El día que lo conocí no lo recuerdo exactamente, pero fue en el verano. Recuerdo sus dulces ojitos negros y la ternura profunda que me causó conocerlo. Quise cuidarlo con mucho amor y luego de pensar en muchos nombres de chicos escogí el nombre de Julián porque le caía a pelo, era como si él hubiera nacido para ese nombre y como si el nombre de Julián hubiera sido creado para él.
La cajita en la que vino era amarilla como él. Era precioso, hermoso, bello, no hay palabras para describir la ternura que sentía cuando lo veía y el amor que afloraba cuando lo acariciaba. Poco a poco sus plumitas de color amarillo fueron haciéndose blanquitas. Comenzó a crecer y yo crecía con Julián. Recuerdo que juntos veíamos Alf y nos reíamos mucho… prácticamente era mi mejor amigo y a la vez mi hijo porque yo lo cuidaba y amaba. Claro que la mamita Hilda me ayudaba a limpiar sus cosas en un inicio y después, so amenazas de cocinarlo tenía que hacerlo yo, pero lo hacía con el mayor de los gustos porque sus cosas eran de él, de mi Julián hermoso. Se sentaba en mi hombro a ver televisión a mi lado… y varías veces sentía un liquido medio tibio y claro, el muy vivo se orinaba en mi hombro, pero yo, cual amiga enamorada, sin problemas lo amaba más más y más. Era mi hijo, mi amigo, mi acompañante. En el colmo de la dependencia, cuando mis abuelitos se iban de paseo al campo y me llevaban con ellos, guardaba a Julián en su taper-cama y lo llevaba conmigo para que conozca el mundo exterior y a sus demás amigos.
Para jugar a que era hechicera lo miraba hasta hipnotizarlo claro que el único efecto que lograba sobre él era hacerlo dormir. Poco a poco fue creciendo y creciendo, ya casi no tenía plumitas amarillas sino blancas. El verano se iba terminando y yo tenía que regresar a La Oroya y al colegio. Una profunda inquietud me alarmaba, no, no era porque comenzaban las clases… sería imposible llevarme a Julián conmigo a un clima tan frío y tan rudo para un ser tan sublime y tierno como él. Su suerte estaba marcada, mi hijo, mi amigo, mi confidente se tendría que quedar en un corral junto con mi mamita Hilda. Después de llorar por dos días, sufrir y preguntarme por qué el destino nos separaba tan cruelmente, tuve que resignarme a dejar a Julián. La despedida fue dramática, llena de lágrimas y de recomendaciones.
Demás está decir que cuando me iban a despedir a la Terminal de Yerbateros estaba llorando y moqueando. Recé mucho para que mi Julián hermoso sobreviva a estos largos meses en mi ausencia.
Los meses pasaban y cuando me comunicaba con Lima, lo primero que preguntaba era por él. Pero como en todas las historias de amor y de ternura de los niños y con el precedente de injusticia aprendido en el cuento de Paco Yunque, el día fatal y macabro llegó y justo para mi cumpleaños. Mi mamita Hilda venía a visitarnos y trajo desde Lima un rico pollito para cocinarme. No me lo quise comer. Es de padres desnaturalizados comerse a su propio hijo, al amigo y al confidente. Lloré y lloré mucho porque me lo mataron para cocinarlo y porque no me pude despedir de él. Nunca existirá alguien que pueda llenar el gran vacío que dejó Julián en mi vida… otros pollitos aparecieron, pero nunca nadie como él.
Con el tiempo descubrí las malas mañas culinarias de mi mamita Hilda… quiso repetir lo mismo que me hizo a mí con el patito de Dianita y con el conejo de Andrea. No mamacita, a las mascotas de los niños no se les puede comer!!! Rompes la gestalt de los niños, eso corazón, eso no se hace.
No es simplemente un pollo, era mi pollo. Es como la rosa del Principito, podía haber miles de ellas cada una más bella que la otra; pero ninguna rosa sería como la que tenía en su planeta…. Ella lo había domesticado, al igual que Julián me domesticó a mí. Y por eso, hoy quiero recordarte con el cariño y amor que días atrás compartiste conmigo cuando era niña. Te quiero Julián y gracias por todo lo que compartimos juntos.