Por Ricardo Antoncich S.J.
Texto tomado de la columna .Opinión de Punto Edu del 07 de setiembre, 2011
Siguiendo el Evangelio, lo que hace “católica” una universidad es ante todo que sea “cristiana”. Tal afirmación parece banal pero es profunda. La Iglesia no puede ser comprendida sin su relación permanente con Jesucristo, así como una esposa y un esposo solo se comprenden en la unidad de un solo amor. Por eso podemos afirmar que “lo católico” no puede contradecir “lo cristiano”, es decir, el seguimiento de la doctrina de Jesús y de los valores que nos enseña, tal como se encuentran en los Evangelios.
Mucho de lo que llamamos “católico” viene de la autoridad de la Iglesia expresada en forma normativa en el Derecho Canónico. Pero debemos interpretar el derecho siempre a la luz del Evangelio y no al revés. Jesús no nos dejó sino un solo mandamiento, el del amor. La ley del amor equilibra siempre lo normativo de la ley y lo espontáneo de una libertad que se expresa en lo que ama. La ley sin amor no es el mandato de Jesús, como tampoco lo es el amor sin la referencia al modo de amar de Dios.
El debate sobre la Universidad Católica es una ocasión para pensar el conflicto en forma “cristiana”. Los Evangelios no se inician por un acto formal y jurídico de otorgar la autoridad a los apóstoles, sino por la convocación de amigos para una vida fraterna de discípulos que serán enviados a anunciar el mensaje del Reino. Hay una realidad comunitaria entre Jesús y discípulos anterior al establecimiento de la jerarquía institucional Y cuando esta función de autoridad comienza a aparecer, hay un mandato expreso de Jesús para ejercitar el poder que los apóstoles reciben en función de la comunidad, poder distinto del poder de las instituciones de este mundo. Lo institucional de la Iglesia debe ser vivido bajo la obediencia a la acción del Espíritu. Es institución “para” y “con” el Espíritu y no simplemente institución.
La precedencia de la realidad comunitaria sobre la institucional es recordada en el Documento de Aparecida al hablar de la Iglesia como “discípulos y misioneros”. Se equilibra así la falsa imagen de Iglesia que la identifica exclusivamente con sus autoridades jerárquicas. Todos los bautizados somos Iglesia y los que en ella tienen autoridad deben ser servidores conforme el modelo del propio Señor Jesús.