El primer libro hablaba sobre un diálogo entre Carlo María y Umberto… bonito intercambio de palabras. Bien sutil – y maduro – todo. Me encantaba cómo Carlo María “evadía” sin siquiera hacerlo notar (bueno… yo lo noté) las preguntas inquisidoramente ateas de Umberto.
Llegué a dicho libro por la “novela culta de misterio” que había escrito Umberto y que había devorado insaciablemente. Fue el primer ateo respetable que se me apareció. Y me encantó – después vendría A. Camus – y luego vendría el divino maestro griego.
En cambio, de Carlo María no sabía mucho. Ni siquiera me llamaba la atención la espiritualidad envolvente de su vocación. En esos tiempos no sabía nada de los ahijados de Ignacio… Ironías del mundo de la vida. Después, me dejaría convertir en una ahijada adoptada – inquisidoramente racional, además -.
El otro libro me susurraba – entre un sutil humor negro y críticas al sistema del mundo – que la sociedad podía ser mejor. Sí… así de cachaciento era ese libro. Así de irónico y sarcástico. Así de exquisito. ¿Se podía esperar algo más de Quino?
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Hace algunos días me di cuenta que extrañaba mucho su voz, escucharlo hablar de films, mirar cómo se sorprendía de las cosas que le contaba. Y lo extrañé tanto que retomé su libro. No el libro que era posesión de él, sino su libro: el libro que él escribió. Sentía que si leía lo que en algún momento (mejor dicho en varios momentos) de su vida había escrito, era como si me estuviera hablando a mi.
Y comencé a escuchar su voz contarme sobre cómo la enseñanza kantiana predominaba en la Sorbona y cómo hasta antes de 1933, Hegel había sido prácticamente desterrado de las aulas de estudio precisamente por los neokantianos. Y de cómo influenció en las generaciones jóvenes de filósofos, la cátedra de la Fenomenología del Espíritu a cargo del profesor ruso Alexandre Kojève.
Las preguntas que se planteaba en su libro era como si fueran una voz interna mía. Yo también me preguntaba ese gran problema de la racionalidad, de la relación de lo sensible con lo inteligible… y me sorprendía al tomar conciencia de que una pregunta de esas dimensiones no sólo se limitaba a comprender una actividad relacionada al conocimiento científico… sino también que el tema me interpelaba a reflexionar sobre cómo estamos en el mundo mismo.
Me sentí feliz de escucharlo hablar a través de las letras. Y me pareció muy curioso también que su voz se complementara con la de Mauricio – después de todo, su libro es una invitación al libro de Mauricio -. Yo intuyo que en algún momento del libro, será la voz de Mauricio la que me hable… será una experiencia muy simpática.
Yo nunca escribí un libro… pero sí escribí un cuaderno – y regalé la única copia escrita a mano, a quién había dedicado la voz de mi alma -. Y supongo que la voz – de ese cuaderno – no será revivida en un espacio sin tiempo, ni tampoco en un tiempo sin espacio. No habrá lugar sin lugar ni tiempo sin tiempo. Nadie revive la voz de nadie sino desea revivirla. Curioso – y doloroso -.
Ya no reclamo el libro de Carlo María y de Umberto. Ya no reclamo el libro de Quino. Y lo más significativo aún: ya no reclamo las voces de mi alma que alguna vez le hablaron de dolor y lágrimas al ser amado. Curioso – pero ya no doloroso -.
Actualización N°1: A mi me pidieron “Elogio de la Filosofía”… pensaba que después de todo, quizás con el futuro, estaría en la capacidad de envolver nuevamente a sus integrantes en las voces de papel entretejidas por los pensamientos de Mauricio. Pero no fue así. Finalmente devolví el libro y me quedé con la voz de Mauricio (y con la fotocopia de San Marcos… ese libro era muy difícil de conseguir. Lo sé bien.)