Algo me decía que si eventualmente te volvía a ver, las cosas serían ridículamente patéticas. No sabría qué decirte. Creo que tú sí lo sabrías. Y entonces me quedaría pendeja de por vida y con ganas de hacer catarsis, que es lo que precisamente estoy haciendo ahorita. O de hacerte una oración y prenderte una velita aromática.
Eras -y eres- lo suficientemente hábil para haberte dado cuenta desde ese primer vino y esa primera referencia a Nole Djokovic que he anhelado siempre lo ideal. No es gratuito que en un inicio quisiera hacerle un altar a Balzac, que viviera siempre pensando en el hipotético perfecto y que idealizara a aquellas personas que ya no están a mi lado o a las que nunca serían mías, íntimas y lujuriosas. Anheladas sí, pero nunca carnales.
Y lo descubriste muy fácil. Un vino, un partido de tennis, las piernas de Caroline Wozniacki, los muslos de Serena Williams, los comentarios existencialistas de Sartre, tu pasión ingenua por el Che, mi pasión ingenua por Truffaut, el Bernardo que aparece en todas nuestras conversaciones, la puritana de la Fernanda con sus luces por la coherencia moral, la absurda Maria Felix, siempre triste por ese espíritu depresivo que muchos tenemos escondidamente.
Un vino, la embriaguez porque soy tan pollo,
el vómito,
la ebriedad.
Y la misericordia.
La estocada final.
El “touché” tan personal que te llevaste como trofeo de guerra.
«Te quedarás ahí, idealizándome, imaginándome cómo hubiera sido si…, idolatrándome, agradeciéndome, amándome en secreto, poblando cada uno de tus pensamientos. Ninguno de tus amantes ocupará el espacio que yo tengo, que tú me otorgaste por voluntad propia»
Y al final te ví. Me viste. ¿Huiste? Qué pendejo. Preferiste reinar en mi mundo ideal que abrazar mi espacio carnal. Mi carnosidad. Mis carnes. Estas carneeeeessss.
Luego del hola protocolar, de la sonrisa incómoda y del adiós-que-te-vaya-bien-tengo-clases-me-tengo-que-ir-cuidate-escríbeme-no-te-pierdas-ya-hablaremos-luego te desvaneciste.
Te vi luego tomando vino con otra alumna en el Queirolo.
«Ex-alumna. Yo nunca salgo con alumnas. No sería ético».