– Entonces oí que había sido vetado… no recuerdo exactamente en cuál de las muchas escuelas de filosofía que hay aquí.
– Eso hace que lo respete aún más… y que también me identifique con él.
– ¿Ah si?
– Claro, una persona que ha sido prohibida merece mi respeto y mi solidaridad. Me genera lazos de hermandad…
Quizás porque algunas vez también me vetaron y me sentí excluída – e incluso culpable -, tan alejada de cualquier gesto de misericordia y de piedad, precisamente de quienes yo esperaba la más grande misericordia. Fue como si hubiera sido un teólogo vetado. Supongo que así se sintieron varios, muchos… George Tyrrell, Henri Bremond… Y en algún momento, y con las distancias del caso, Gustavo Gutierrez. Y en este preciso instante pienso en la ironía de la vida…
– Los teólogos y los filósofos vetados
– Deberíamos formar un club… pero sería demasiado honor para mí…
(Después de todo, no me vetaron por mis ideas, sino por sus prejuicios. C’est cruel!)