– Se llama así, exactamente como suena.
– ¿Cómo más podría pronunciarse?
– Y no sé… con tanto inglés por aquí.
Te acercaste determinado con el propósito muy bien definido. “¿Podemos almorzar juntos?” “Why not?” pensé. Últimamente me había sentido como ese personaje interpretado por Jim Carrey al que le recetan que debe decir absolutamente “sí” a todas las propuestas locas que le podrían plantear. Entonces ahí aparece Zooey Deschanel con todo su encanto sublime de la ingenuidad primaria que encontraríamos en ese eterno disco “Amor Amarillo” de Cerati. Pero aquí, ¿quién es mi Zooey Deschanel?
Ambos, diestros maestros de la conversación, comenzamos a hablar de lo que nos apasionaba y nos conmovía con la transparencia y la honestidad de sabernos ‘inmediatos’, casi íntimos, más que por la confianza que pudiéramos habernos tenido, porque nos podíamos leer mutuamente. Y ambos éramos conscientes de ello. Sin necesidad de hablar, ya sabíamos cómo andábamos en la vida, cuáles podrían ser las tendencias en nuestros pensamientos, emociones y acciones. Alguien no iniciado en nuestro arte podría argumentar que siempre existiría esa libertad y esa posibilidad del ‘podría ser’. Y tendría razón. Y nosotros también.
La bondad amorosa y la dulzura envolvían cada una de nuestras preguntas y respuestas. Por ahí había una sonrisa de ternura, como si fuéramos íntimos de toda la vida. Y quizás lo éramos – en otras vidas -. “Me encanta Regina Spektor, tiene una dulzura, una entereza y un compromiso por lo que hace y pone tanta pasión y belleza en sus discos… ¿cómo es posible que no la hayas escuchado? ¿Dónde has vivido todo este tiempo? Recientemente ha sacado la versión de ‘While my guitar gently weeps” para el film Kubo and the two strings. George Harrison la adora. Literalmente me he quedado embelesada viendo entrevistas que le hacen donde habla de su cariño intenso y admiración por The Strokes, la espiritualidad que la acompaña y su filosofía de vida. Regina es una reina deliciosa”
Y mientras hablaba, sentía que los seres que habitaban en mi corazón reaccionaban y también hablaban a través de mi. Toda yo reaccionaba en una sinfonía armónica y perfecta para hablar de lo que me excitaba y me hacía feliz. Y también sentía que tu corazón hablaba y sonreía. No éramos sólo los dos los que estábamos ahí… Accediste con humildad y valentía entrar en este maravilloso juego de palabras para compartir conmigo qué grupo te apasionaba. “Pues, no soy de estar muy al tanto de los grupos actuales y de tendencia… pero hay un disco que me cambió la vida. Generó una reacción química en mi cerebro que me hizo liberar dopamina y serotonina en cantidades industriales. Son demasiado maestros de la experimentación. Es el disco que más feliz me ha hecho y que más influencias me ha generado para producir la música que hago. Y eso busco en mi vida: experimentar muchos ritmos y transmitir genialidad en lo que hago”. “Y realmente lo haces. Me siento desbaratada por la pasión con la que hablas de lo que te apasiona”.
Sonreímos una vez más. Cambiamos de tema de conversación, sólo para probar nuestras hipótesis, y seguir jugando con las palabras. Ese día nos despedimos tres veces y nos encontramos nuevamente otras dos. Quizás sería un signo de las muchas vidas pasadas. Y en cada despedida nos recordábamos que teníamos que intercambiar música y películas y libros y cuentos y caricaturas y números reales e imaginarios y palabras y dabadabadú. “No soy mucho de entrar a la internet. Es que tengo poquito tiempo y se me va entre las clases, componer música, escuchar los vinilos y leer”. “Y yo estoy en las antípodas. Hasta me instalé Snapchat para entender a los Millennials”. “¡Qué graciosa eres!”.
Y los signos de los tiempos eran claros. Tú tenías “Autobiografía de un Yogui” de Paramahansa Yogananda en la versión estándar, esa de papel, donde puedes subrayar y mojar con saliva las páginas para voltearlas. Yo tenía el libro de Paramahansa en mi Kindle y en inglés porque la versión de Amazon de Canadá es más económica que la que está en español de España. “¡Qué capo Paramahansa, verdad!” “¡Un Maestro!”