La dama del velo encantador y la sonrisa misteriosa de la Mona Lisa se acercó a la chica de colitas con lazitos azules en la cabeza.
– Me encanta tu disfraz. ¿Eres la madre revolución verdad?
– Jajaja.. así de roja, sí… ¿Y tú de qué te disfrazaste? ¿colegiala?
– No, de conflicto existencialista freudiano. Tengo ciertas taras que superar de mis épocas escolares. Espero que esta noche la terapia me salga gratis…
No pasó nada fuera de lo que debería pasar en una fiesta de disfraces, de minifaldas al por doquier, de las promos del antaño mezcladas entre treinta generaciones del colegio de siempre, que también siempre se cruzan – por algún interesante motivo – con los magísticos. Todos ellos disfrazados de deportistas, de capitanes de barcos piratas, y de sí mismos – quizás porque la propia naturaleza humana es un disfraz. Valientes, eso sí, para aceptar estas realidades.
– Ven aquí colegiala… ¿por qué no hiciste tus tareas? Ahora este profesor te va a enseñar la lección
– Tú y tu doble sentido de las cosas… francamente…
Sí, también siempre hay el doble sentido inherente de la edad del siglo de las luces, la intensidad, la pasión y la cándida ingenuidad de no reflexionar las cosas que uno dice – cuyas consecuencias quedan para la eternidad… y quién sabe si también formarán parte de alguna basurita en el subconciente.
Y también, siempre aparece ese momento de amistad, de aquella dulce ternura y consuelo en el mundo de la vida de los seres humanos. De pronto le vino a la mente la historia de la tácita amistad de Tarrou y Rieux…
– Vamos, con las manos… – extendió sus manos hacia ella.
– No, con las manos no por favor. ¿No me ves? Estoy toda sudada, me estoy derritiendo delante de ti.
– Oh, vamos! Dame las manos… lo demás es lo de menos…- Le tomó de las manos, y ella se sintió agradecida. Un agradecimiento difícil de explicar, porque entre el sudor, la música, las lucesitas de colores, las alas de mariposa, las zapatillas de deportista y las minifaldas no había forma de explicar lo bonito que es sentirse comprendido gracias a un simple gesto.
– ¿Has leido La Peste de A.Camus?
«Valor, ahora es cuando hay que tener razón», esos otros habían recobrado sin titubear al ausente que creyeron perdido. Ésos al menos por algún tiempo, serían felices. Sabían, ahora, que hay una cosa que se desea siempre y se obtiene a veces: la ternura humana