Sinesio López Jiménez
El desastre natural no es el problema. El problema somos nosotros como sociedad y como Estado, ha dicho Jorge Nieto, Ministro de Defensa, tratando de explicar y enfrentar la grave situación que vive el Norte del Perú. El problema no radica tanto en que los ríos y las quebradas invaden las ciudades sino más bien en que las ciudades invaden los ríos y las quebradas y el Estado, en todos sus niveles, no tiene la capacidad institucional, organizativa y material para para prevenirlo y para resolverlo cuando se produce.
Jorge Nieto tiene razón. Desastres naturales (lluvias torrenciales, terremotos, sequías, etc) vamos a tener siempre como todos los países del mundo. Lo que nos diferencia son los diversos grados de responsabilidad de las sociedades y de los ciudadanos y las desiguales capacidades de los Estados para prevenirlos y resolverlos.
¿Por qué el terremoto de Chile fue menos grave en términos de muertos y daños materiales que el de Haití? se pregunta Markus J. Kurtz en un reciente libro sobre la construcción de los estados en América Latina (Latin American States Building in comparative perspective. Social Foundations of Institutional Order, Cambridge, 2013). Porque el gobierno chileno ha institucionalizado la construcción de la infraestructura preparada para sismos desde 1920, se responde.
¿Por qué el brote de cólera fue más fuerte en Perú que en Chile?, se repregunta Kurtz. Primero, dice, por el calamitoso sistema de saneamiento de Perú y, segundo, por medidas ineficientemente implementadas que incluyen a Fujimori alentando a que la población peruana coma más ceviche; mientras que en Chile, se pusieron en marcha medidas drásticas, se prohibió la venta de comida cruda y de vegetales en restaurantes y se inicio una campaña masiva de salud pública.
La diferencia entre Chile, Perú y Haiti frente a los desastres naturales, no es la riqueza, sino “la capacidad o incapacidad de los Estados para crear una infraestructura básica, imponer la regulación necesaria en la construcción, en la producción de comida y en su sistema de distribución, o responder efectiva y expeditivamente a las emergencias de salud pública que han sido bien comprendidas” (Kurtz, op. cit. pag 2).
Kurtz quiere entender qué hace a un Estado fuerte y qué lo hace débil en términos de sus capacidades para manejar sus funciones básicas, imponer políticas públicas centrales y regular el comportamiento privado. En contra de lo que se piensa, sostiene, no es la riqueza el factor determinante de la fuerza estatal. El desarrollo de las capacidades del Estado y de las instituciones estatales de penetrar en la sociedad, moldear o configurar el comportamiento individual no es siempre costoso.
La fortaleza de un Estado tiene que ver con la “capacidad de las instituciones políticas de penetrar profundamente en la sociedad y regular efectivamente el comportamiento social, económico o político de sus ciudadanos”. Desde el siglo XIX las élites han fracasado en la construcción de un Estado fuerte con capacidades. Hay algunos avances, pero ella sigue siendo, en lo fundamental, una tarea pendiente.