Sinesio López Jiménez
Hay un cargamontón contra el congreso de la República. En algunos casos con razón, pero en otros sin fundamento alguno. Es cierto que este congreso es poco representativo puesto que representa un poco más de un tercio de los ciudadanos, pero es cierto también que ha sido elegido de acuerdo a las reglas establecidas para convertir los votos en escaños. Es indiscutible que carece de calidad representativa. Con notables excepciones, esta es una característica compartida de los congresos de este siglo XXI. Se extrañan la fina ironía y la erudición de Luis Alberto Sánchez, la lógica implacable y aplastante de Héctor Cornejo Chávez, el verbo afilado y guerrero de Javier Diez Canseco, para citar sólo a los más notables polemistas.
Es innegable que hay algunos representantes que no tienen una hoja de vida respetable, sino un abultado prontuario. Otros han ido al Congreso a defender expresamente intereses bastardos. Un rasgo negativo de este congreso es su fragmentación, pero esta no es responsabilidad de los congresistas sino el producto de la larga crisis de representación que viene del 90 del siglo pasado. Hasta ahora no hemos podido superar el colapso de los partidos que se produjo en 1995. Lo que hoy se llaman “partido” es un abuso del lenguaje. El hoy llamado partido nacional tiene tres características: un pequeño caudillo de grandes ambiciones, un entorno de clientes leales y una franquicia electoral comprada en el mercado a un dólar la firma.
Algunos congresistas han presentado proyectos para pagar favores a su clientela electoral, pero otros han formulado proyectos (como los que se refieren a las AFPs y a la ONP) que, pese a burda elaboración, tocan problemas de fondo que los neoliberales se niegan a discutir. Las AFPs son un asalto organizado e institucionalizado a los pensionistas. El no pago de una pensión a los trabajadores que no llegaron a cotizar durante 20 años es un robo legalizado del estado. La ley que autoriza al Ejecutivo la intervención temporal de las clínicas privadas en época de pandemia, pero que el Ejecutivo se ha negado a aplicarla, es una medida adecuada y justa. La salud pública no puede ser un pingüe negocio privado.
Los neoliberales tildan de populistas estas medidas porque ellos son elitistas. Se colocan del lado de la oferta que es, como ha dicho Adam Prezeworski, el reino de la burguesía. Colocarse del lado de la demanda y del consumidor no es populismo. Es keynesianismo. Mientras exista el capitalismo, la bronca histórica entre neoliberales y keynesianos no cesará. La honda crisis actual empuja a las sociedades al keynesianismo.