Sinesio López Jiménez
Al elegir a Ollanta, la izquierda trabajó para la derecha sin saberlo y ahora, al combatir y reprimir a los movimientos sociales, el gobierno y la derecha trabajan para la izquierda. A 10 meses del gobierno, con más de una docena de muertos en su cuenta, Humala se parece cada vez más a los gobernantes contra los que insurgió. Ahora ya se puede decir que es un García más y que su captura por las derechas se ha convertido en una metamorfosis a lo Kafka. Llegó al gobierno con el apoyo de los movimientos sociales que hoy combate y reprime. Cuando era candidato afirmó que la protesta social no era un delito y criticó su criminalización por el gobierno de García. Reconoció entonces que los movimientos de protesta canalizaban demandas justas de la población que debían ser atendidas por las empresas mineras y por el Estado. Sostuvo también que la mejor forma de entender y atender las razones de los movimientos de protesta era el diálogo.
El discurso y la política cambiaron con la caída del gabinete Lerner, con la salida de la izquierda del gobierno y el ingreso de Valdés como primer ministro. Se pasó entonces del diálogo a la confrontación, al disparo y a la muerte. Ollanta y Valdés no pueden decir ahora que sus manos no están manchadas de sangre. Ellos comandan y coordinan la ofensiva del Estado contra los movimientos socio-ambientalistas de protesta. Todos los aparatos represivos del Estado se han puesto en movimiento para aplastarlos. Los servicios de inteligencia “siembran” bombas molotov en los aeropuertos o en los municipios, los fiscales incriminan, los jueces se preparan para condenar, el ejército acecha y amenaza (en Cajamarca), la policía reprime, apresa, dispara y mata, la derecha celebra y aplaude. Un diario, que chuponeó probablemente el titular de primera plana a Valdés o al demonio, llegó a decir con sorna y con cinismo: Ya tienen los muertos que buscaban.
Luego de haber dado la orden de disparar contra los manifestantes y de apresar a sus dirigentes, Valdés les ofrece dialogar y “escuchar las demandas de la población” apenas “se restablezca el orden y la paz”. Llama la atención que el Primer Ministro que lleva varios meses en el cargo no conozca hasta ahora las viejas demandas de los constestarios. Está un poco desencaminado y confunde el país con un cuartel y la política con la guerra. En política el orden y la paz es el producto del diálogo que los políticos de raza no temen desplegar incluso en medio de la turbulencia. Restablecidos el orden y la paz, además, no se sabe si los contestarios y el mismo gobierno tengan aún interés en dialogar. Lo que Valdés esté probablemente reclamando es el llamado principio de autoridad, pero éste puede ser reclamado legítimamente en la democracia por alguien que ha sido elegido por los ciudadanos o que tiene un buen desempeño en el cargo. Este no es obviamente el caso de Valdés.
Contra lo que piensan los gobernantes de turno y las derechas, el aparatoso despliegue del Estado contra los movimientos de protesta revela, no fortaleza, sino debilidad y temor porque sienten que han perdido o han comenzado a perder el apoyo de los ciudadanos. Hay algo de eso, pero no es para tanto. Las protestas socio-ambientales son importantes, sin duda, porque ponen en jaque a una de la columnas de la economía primario-exportadora; tienen un apoyo masivo, pero localizado en una provincia o en alguna región (Cajamarca); sus reclamos de respeto al agua, al medio ambiente, a más recursos, son intensos, pero varían de caso en caso y son totalmente atendibles por las boyantes empresas mineras gracias a los buenos precios y a la demanda internacional; sus líderes son dirigentes sociales o político-sociales, pero de ninguna manera terroristas; sus discursos son radicales, pero en modo alguno subversivos; tienen apoyo y resonancia en medios locales (radios principalmente) y en poca prensa de alcance nacional, pero la mayoría de los grandes medios les es ajena y las sataniza; sus formas de acción son despliegues legales de protesta (paros, huelgas, marchas, manifestaciones) y algunas fuertes dramatizaciones (tomas de carreteras, apedreamientos, quema de algún carro), pero no quieren echarse abajo el sistema político y social, sino que quieren hacerlo funcionar.
Su debilidad radica quizá en su poca articulación nacional. Mientras los movimientos socio-ambientales sigan fragmentados, su capacidad de presión y de negociación seguirá siendo limitada. Su fuerza y su eficacia serán mayores a medida que sea mayor su concentración negociadora. Aquí es donde se hace sentir la ausencia de una representación política de los movimientos sociales, esto es, de la izquierda. La cancha está libre, la comida está servida y la izquierda tiene que agradecer al gobierno y a las derechas su torpeza por entregarle en bandeja a los movimientos sociales de protesta. Es probable que de las luchas sociales actuales y de las que se vienen, salga una izquierda unida, representativa, capaz de disputar el poder con éxito en el 2014 y en el 2016. Ha llegado probablemente el momento propicio para formar el bloque de las izquierdas en el Congreso.
NADIE SABE PARA QUIEN TRABAJA
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Muy buen artículo. Una exposición muy interesante