LILDS de Milan Kundera.
– Me doblego por tus celos. Cuando elegí amarte, lo asumí todo. ¡Mírame! Soy tuyo.
Realmente lo elegí. Te elegí. No fueron las seis casualidades que se cruzaron para encontrarnos. Fue la metáfora del cesto en el río. Ahí comenzó todo.
Fue el “Es Muss Sein” de Beethoven. Las metáforas son peligrosas.
No se lo dijo con palabras, sólo atinó a tomar sus manos entre las suyas y besarlas incansablemente, decirle que estaba ahí.
– Ellas no. Pero han venido contigo, te siguen y me siguen y nos siguen. Siempre aparecerán de la nada, de todas las edades, de todos los otros mundos, con distintas pasiones…
Sus amantes saldrán de todos lados, aquellas bellezas no convencionales que seducen al mujeriego épico, esas bellezas que hablan de exquisitas asimetrías y misterios corporales -e intelectuales- que siempre solicitan al héroe que las explore. Es la predilección por la monstruosidad divina de Fellini. Son los misterios del alma.
Y de pronto adquieren la presencia de la joven y esbelta estudiante de arte dramático; de la profesora de literatura que sabe griego y alemán; de la aplicada alumna que estudia pacientemente a Heidegger – tan sólo para encontrar un tema de conversación con el héroe -; de la ingenua labradora de sueños que vive inocente en el mundo de la solidaridad con la esperanza de que los seres humanos son buenos y bellos.
Están las bellezas que son alegres como el nacimiento de un niño en un hogar acomodado; las que secretamente estudian ingeniería mientras pregonan al mundo que son humanistas; bellezas vengativas y miserablemente despiadadas como la astucia de Valentino; bellezas que son depresivas como el otoño de Sísifo…
Bellezas con temple de acero para sobrevivir amando en el exilio de Alaska. Pero no confundamos, nunca confundamos. El héroe no busca ser amado por sus amantes, sino la aventura épica del descubrimiento glorioso.
– Ahora tú eres mi presente, contigo quiero hacer nuestro futuro. Me doblego, te lo dije. Ya no importa nada más.
– Pero ellas siempre estarán.