Ésta era, por lo menos, la opinión del doctor Rieux cuando leía en los periódicos o escuchaba en la radio las llamadas y las palabras de aliento que el mundo exterior hacía llegar a la ciudad apestada. Al mismo tiempo que los socorros enviados por el aire y por la carretera, todas las tardes, por onda o en la prensa, comentarios llenos de piedad o admiración caían sobre la ciudad ya solitaria. Y siempre el tono de epopeya o el discurso brillante impacientaban al doctor. Sabía, ciertamente, que esta solicitud no era fingida. Pero veía que no era capaz de expresarse más que en el lenguaje convencional con el que los hombres intentan expresar todo lo que les une a la humanidad. Y este lenguaje no podía aplicarse a los pequeños esfuerzos cotidianos de Grand, por ejemplo, pues nadie podía darse cuenta de lo que significaba Grand en medio de la peste.
A medianoche, a veces, en el gran silencio de la ciudad desierta, en el momento de irse a la cama para un sueño demasiado corto, el doctor hacía girar el botón de us radio, y de los confines del mundo, a través de miles de kilómetros, voces desconocidas y fraternales procuraban torpemente decir su solidaridad, y la decían en efecto, pero demostrando al mismo tiempo la terrible impotencia en que se encuentra todo hombre para combatir relamente un dolor que no puede ver: «¡Orán! ¡Orán!» En vano la llamada cruzaba los mares, en vano Rieux se mantenía alerta, pronto la elocuencia crecía y denotaba la separación esencial que hacía dos extraños de Grand y del orador. «¡Orán! ¡Orán!» «Pero no – pensaba el doctor -, amar o morir juntos, no hay otra solución. Están demasiado lejos.»
A.Camus. La Peste
«180 personas, entre ellas trabajadores de la central nuclear Fukushima I y bomberos, soldados e ingenieros voluntarios tenían a su cargo hasta el jueves pasado el control interno de la planta. Se trata de verdaderos héroes que, embutidos en trajes contra la radiación, aparatosos respiradores y pesadas bombas de oxígeno, se han venido turnando para bombear agua de mar al interior de los reactores más calientes. Sin duda, la mayoría de ellos sufrirá graves consecuencias en su salud. De hecho, sólo muy pocos de los ‘liquidadores’ que trababajaron en la central de Chernóbil, en 1986, están vivos.»
Catástrofe, pánico y fuga. Por Ghiovani Hinojosa. Domingo. Revista de La República. 20 de marzo,2011
Entierro colectivo. DAVID GUTTENFELDER (AP) | 28-03-2011
Trabajadores japoneses durante un funeral colectivo por las víctimas del terremoto y tsunami del 11 de marzo en Yamamoto, noreste de Japón.
Una mujer anda en una calle de Taro. CARLOS BARRIA (REUTERS) | 30-03-2011
Una mujer anda en una calle de Taro, localidad del noreste de Japón arrasada por el tsunami.