Le daremos tiempo al tiempo

[o la cojonudez de la vida]

Me duelen tus palabras
con que matas mis ilusiones.
[donde mueren ilusiones
miles de sueños
miles se mueren.]

Le daremos tiempo al tiempo,
él nos dira qué sucede.
A ver si esto se muere,
aunque no quiera la vida
si he de vivir sin tu amor.

Yo tenia para darte…
alegrías que entregarte.
Mil caricias para darte
y mis manos para cuidarte

Estaba cursando el tercer grado de primaria. Era muy normal que nos dejaran interminables tareas de matemáticas en “Rango Matemático”. Hacía un frío intenso, la piel se resecaba; el sonido del ferrocarril era la melodía que acompasaba nuestras soledades oroinas; los cerros blanquecinos adoptaban formas demoniacas que espantaban nuestros corazones al anochecer.

La única forma que encontré de soportar esa suerte de “templanza del alma del niño” era escuchar mi cassette de los Kjarkas una y otra vez. Y mientras hacía mis tareas, escuchaba esos ritmos melancólicos y dolientes, que me acompañaban en mi soledad matemática de piel reseca con sabor a ferrocarriles y de temores de monstruos de cerros blanquecinos.

La vida es retroactiva – o recapitulativa, si así quieres -. Y recién hoy entiendo, muy dolientemente las palabras del poeta cantor de los Kjarkas… ¡ayayay! ¡alalau! ¡Por qué Taita Lindo! ¡Por qué!

Miles y miles de años después…. mira que así es la vida, que te hace notar las cosas con cierto tiempo de antelación – o de atraso, si así quieres -… digamos, unos 15 años aproximadamente, para que recién encuentres el sentido, percibas los signos y sedimentes las cosas… ¡Cojonuda la vida!

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