Sinesio López Jiménez
La crisis de los partidos en 1990 desplazó el poder político a los caudillos y a los poderes fácticos. Más allá de algunos cambios circunstanciales, la lógica política actual sigue esa misma ruta. García, Fujimori y Toledo siguen gravitando en la escena política actual. Fujimori opera por interpósita persona. A ellos se sumó Humala en el 2006. Castañeda es un caso extraño. Me resulta difícil imaginarlo como caudillo. Los caudillos no sólo hacen cosas. También hablan. La acción y la palabra caracterizan a la política desde tiempos inmemoriales. La política basada sólo en los hechos tiene un tufillo dictatorial (el odriísmo por ejemplo), pero la afincada sólo en las palabras tiene el rancio sabor de la demagogia. A diferencia de los partidos cuyo poder se basa en la organización, el poder de los caudillos reposa, por un lado, en una combinación audaz, arriesgada, ambiciosa y creíble de hechos y palabras y, por otra, en el respaldo que reciben de los ciudadanos. Los caudillos actuales tienen, además, dosis variables de carisma. Unos son más carismáticos que otros, pero todos creen que pueden sacar al Perú del desierto y llevarlo a la tierra prometida.
Ollanta Humala es un caso especial. Surgió de un poder fáctico (las FF.AA) y se lanzó contra todos los poderes fácticos. Esta es quizás la razón por la cual éstos buscaron destruirlo desde que apareció en el escenario, pero no han logrado su objetivo hasta ahora. Su poder radica en la combinación audaz de un acto insurreccional con un nacionalismo radical. Esta combinación asusta obviamente a los poderes fácticos que se encargan de socializar el miedo. Pero esa combinación atrae también a vastos sectores sociales desposeídos o a sectores anti-neoliberales. Es probable, sin embargo, que algunos poderes fácticos, desplegando un juego audaz, busquen domesticarlo porque saben que el nacionalismo, como sostienen Quijano y Wallerstein en sendas entrevistas en la flamante revista del Colegio de Sociólogos, es radical mientras está en la oposición, pero se vuelve conservador cuando llega al gobierno.
El caso de García es también especial en las actuales circunstancias. El mismo se ha encargado de señalar, ante sus amigos banqueros, el papel que le toca desempeñar. El no puede competir ni ganar el poder en esta coyuntura, pero puede impedir que otros, particularmente los que él considera anti-sistemas, ganen. Mi hipótesis es que García comanda una coalición con los poderes fácticos y los partidos de derecha para destruir a Ollanta Humala como candidato y como político. En esa función ha diseñado una estrategia de cerco y aniquilamiento político del candidato nacionalista cuyas características analizaré en otro artículo. Esa misma coalición se encarga de escoger el candidato favorito de la derecha en un clima probable de tensiones y negociaciones. Al parecer, ese es un punto central de su actual agenda política.
El peso político de los poderes fácticos se basa en el control de ciertos recursos claves de la política: dinero, fuerza, comunicación, fe, etc. Ha cambiado parcialmente a lo largo de las dos últimas décadas, pero sigue siendo decisivo. La crisis económica internacional ha debilitado a los organismos financieros internacionales; la corrupción de la cúpula en los tiempos de Fujimori, obligó al repliegue de las FF.AA. En ese contexto el poder de los medios es casi avasallador, sobre todo en los tiempos neoliberales que favorecen su alianza estrecha con el mundo empresarial. Los caudillos disputan el apoyo de los poderes fácticos para ser candidatos y consolidar su poder. Y los poderes fácticos necesitan, a su vez, al caudillo para hacerse presentes en la política y, una vez que triunfa, para canalizar sus intereses y su dominio a través de las instituciones del Estado.
Doctor,
Felicitaciones por el excelente articulo. La política nacional sirve para la obtención de poderes fácticos, qué duda cabe! para mantener poder.