– Ella es ingeniera ante todo. Doy fe de su ingeniericidad.
– ¿Tiene alguna prueba?
– Se rió de mis chistes de macho y de caviares. Y no se inmutó cuando le gritaron “habla mamacita, qué rico material”
– ¿Algo más contundente, digamos?
– En la ronda de chistes tradicional, ella contó – con mucha gracia – el chistecito de la función deprimida…
Cuentan que en la convención anual de funciones matemáticas se encontraba deprimida en un rincón del salón la función exponencial. La misericordiosa y probabilística función de Gauss se le acercó para animarla.
– Querida función exponencial, deja de estar desolada en una esquina. Esta reunión es un momento propicio para conversar. Ven, vamos a reunirnos con función logaritmo y función hipergeométrica… dale, anda, ¡intégrate!
– ¿Para qué, si da lo mismo?
– Te salvaste por un pelo, pero un día descubrirán tu naturaleza hippie de incógnita humanista. ¿Estás preparada? ¿Tienes algún plan de contingencia? ¿Algo que garantice tu ingeniericidad?
– ¡Tengo un polo de xkcd que lo acredita!
– Hum… tiene mayor relevancia – y reputación – que el Colegio de Ingenieros… Pero en aquellos contextos, xkcd no es punto de referencia. No lo conocen aún. Sólo develaría aún más tu hippicidad.
– Eso develaría algo más también… que ellos no han vivido felices todavía.
– Ten cuidado, anda con prudencia… te podrían exiliar a Siberia junto con los humanistas. Y no podrías leer libros de ciencias ni de matemáticas… ¡la gran paradoja! ¿Se puede concebir algo así?
– ¡Qué tiempos estos! Quién hubiera dicho que regresaríamos a aquellas épocas del antaño de Fahrenheit 451. Si Husserl estuviera aquí, no lo podría soportar.