En una hospedería-asilo en un lugar de Lima, de cuyo nombre no quiero acordarme – porque ya no existe más-, no hace mucho tiempo que vivía un muchacho del ayer que me cautivó desde el primer momento que intercambiamos palabras.
Cuando le pregunté por su nombre, me dijo “Albertito”. Le gustaba que le llamaran así, que cuando pensaran en él, lo hicieran con cariño. Mientras miraba mi cabello despeinado con curiosidad, me contó que en algún momento de su vida había sido peluquero. “El jugo de limón puede hacer maravillas con tus puntas horquilladas”.
Una voluntaria me contó luego que a Albertito no le gustaba bañarse, que no era muy devoto del agua y del jabón. “Es una cuestión de principios” me respondió cuando le conté el último chisme voluntarioso. “La vida tiene cosas hermosas… y erróneas. Algunas veces me quedo con las erróneas”.
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