– ¿Y tú, mamita? ¿Tú niña Catita? Muy inteligente, con muchos libros en la cabeza, con muchos pensamientos, con muchas matemáticas… ¿ya les has cocinado algo?
– Venga niña Catita… mira, yo antes tenía mucho temor de que la comida se me sale, pero hay un secreto. Aproximadamente se utiliza una cuchara de sal al ras para un kilo…. ves? Así. Luego vamos a sellar las presas, así. Mientras tanto, en la licuadora le echas el ají amarillo, con el choclito, perejil y culantro… para que salga jugoso todo. A la mamita, le preparamos algo aparte porque ella no puede comer tan aderezadas las cosas… ay niña Catita, lo que es envejecer….
– Yo no soy tan inútil, saben… yo sé cocinar, sólo que creo que todavía no me he visto en la necesidad de hacerlo. No tengo para quién cocinar… todavía…
– Ah… es que tus caminos por la vida han sido otros. No tuviste hijos a tan temprana edad. El peso de lo cotidiano de la vida no te agobiaba… pudiste estudiar. Tu cabecita está llenecita de pensamientos, pero le falta la magia de la cocina. La mamita Lica no, ella no terminó la primaria… ni tampoco las demás mamitas. Las mujeres de nuestra familia, de aquellas épocas no pudieron estudiar porque tenían que trabajar, ya sea en la chacra, ya sea en el comercio… para poder vivir hijita, para poder llevar un pan a la boca de los hijos. Porque no vas a depender del hombre…. y si te golpea? Y si te maltrata? Y si te toca un mal hombre? No puedes fiarte hijita… tú debías de cuidar de los hijos, que tuvieran qué comer, que pudieran estudiar. Esos fueron otros tiempos… pero siempre hay que saber valerse por una misma, hijita… por los hijos…
– Mire niña Catita… yo no terminé la primaria. No pude hacerlo porque la mamita Manuelita murió de muy jovencita y yo me tuve que hacer cargo de tu mamita Hilda y de la mamita Carmen y de todos los demás… Pero esta anciana ha aprendido de la vida, no sé mucho de letras ni de números, pero creo que algo sé… ¡yo sé cocinar! Alimentar a mi gente, sacar comida de donde no hay, prevenir para los tiempos difíciles, dosificar los alimentos en épocas de vacas gordas, compartir cuando venían las visitas… – echar más papa al caldo dicen, es cierto niña Catita – porque hemos pasado épocas difíciles. ¿Y los hombres? Bueno niña Catita, siempre me preparé como si ellos no estuvieran.
Así hemos sobrevivido… así son las mujeres de mi historia. Seres que aprendieron a amar en el camino, que aprendieron a partir el pan con los suyos y a servir… siempre servir. Y si en estos momentos de mi vida, tengo un libro en vez de una olla de barro; un cuaderno en vez de un mortero con ajos; pensamientos sobre la reivindicación femenina en vez de preocupaciones por el almuerzo del día y que la comida alcance para todos; no seré tan inescrupulosamente ingenua de creer que un estado es mejor que el otro, porque simplemente ambas situaciones son diferentes y las épocas fueron distintas. Confieso que encuentro profunda belleza y dulzura en cocinar para los tuyos… cocinar es una forma de amar, de hacer poesía, de decirles que los amas con intensidad y pasión, claro que la cotidianidad tiene una belleza más humilde, menos extravagante… más sincera.
Me gusto este post. En realidad, se trata de comprender la vida de las mujeres en cada uno de los tiempos y de no renegar tanto del pasado que finalmente ha construido el presente.