¿Y por qué ya no escribes?


«La vida, para los corazones insobornables siempre estuvo pendiente de un hilo»
Foto tomada de Tumblr

Toda opción vocacional implica un riesgo de cuidado. Podría olvidar entonces mis huellas en la arena del lucro. Es un riesgo diabólico siempre seductor y terrorífico.

Dejar de lado la belleza del saber gratuito, el néctar glorioso que cada semana bebo cuando estoy con él, a través de sus palabras voraces, ordenadas, incisivas que estimulan mi intelecto y retan mi sentido de la estética.

Olvidar la imagen de Scherezade y aquellas vivencias donde me sentí en su piel, respiré su aroma, conviví con los temores de la última noche que se vuelve eterna e infinita, múltiple y universal.

¿Podría decir entonces que me despojaría del deleite intelectual? Que finalmente mi alma olvidaría las sinuosidades voluptuosas de los mares de la literatura y de la filosofía que tanto placer y goce me han dado y que con tanta disciplina y perseverancia me solicitan.

Convertirme entonces en la calculadora recaudadora de impuestos, con un fino sentido del lucro y del quehacer capitalista. «Finalmente uno tiene que vivir. »

¿Pero qué vida, la vida? ¿una vida sin el heroísmo de las pequeñas e intrascendentes acciones cotidianas? ¿una vida que Tarrou y Rieux jamás deplorarían? ¿una vida que ofendería a Scherezade? ¿una vida humanista o técnica? ¿no es posible vivir en ambas?

El riesgo de perderlo todo siempre estará ahí. De no ser buena ni en lo uno, ni en lo otro, precisamente porque cada opción exige la vida de ti. Te lo exige todo. Hacerlo con pasión sesuda, inteligente, caliente.

Y Scherezade escapa entonces de mi lado, se va junto a Dinazarda, Jasmine, el Visir, el Califa. Veo pasar sin sentir el ímpetu sexual de mi anhelo por las letras, simplemente existentes por el puro placer de ser, más no de ser útiles. Veo pasar el hálito de los cálculos minuciosos, exactos, astutos del zorro, de Valentino, del Maquiavelo endiosado al que siempre rezo.

Escucho sin comprender, como si de una lengua retorcidamente procaz se tratara, a los beduinos hablar de liderazgo, proactividad, trabajo en equipo, capacidad de decisión, reaprender lo aprendido, hacer las cosas con pasión… Y siento que hablan una lengua del Himalaya, del subsuelo. Sus trajes impecables y corbatas finísimas me distraen. Jamás hablaré así. Y sin embargo, ahora lo hago.

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