El día de hoy me sentí violentada. ¿Esa es la palabra propicia que debería usar? Sí, creo que es así. Me sentí traspasada por la mirada vulgar, pecaminosa y lasciva. Por aquella baja mirada impúdica, lujuriosa, y sinvergüenza.
Me sentí doblegada y desnudada a la fuerza por el zezeo impertinente y aberrante “mamachita-rica-te-haría-de-todo-y-por-todo”.
El irrespeto llegó a extremos deplorables. Todas las calles de Lima no son suficientes para expresar los alcances geográficos y la multiplicidad de sus reincidentes. Parecían equipos organizados con la vacuidad como estandarte: con los mismos gestos repetitivos, los mismos sonidos y zezeos, las mismas indiscretas y aberrantes volteadas para mirarte. Hay hombres que no aman a las mujeres.
Odié sentirme doblegada, indefensa, disminuida y reducida al mero objeto sexual. Hoy me quiero vengar. Quiero desfogar toda mi ira enfurecida sin limitaciones…
Sin embargo, intentaré invocar a la Phronēsis.
Estos hombres que no aman a las mujeres, estos seres de bajos instintos no son dignos ni de pelea ni de morir en combate en elevada contienda con un contrincante de respeto que los respeta. Porque ellos no son dignos de mi más mínimo respeto. No son dignos de que mi katana de Hattori Hanzō les haga el honor de tocarlos siquiera.
¿Cómo podría elucubrar una estrategia de ataque?¿Valdría la pena invertir mi tiempo, mis energías, mi raciocinio en seres de tan poca calaña? Pobres seres desafortunados, obnubilados por su lujuria, limitados por la pequeñez de sus espíritus y que creen tener el derecho, de que por ser hombres, pueden violentar a una mujer con la mirada y reducirla al mero objeto sexual. Pobres infelices. Imbéciles.