– todo lo que me dices me hace recordar a algo que leí hace mucho tiempo.
– querida Diana… lo lamento, pero tengo un lapsus, y espero que no te ofendas por eso. No recuerdo cuál es tu carrera. Pero estoy seguro de que no es de ciencias sociales…
Sonreí, me conmoví y luego me reí profundamente y durante largo tiempo… Pero eso no es ninguna ofensa md!… todo lo contrario.
– pero regresando a lo que te decía que me habías hecho recordar. Había un cuentito que hablaba sobre un experimento: habían colocado a un elefante en un cuarto oscuro, y ahí habían invitado a cinco personas para que lo tocaran y dijeran cómo era el animal que estaba adentro. El que tocó la trompa, decía que el ser vivo era largo, tibio y húmedo al final; el que palpó sus colmillos decía que era un ser puntiagudo al final, largo y curvo… y así sucesivamente. Cada uno palpó diferentes partes del elefante y en base a estas apreciaciones -en la oscuridad- creía formarse una idea de como era el ser vivo que estaba en el cuarto oscuro. Obviamente todas las interpretaciones fueron distintas, y sin embargo, se trataba del mismo ser en cuestión.
– Interesante… esto tiene que ver con lo que te decía sobre las ciencias que estudian al hombre
– Sí, exacto, cada una abarca su propio campo de estudio… y sin embargo, nunca pueden llegar a fondo sobre qué es el hombre en toda su totalidad, sino parcialmente, en determinadas dimensiones. El asunto es inacabable y hasta inatacable, si quieres.
Esos anticuchos con ají estaban buenísimos…. y el choclito, ¡qué choclito! Me puse roja, como siempre me pongo cuando como ají en cantidades abundantes, sonreí nuevamente por la gran felicidad de comer anticuchos. Y recordé que no podía recordar bien qué michi era lo que había leido la otra vez sobre la ciencia. Puse mi cara de limón creyendo que así me vendrían las ideas y la inspiración
– Mucho ají…
– Eso… pero no recuerdo lo que él dijo sobre la ciencia. Me encantó como lo dijo… a ver si me acuerdo en algún momento…
Su voz resonó suave, dulce, lenta e implacable…
La ciencia no tiene, no tendrá nunca, el mismo sentido de ser que el mundo percibido, por la razón de que sólo es una determinación o explicación del mismo. Yo no soy un «ser viviente» , ni siquiera un «hombre» o una «conciencia», con todos los caracteres que la zoología, la anatomía social o la psicología inductiva perciben en estos productos de la naturaleza o de la historia: yo soy la fuente absoluta , mi existencia no procede de mis antecedentes, de mi medio físico y social, es ella la que va hacia estos y los sostiene, pues soy yo quien hace ser para mí (y por lo tanto ser en el único sentido que la palabra pueda tener para mí).