que se van!»
Imagen tomada de miraryver.wordpress.com

 

Siento que cuando comenzamos a hablar de justicia – del mundo de la vida o del mundo de los procedimientos y normas – entramos en un campo minado con muchísimas aristas, espinas dolorosas y bombas por doquier; sino que lo diga el paciente Job o Paco Yunque…

Cuando era chiquita se me hacía muy complicado entender lo de “la otra mejilla”. Había visto en una de esas películas de Semana Santa a un Jesús que recibe una cachetada y que ofrece la otra mejilla. Era una escena explícita, y llena de elementos que me asombraron. Y con la intensidad de las cosas que hacía a esa edad, me lancé en el complicado camino del segundo grado de primaria a ofrecer mi mejilla a aquellos compañeritos que me comenzaran a pellizcar o a patear.

Fueron épocas difíciles y de mucha confusión infantil porque por otro lado, mi mami también me decía que en el colegio me debía defender si es que me comenzaban a fastidiar, y si no lo hacía, todos me iban a “agarrar de punto”; y “no pues, ¡en la vida hay que defenderse!”. ¿Quién entiende a los adultos?

Creo que esa experiencia – junto con el cuento de Paco Yunque – fue mi primer acercamiento a la “Justicia”. Y fueron experiencias dramáticas, llenas de lágrimas, y de cólera también, porque en la vida no había justicia, al menos no como mi cabecita se lo imaginaba.

Muchos años después, ya de adulta, me tocó vivir una experiencia bastante traumática también, en relación a la Justicia. Mi único consuelo era el libro de Gustavo Gutierrez “Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente. Una reflexión en torno al libro de Job”. Recuerdo que estaba tan lastimada que sólo me quedaba en la primera parte del libro, en aquella que habla del sufrimiento, del dolor, de las escaras y de los quejidos desde el mazbaleh y me sentía tan identificada con Job, y también tan perdida como él al inicio.

Entonces, el tiempo pasa, el tiempo pasa, el tiempo pasa. Las oraciones vienen, las oraciones llegan, las oraciones se quieren ir, las velitas se prenden, las lágrimas las apagan y las cosas toman su dimensión. Creces. Miras la vida con perspectiva. Te vas sanando. Después de todo, Papito Dios nunca te deja abandonada. Y esa es una experiencia salvífica, de las más hermosas que he podido vivir. Para mí me parece un profundo misterio… de amor.

* * *

Tiempo después llega Maquiavelo a tu vida con “El Principe” – qué capo Maquiavelo, el desahuevador estupendo! -. Porque la vida no es tan simple como dar la otra mejilla cuando te golpean. En la dimensión social hay cálculo político y astucia. Una elección tiene consecuencias trascendentales en la Historia. Hay que saber ser astutos, para que no te hagan yaya al corazón nuevamente…

Maquiavelo no es tan siniestro como me lo pintaban antes, a pesar de las pésimas traducciones que me tocó leer. Me dijeron luego que Claude Lefort escribió “Le travail de l´oevre Machiavel” y que realmente valía la pena leerlo. Era una reivindicación. ¿Probablemente Merleau Ponty tenga alguna influencia maquiaveliana en su obra? Quizás… Merleau-Ponty siempre me ha llevado por caminos mágicos… ¡le debo tanto en la vida!

Justo me pasaron el libro “Merleau-Ponty. La Chair du politique” de Myriam Revault d’Allonnes. Veamos pues cómo nos va.

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