Sinesio López Jiménez
El fujimorismo y la ultraderecha no hacen política sino guerra de baja intensidad o, para decirlo con más precisión, practican la política como guerra de baja intensidad. Sus herramientas preferidas de acción no son el discurso dialogante, la propuesta programática, el debate ideológico, la argumentación crítica y racional sino la sorpresa y la emboscada. Apelan a las Mamaniadas y a las Donayreadas y a cualquier forma de Montesinismo para enfrentar a sus enemigos y las celebran como si fueran el súmmum de la política. Sus héroes son Montesinos, Mamani y Donayre.
No tienen adversarios con los cuales disputar democráticamente el poder sino enemigos a los que hay que aniquilar. ¿Quiénes son sus enemigos?. En general, los que no piensan como ellos y, en particular, los terroristas o ex-terroristas, los marxistas, los izquierdistas y los caviares, entre los cuales no reconocen diferencia alguna. Todos son lo mismo: Son terroristas o defensores de terroristas. La forma más socorrida a través de la cual establecen los linderos de la enemistad política es el terruqueo.
Sus enemigos son siempre malos y, por esa razón, tienen que ser aniquilados. Mezclan la política como guerra de baja intensidad con la ética (o con la religión) y la convierten en fundamentalismo. Todo enemigo es malo (o es el demonio) y tiene que morir. No hay reglas de la guerra. El enemigo ya se rindió. No importa: tiene que morir porque es malo. Ya cumplió su condena de 25 años. No importa: Tiene que seguir preso y para eso hay que inventarle otros delitos.
La política como guerra de baja intensidad es permanente. Nunca acaba. El terrorismo ya fue derrotado, pero sigue siendo una amenaza. Por eso hay que seguir combatiendo al terrorismo y a sus supuestos aliados. El fujimorismo y la ultraderecha buscan generar miedo (en la gente) que justifique su guerra de baja intensidad y la construcción de un régimen autoritario, si no totalitario. Es el miedo para continuar con la guerra y para matar y morir. No es el miedo para acabar con la guerra de todos contra todos, para sobrevivir y pactar por la vida de todos, para construir un orden de paz con nuevas reglas e instituciones, como el de Hobbes. En realidad, Hobbes combina el miedo y la confianza en la construcción del Estado moderno.
Todas estas características políticas revelan que el fujimorismo y la ultraderecha son tributarios del pensamiento reaccionario (la política como guerra) en el campo de la política tal como ha sido asumido por Montesinos y algunos asesores del militarismo que han llevado hasta la distorsión las ideas reaccionarias de Carl Schmitt. Este pensaba que para entender la política hay que pensarla, no como guerra, sino desde la guerra y que es condenable la concepción de una enemistad absoluta que conduce a una guerra sin reglas.
El fujimorismo y la ultraderecha combinan el pensamiento reaccionario en el campo de la política con el pensamiento conservador (la defensa de la vida, con mis hijos no te metas, la ideología de género) en la vida social. Una combinación explosiva y peligrosa para la democracia.