Luego de escuchar su último lamento, la epifanía brillante y dolorosa se me presentó como daga filuda.
Comprendí lo que él reiteradas veces había vivido a mi lado. Todas las veces del mundo, una por una desfilaron a través de mi memoria: por allí aparecía mi llanto lleno de dudas rigurosamente lógicas, que luego él calmaba indicándome el axioma equívoco.
Aparecía también el comentario sarcástico e incisivo lleno de verdades aparentes que lastimaban, porque demostraban pragmática y científicamente lo impráctico que era continuar en el proyecto; la marea interminable de intentos de decir “basta” que no eran más que temores disfrazados de melancolías siniestras y lógicas.
Y en todas y cada una de estas infinitas veces siempre había encontrado la seguridad y secreto alivio de la frase conocida, aquella palabra cargada de esperanza y fe que desbordaba la situación.
Era el tejido de una historia que se iba tejiendo una y otra vez,
una y otra vez,
una y otra vez,
incansablemente.
Era la carga más pesada.
Das schwerste Gewicht
Y él la cargaba sobre sus hombros, no sé si piadosamente.
Y como todo “había una vez” que nace siempre, también llegó el “hasta que un día”.
Hasta que un día él dijo “ya no más”. Y cual historia que juega con sus personajes, los seduce, los confunde, los guía, pero también los deja al azar, en aquel “había una vez” del más acá, me tocó a mí cargar la carga más pesada.
Y luego de escuchar su último lamento, la epifanía brillante y dolorosa se me presentó como daga filuda.
Dime tan amado mío, ¿qué es la piedad? ¿dónde está la fe y la esperanza?