Sinesio López Jiménez
Vientos huracanados que vienen del sur, especialmente de Bolivia y de Chile, anuncian grandes cambios. Pese a las acentuadas diferencias (económicas, sociales, culturales y políticas) de estos países, sus pueblos han decidido cambiar todo o casi todo. Los bolivianos con su voto acabaron con la dictadura facistoide, reinstalaron la democracia, pusieron al MAS como partido de gobierno con un nuevo liderazgo y eligieron a Arce como Presidente. Seguramente el nuevo gobierno de Arce, aparte de un estilo político propio, mantendrá el modelo inclusivo de desarrollo así como las políticas interculturales y de reconocimiento de una sociedad plural.
Los chilenos con su voto destituyente (Pablo Luna dixit) terminaron con la herencia autoritaria dejada por Pinochet (la constitución), se preparan a elegir la Convención Constituyente, a discutir la nueva constitución y a aprobarla en un plebiscito obligatorio, esto es, a organizar el momento constituyente. En realidad, bien vistas las cosas, el momento destituyente culminó con un voto decisivo, pero comenzó con las enormes y persistentes movilizaciones ciudadanas que sacudieron a Chile desde sus cimientos y desbordaron la institucionalidad existente, incluidos los partidos políticos que aparecieron como cascarones vacíos. Sin esas masivas y desbordantes movilizaciones democratizadoras no se habrían producido el “voto destituyente” ni el momento constituyente.
La última experiencia chilena demuestra que los sistemas económico, social, cultural y político pueden producir estabilidad o crisis y pueden permitir reformas de alcance limitado, pero los cambios profundos que dan origen a un nuevo orden social sólo provienen de los grandes movimientos ciudadanos, de una esfera pública democráticamente compartida y de una sociedad civil vigorosa, esto es, de enormes procesos de democratización social y política.
Pocas veces se ha visto en la historia democratizaciones masivas, intensas y al mismo tiempo duraderas como la chilena. Ellas son muchas veces flor de un día. Sospecho que la democratización chilena y los votos destitutivos y constitutivos van a generar frutos relativamente permanentes: organizaciones y movimientos sociales más o menos institucionalizados, renovados modos de representación una nueva constitución que reformule el pacto social, una reestructuración del Estado y una nueva relación de este con el mercado, un nuevo régimen político y un nuevo régimen económico, una sociedad más igualitaria y una ciudadanía con todos sus derechos y responsabilidades.
¿Llegarán estos vientos huracanados al Perú?. ¿Influirán en el proceso político peruano y en las elecciones generales del 2021?. Es probable que sí. Desde el 2016 hemos tenido un proceso intermitente de democratización social y política que ha contribuido a producir cambios políticos significativos y a combatir la corrupción generalizada. La pandemia nos ha hecho tomar conciencia de la necesidad de grandes cambios en los diversos campos de la vida social y es probable que en el 2021 se produzca un desembalse de una democratización contenida.