DKHH
Mi muy apreciada Señorita,
Me pregunto dónde comenzará a leer esta primera carta. ¿En su escritorio junto a su biblioteca llena de papeles en estado eterno de entropía bibliófila? ¿En su reino lleno de sábanas y peluches de burritos, gatitos, ositos y muñequitas Peloncitas? ¿En el cómodo sillón de su sala, que en ciertas ocasiones suele convertirse en esa gran nave – escondite secreto para mirar films de todos los tiempos? ¿En ese rinconcito de cielo al que usted recurre cuando quiere llenarse de esperanzas? ¿En el aposento de lo intangible y trascendente, quizás? Perdone mi atrevimiento mi humana señorita, no quise sonrojarla…
Usted comenzará a leer estas sinceras lineas que este extraño – pero no peligroso – caballero le envía con el auténtico deseo de hacerla mi amiga por correspondencia.
No se asombre por favor, tampoco se asuste de encontrar esta misiva en el buzón del condominio en el que vive. Por un momento piense en que ahora las personas ya no suelen escribirse cartas a mano. Ese es un antiguo hábito olvidado, un gesto de cariño anacrónico, una práctica que se ha vuelto obsoleta gracias al Twitter – al que usted es acérrima (soy su “follower” mi apreciada señorita) -, al Facebook – no tengo el placer de ser su “amigo en el Facebook”, porque por más que la busco, no la encuentro; y la Señorita que tiene su mismo nombre vive en Quebec. Le escribí, pero me indicó que ella no es usted, sino su prima, la más querida. No quise insistir más y me consolé diciendo que si no podía contactarla por el Facebook, era por alguna razón buena -.Como le decía, mi querida Señorita, las cartas a mano ya casi no existen. Ahora todas las personas usan el correo electrónico y aquellos sobres tan bonitos con sus bordes rojo y blanco y las hojas con olores perfumados, ya casi son un recuerdo vintage.
Soy Ignacio Zavaleta, y nos hemos visto antes, sólo que usted no se percató de ello… e incluso almorzamos en la misma mesa de la Cafetería de Arte, solo que como ya dije, usted no se dio cuenta de que estaba ahí.
Amigos en común me informan que usted estudia Filosofía, y que le gusta leer a Merleau Ponty; y también que últimamente piensa cambiar de carrera a Literatura porque tuvo un disgusto a muerte con uno de los profesores que enseña Heidegger… que incluso pensó en dejar la universidad e irse a San Marcos o a la Ruiz. Mi apreciada señorita, no quisiera entrometerme en los temas que no me corresponden, pero todos los profesores de filosofía son los mismos en Católica, en San Marcos o en la Ruiz. No hay escapatoria. Sólo queda enfrentarnos al cuco con dientes y dignidad. Después de todo, el tiempo hace que veamos las cosas con distintas perspectivas (esa es la esperanza de todos los políticos, al menos).
Tal como le comenté líneas arriba, le escribo porque deseo ser su amigo por correspondencia. Que nos escribamos cartas y cartas – a mano -, por el placer exquisito de escribirnos. Pensé que podríamos compartir gustos afines.
Estuve leyendo su blog – y no dudo que esta carta muy pronto será un nuevo post, por favor, agradeceré que cambie mi verdadero nombre, para conservar mi identidad secreta-.
En su anterior entrada usted escribió las iniciales “LILDS” y luego puso “Milan Kundera”. Siempre que la leo siento que es una invitación a interpretarla, como si lo que ha escrito, no termina de estar escrito, sino que recién comienza. En esta oportunidad usted está hablando del Tomás de “La insoportable levedad del ser” y de su naturaleza de mujeriego épico (porque él no es el mujeriego lírico que siempre persigue al mismo tipo de mujeres, precisamente porque el alma de un mujeriego lírico se busca a sí misma en el alma de sus amantes y es el ideal inalcanzable). Me he percatado también de que usted tiene un enamoramiento platónico -realmente enternecedor, y por otro lado perturbador – por François Truffaut y por Bertrand Moraine, que digamos es el mismo. Perdone mi atrevimiento señorita, pero… ¿el incidente a muerte con su profesor de Heidegger tuvo algo de inspiración respecto a la pasión de estos personajes?
Mi querida Señorita, usted es un libro abierto. Es muy fácil para mi interpretarla… siento que la conozco de toda la vida, y aún así no la conozco todavía. Y no lo tome a mal, pero tampoco espero que nos conozcamos – digamos de la manera comúnmente entendida: tomando un café, yendo al cine, yendo al teatro, caminando por el parque, mirando a los Apus-edificios del Centro Empresarial, etc -. Mi humana señorita, yo sólo quiero escribirme cartas con usted.
No le pido mucho.
Le pido la vida… en cartas escritas a mano.
Si a usted le parece que este mensaje ya lo conoce de antes, reconoceré entonces que es muy perspicaz – aparte de muy bonita -. ¿A usted le suena Santiago del Prado?
s u d e d i t o
t a n m e ñ i q u e
Ignacio Zavaleta A.