Sinesio López Jiménez
El fin del boom exportador es también el agotamiento del piloto automático que dejaba de lado al Estado y a la política. La desaceleración económica y la recesión que se anuncia requieren el retorno de un Estado más activo y la revaloración de la política como un espacio en el que se resuelven los problemas y los sueños de la gente. La vuelta del Estado y la política y el establecimiento de una relación más equilibrada entre el Estado y el mercado pueden ser la base estructural del reavivamiento de los partidos como forma de representación y como actores centrales de la política y de la democracia.
La aparición y desaparición de las organizaciones partidarias (volatilidad partidaria), especialmente de los partidos regionales y locales (más del 60% son nuevos) no solo trae consigo el transfuguismo (volatilidad de los políticos o veletismo) que tanto escandaliza a los medios y a los comentaristas políticos en épocas electorales sino que inciden también en la fragmentación parlamentaria (que pasaron de 6 a 13 grupos en el gobierno de Humala), en el presidencialismo parlamentarizado (que es nuestra forma de gobierno) y en la volatilidad y corta vida de los gabinetes.
La volatilidad de las organizaciones partidarias es el resultado, a su vez, de la volatilidad electoral (o cambio frecuente de apuesta de los electores), de la fragmentación partidaria (o excesivo número de partidos) y de la crisis de las instituciones políticas (sistema electoral, sistema de partidos y forma de gobierno). La volatilidad electoral deriva del colapso de los partidos (con los que establece una causalidad circular) e incide en la fragmentación partidaria y en la crisis de las instituciones políticas.
El colapso de los partidos proviene, por lo general, de la volatilidad electoral, de la crisis de representatividad, de la crisis de representabilidad y de las reformas neoliberales que han traído una nueva relación entre la economía y la política. La crisis de representatividad de los partidos y de sus nexos con la sociedad (las ideologías, los programas y las estructuras organizativas) entraron en crisis debido a los cambios en la estructura social, a la revolución científica y tecnológica y a la revolución de las comunicaciones. Estos cambios han dado lugar a lo que Manin ha llamado la representación de audiencia y a probables nuevos formatos de partido más acordes con este nuevo tipo de representación.
La crisis de representabilidad alude a las dificultades que tienen algunos grupos sociales para ser representados en el campo de la política. El campesinado disperso de la sierra y de la selva, los grupos en extrema pobreza y la masa de informales son grupos con los cuales es difícil establecer una representación política institucionalizada. La dificultad es mayor con el caso de los informales que en el Perú llegan al 75% de la PEA, mientras que Chile se reduce al 30% y en Canadá, al 5%. Su situación económico-social es volátil y extremadamente cambiante.
Las reformas neoliberales impusieron la centralidad del mercado, redujeron drásticamente el rol del Estado y devaluaron la política como forma de atender y resolver los problemas de la gente. El boom exportador legitimó esta nueva relación entre la economía y la política, impuso el piloto automático, redujo drásticamente el rol del Estado y de las políticas públicas y ninguneó el papel de los partidos y de sus dirigentes.
La crisis que vivimos permanentemente revela la verdadera idiosincracia de los actores nacionales. En tiempos de “bonanza” los críos empresariales quieren desprenderse de papà Estado y negar su existencia, pero cuando aprieta la crisis corren a los brazos de èste para que los socorra y ayude a reflotar; de igual modo pasa con los politiqueros psedo estadistas, en tiempos de bonanza todos se ponen la camiseta liberal y quieren reducir al Estado a su mínima expresión, pero cuando llega la austeridad, nuevamente recurren al Estado con salomónicos programas asistencialistas y populistas. Ni chicha ni limonada, parece ya una cuestión cultural.