Sinesio López Jiménez
Con la extinción de los partidos nacionales lo que en realidad se ha evaporado es el poder político de los ciudadanos. Estos se empoderan a través de la organización de la sociedad civil y de la formación de los partidos que les otorgan lo que Hannah Arendt llamó “la capacidad de acción consensuada”, esto es, el poder. El poder es el número organizado frente al arma que es el instrumento de la violencia. La destrucción del poder político no ha sido sólo obra de los partidos y de sus errores. Han contribuido también el terrorismo de los 80 y los 90, el desastroso primer gobierno de García y el neoliberalismo.
El mercado ha invadido la política y ha transformado a los partidos (con ideologías, programas y estructuras organizativas) en meras franquicias electorales que se compran y se venden y que los organismos electorales aceptan e institucionalizan. Cada firma vale un dólar y se necesitan un millón y medio de firmas para validar un poco más de cuatrocientos mil y obtener la inscripción como partido “nacional”. Este es aquel que tiene la franquicia electoral (comprada en el mercado) que le autoriza a postular en las elecciones generales, regionales y locales. La franquicia le permite también convertirse en vientre de alquiler.
Estos partidos-franquicia no tienen vida, ni racionalidad política ni pasión. Ellos tienen sólo la racionalidad fría del negocio privado. A través de millonarias campañas electorales venden al candidato, seducen al elector y compran su voto. Es cierto que algunos candidatos son tan impotables que no se venden por nada. Son incorruptibles a pesar suyo. Se ha llegado a la desfachatez de proponer la compra al contado de los ciudadanos que no votan por las opciones neoliberales. La política se guía por el diálogo y la persuasión e incluso por la coerción, pero no por la lógica de compra-venta del mercado. La imposición de la lógica del mercado en la política genera lo que Michael Walzer ha llamado el intercambio bloqueado, esto es, la injusticia.
El neoliberalismo ha contribuido a destruir no sólo a los partidos sino también al asociacionismo y al ciudadano mismo afectando sus derechos, en particular sus derechos sociales. El trabajador ya no es una persona que vende su fuerza de trabajo y que tiene derechos. Es sólo un costo laboral que hay que reducir para dar confianza al capital. El neoliberalismo ha generado también la atomización social y un individualismo extremo que, asociados a la fragmentación del poder político de los ciudadanos, están dando lugar a la descomposición de la vida social: la anomia generalizada, la informalidad, la corrupción tolerada, la sobrevivencia del terrorismo, el crimen organizado, el sicariato, etc.
La destrucción del poder político de los ciudadanos ha traído consigo la gravitante presencia de los movimientos regionales y de los poderes fácticos: los medios concentrados, los grandes empresarios y las FF.AA. Estos poderes fácticos gobiernan sin haber sido elegidos. Lo hacen por la interpósita persona del Presidente de la República al que someten por diversos medios. ¿Qué hacer?. El desafío es enorme. Enfrentarlo va más allá de meros cambios institucionales que son importantes pero no bastan. Volvemos con un intento de respuesta.