Sinesio López Jiménez
No me refiero a las archiconocidas cuatro operaciones matemáticas sino a las cuatro operaciones ideológico-políticas que los neoliberalesd hacen para convertir a los bienes públicos en pingües negocios privados: El bien público es una mercancía cualquiera, la desvalorización del Estado como macro-estructura y como agente del bien público, la revalorización de los negocios privados y la identificación de estos con el bienestar general.
El mundo moderno es un arsenal de mercancías. Los bienes públicos (educación, salud, saneamiento, etc) son también mercancías que se venden y se compran en el mercado. Ellos están sometidos, por eso mismo, a la ley de la oferta y la demanda y a la competencia. Sobrevivirán aquellas empresas que son más eficientes y competitivas. En todo caso, las empresas menos eficientes podrán atender a sectores del mercado que no son tan exigentes con la calidad del producto. Esta indiferenciación entre lo público y lo privado trae serias implicancias teóricas y prácticas. Para tocar sólo una de ellas: los criterios de justicia. Si se trata de la educación universitaria el criterio justo para ingresar a ella ya no es el mérito sino el dinero. Eso ya lo estamos viendo en las universidades societarias (o empresas).
La ruta para desvalorizar al Estado como agente del bien público y del interés general es más o menos conocida. En primer lugar, las elites, que controlan o influyen en los gobiernos, construyen un Estado ineficiente como agente, sin una burocracia weberiana y con enmarañados procedimientos que lo traban y luego gritan: ¿qué nos puede enseñar la burocracia?. En segundo lugar, esas mismas élites le niegan al Estado los recursos necesarios (impuestos y otros ingresos) para que puedan ser eficientes y autónomos. El Perú tiene una de las presiones tributarias más bajas de AL. En tercer lugar, ellas desconocen al Estado el papel rector de los bienes públicos y del interés general. Y cuando la tecnocracia reivindica ese rol acusan al Estado de intervencionista. La única intervención estatal que ellas aceptan es aquella que favorece a sus intereses privados (el paquetazo).
La revalorización de los negocios privados se mide por su productividad y competitividad y estas, a vez, se fundan en los incentivos materiales que reciben los agentes privados y que no tienen las tecnocracias y burocracias del Estado. Por la plata baila el mono, parecen decir. Con estos criterios chatos, los neoliberales nunca podrán comprender la grandeza de otras actividades humanas (la política, la cultura, etc) diferentes a las económicas. Nunca podrán entender a Jefferson (que entró millonario a la política y salió quebrado), a Haya de la Torre, a Fernando Belaúnde, a Javier Diez Canseco. La eficiencia de los negocios es, en gran medida, un mito. El salvataje de los bancos por el Estado, el subsidio al capital por los consumidores a través de tarifas altas de los servicios públicos, el actual paquetazo (que también es un subsidio al capital), revelan los límites de la supuesta eficacia privada.
Finalmente, los negocios privados no sólo favorecen a sus propietarios, sino que sus beneficios alcanzan a todos. No es el Estado sino los hombres de negocios los que producen el bienestar, sostuvo Ludwig von Mises, uno de los ideólogos del neoliberalismo. Es la teoría del chorreo en toda su pureza que confunde el crecimiento con el desarrollo y el bienestar. Todos conocemos sus alcances y sus límites en AL.